La Historia de Juaquín


Ha habido pensadores de todas las épocas que
trataron de erradicar el mal del cerebro Humano.
Nunca lo lograron.

LA JUEZ en:

TURISMO Y MUERTE

Abel Omar Luttringer



Esta historia es ficticia.
Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.





A la cinco de la madrugada de un lunes, suena el teléfono en la casa del teniente Gustavo Ibáñez.

¿Hola?

Teniente Ibáñez preséntese lo antes posible en el camino de las Rocas y calle Selva, lo estaré esperando.

¡Si juez!

Cuando la juez del crimen Camela Santos llamaba al teniente a una hora tan impropia y lloviendo, él sabía que era muy serio lo que estaba pasando.

Se vistió, subió al auto y partió hacia la dirección que le dio la juez.

En el camino pensó, ¡trasnoche y muerte!

¡Lo que pensó así fue!

A su llegada encontró a la juez, su fotógrafo y al comisario de la comisaría de la zona.

A quince metros, los cadáveres de dos mujeres rodeados por varios policías.
Ya había dejado de llover.

Saluda a los tres, y le pregunta al comisario.

¿No tiene más policías para contaminar la escena comisario?

El comisario lo miró molesto y dijo; ¡disculpe teniente!

¡No le gustó ser observado ante la juez!

Seguidamente dio la orden de abandono del lugar a sus subordinados.

La noche iba desapareciendo, dando lugar a la luz del día.

La juez pidió a su fotógrafo, fotografías de toda la escena.

Sobre todo, primeros planos de las huellas alrededor de los cadáveres y las suelas de los zapatos de los policías que estuvieron en el lugar.

Los investigadores, siempre llevan con ellos casi todos los elementos necesarios para la investigación.

Dos de ellos eran las calzas que cubrían sus zapatos y guantes para no deteriorar huellas.

Así se acercó el teniente Ibáñez a los dos cadáveres.

Con libreta y lápiz, iba apuntando los detalles que le iban dejando pistas a seguir.

Mientras, el fotógrafo tomaba primeros planos de toda la escena.

Después siguió con las suelas de los zapatos de los policías involucrados.

Cuando el teniente Ibáñez terminó con la investigación primaria, se acercó a la juez dándole los resultados de su observación.

Juez Camela, la víctima aparentemente mayor, la mataron en otro lugar y la trajeron aquí.

La otra víctima más joven, la mataron aquí y después la violaron. Las dos con un balazo en el corazón.

¿Cómo dedujo eso teniente?

La mayor se desangró en otro lado.

La menor se desangro en el lugar donde se encuentra.

¿Cómo sabe que fue violada Ibáñez?

La ropa interior está debajo del cuerpo.

Hay rastros de que sus talones fueron empujados hacia atrás.

¡O sea doblaron sus rodillas! Hay huellas de otras rodillas y más atrás las puntas de dos zapatos.

¡Hombre hincado juez!

Las fotos y el forense probarán mi teoría. Ninguna de las dos víctimas posee documentos de identidad.

Teniente, el comisario me dijo que se enteraron por una llamada anónima.

Y que el primero que se enteró y llegó a la escena del crimen, fue el sargento Adrián Mayo

Justo se encontraba en la cercanía de los hechos en su patrullero.

Así que las primeras huellas son las de él.

¡No juez, las primeras son las del, o los asesinos!

Como sea, de cualquier forma será el primero que llevará a mi despacho.

¡Así se hará juez!

Juez e investigador, la admiración que sentían uno por el otro no era secreto para nadie.

¡Ella lo admiraba por su inteligencia, seriedad y con qué capacidad encaraba las investigaciones!

¡Él, por su tenaz esfuerzo de imponer la justicia, más allá de la ley y cualquier duda!

Más de una vez el teniente Ibáñez le había dicho, juez Camela no se muestre tanto en las escenas del crimen.

Sin darse cuenta puede estar arriesgando su vida.

Y ella le contestaba, si no me involucro no veo, si no veo, ¿cómo puedo hacer una verdadera justicia?

¡Su carácter no le permitía ver de otra forma!

Lo importante era que la juez Camela, y el teniente Ibáñez con su equipo, resolvían hasta el más difícil de los casos.


Cap. 2


Al día siguiente el teniente Ibáñez hace una visita al médico forense, para obtener un adelanto de sus análisis.

¡Hola teniente!

¿Cómo estás doctor?

¿Tienes alguna novedad?

¡Si teniente!

Las dos víctimas murieron con un balazo en el corazón.

Hemos encontrado cinco pelos púbicos en la víctima más joven que no son de ella, y cuatro parásitos llamados Ladillas que creemos que se lo contagió un violador.

Tenemos la seguridad de que fue violada después de haber sido asesinada.

En las uñas se encontraron resto de piel.

Con los análisis de ADN sabremos si pertenecen a la misma persona.

El violador se protegió con un preservativo.

¿Sobre los proyectiles doctor?

Teniente, los proyectiles en las dos víctimas salieron de dos armas iguales. Puedo asegurarle que las dos pistolas son nueve milímetros.

¿Para cuándo está el resultado de los análisis de ADN doctor?

De ocho a diez días teniente, yo te llamo cuando estén.

¡Gracias por todo doctor!

¡Vaya con Dios teniente!

El teniente inmediatamente se comunicó con su equipo y dio una orden, buscar un preservativo en un radio de cincuenta metros desde el lugar del crimen.

Iba a ser muy difícil, porque era un área con mucha maleza y frecuentada por muchas parejas.

Pero se podría probar, que el violador también fuera testigo del crimen.

Mientras, la juez Camela interrogaba al patrullero Adrián Mayo.

¿Sargento, a qué hora llegó a la escena del crimen?

Inmediatamente que me lo comunicaron por radio.

Cuatro horas once minutos.

Así figura en la grabación, juez.

¿Llovía en ese momento sargento?

Ya había parado, juez.

¿Tocó algo?

¡Sí! Juez.

Le bajé la falda a la joven víctima.

¿Por qué lo hizo sargento?

¡Me sentí mal al verla y por pudor lo hice! ¿Sargento, le sacó fotografía a las suelas de sus zapatos? ¡Sí juez junto con los demás!

Gracias por venir sargento, puede irse.

¡Que tenga buen día juez!

El equipo del teniente Ibáñez después de dos horas y media, antes que se hiciera la noche, a veinte metros de donde se hallaron los cuerpos encontraron un preservativo.

Anudado, con todo el contenido adentro.

Inmediatamente lo llevaron al laboratorio.

En unos días se sabrá si el ADN es el mismo de los pelos púbicos encontrados.

Si así fuese, tendríamos al violador y posible testigo de las muertes.

Al día siguiente el teniente Ibáñez se reunió con su equipo.

Empezó diciendo; en unos pocos días tendremos el resultado de todos los análisis.

Para cuando los tengamos, debemos tener también un sospechoso.

Así que hoy se empieza la búsqueda.

Uno de los detectives Javier Lucas pregunta. ¿En dónde empezamos teniente?

Quiero que vuelvan al lugar de los hechos, e investiguen en toda la zona si hay hombres en situación de calle, lo o los detienen y requisan sus pares de zapatos.

Otro detective Néstor Ruiz pregunta.

¿Teniente por qué tiene que ser en situación de calle?

Porque en un noventa por ciento a las cuatro de la mañana y lloviendo, tiene que ser alguien en situación de calle.

Ese alguien pudo ver el asesinato de la víctima más joven y cuando se fueron él o los asesinos, ese alguien la violó.

El mismo detective hace otra pregunta.

¿Teniente, usted dijo en un noventa por ciento?

¿El otro diez por ciento?

Si en el correr de la investigación, algún testigo aporta datos que pueda involucrar a otra clase de sospechoso, lo investigan.

¿Alguna otra pregunta?

No teniente, contestaron.

Los tres detectives se fueron a continuar con las investigaciones. Ese mismo día el teniente Ibáñez fue hasta la central telefónica, para averiguar desde donde se hizo la llamada anónima a la comisaría. Le informaron que la llamada se hizo desde un teléfono público, a las tres horas cincuenta y ocho minutos del pasado lunes. El teniente pregunta, ¿en dónde está ubicado ese teléfono público? Está en el mil trescientos de la calle Rocas, le contestaron. El teniente pensó, ¡a dos cuadras de los hechos! Le dieron un comprobante, agradeció y se fue rumbo a la calle Rocas. El teléfono estaba ubicado al frente de un almacén por mayor. Entró al establecimiento, se dio a conocer y pidió las grabaciones de las dos cámaras situadas en el exterior.

¿Qué día teniente?

Las del pasado lunes a la madrugada.

Le dieron una copia de las dos cámaras.

¡Les agradezco, han sido muy amables!

Inmediatamente se fue a su escritorio ansioso por ver lo que había en las grabaciones.

A la hora que fue establecida la llamada, las dos cámaras, primero de costado y después de espalda, enfocan un individuo que llevaba un equipo para la lluvia que prácticamente lo cubría todo.

El teniente observó que lo único para tener en cuenta de las grabaciones, eran un impermeable oscuro y roto en el hombro izquierdo, más un gorro claro de lluvia. No podía asegurar de que colores eran, porque el alumbrado de la calle los cambia. El sujeto daba la impresión que tenía dificultad para caminar.

Al segundo día los detectives habían recorrido casi toda la zona.

Nadie sabía y nadie había visto nada.

Como dijo una vecina del lugar, ¡a esa hora y lloviendo, quien va a ver algo! Al tercer día uno de los detectives Cesar Ocampo entra por un camino vecinal, se encuentra con dos vecinas que aparentemente hacían mandados. Se identifica y les pregunta; ¿Saben de algún hombre que vaya o venga a las cuatro de la madrugada en este barrio?

Contestaron que no tenían idea de quien andaba a esas horas.

Señoras una pregunta más; ¿saben de algún hombre que esté en situación de calle?

Las dos asintieron que sí.

Y agregaron, a tres calles tomando por esa, señalando una calle trasversal, hay una garita policial abandonada que la ocupan dos hombres.

Después que las dos señoras dieron ese dato, una de ellas preguntó.

Señor detective, ¿usted no dirá nada que nosotras le informamos?

La otra pregunta también, ¿no seremos molestadas?

¡No tengan temor señoras, yo nunca las vi!

El detective tomo nota y enseguida se comunicó con el resto del equipo.

Se reunieron y acordaron comunicarle al teniente Ibáñez la nueva pista.


Cap. 3


El teniente Ibáñez inmediatamente se reunió con ellos y decidieron hacer el arresto de inmediato. Eran aproximadamente las diecinueve horas.

Primero pasaremos y veremos el panorama, aseguró el teniente.

¡Así lo hicieron!

Al pasar, disimulando miran hacia la garita.

Había dos hombres sentados al lado de un fuego como cocinando algo. Uno joven y el otro un anciano.

Dieron la vuelta, pararon el auto y se dirigieron a ellos.

Ibáñez arma en mano dijo, quedan arrestados por sospecha de asesinato. Mientras los detectives los esposaban, el teniente revisaba la garita. Entre las cosas, se encontraba un equipo de lluvia negro, roto en el hombro izquierdo y un gorro amarillo. Casi lo que vi en el vídeo, pensó el teniente.

Al subirlos en la parte de atrás del auto, ningún detective quería estar al lado de ellos, por temor a las pulgas y ladillas.

El teniente sin hablar los comprendió, pero con su mirada se hizo entender.

El detective que se sentó en el asiento delantero, no pudo disimular una sonrisa.

Los llevaron a la comisaría de la zona, hasta el otro día que serían llevados a declarar ante la juez del crimen Camela Santos.

Pidió al comisario que antes de las veinticuatro horas, fueran aseados para llevarlos frente la juez.

Antes de irse el teniente les pregunta a los detenidos; ¿quieren declarar ahora?

El viejo con dificultad para caminar se acerca a la reja y con lágrimas dice; ¡oficial yo quería colaborar desde el primer momento!

El teniente lo miró con lastima y dijo; ¡ya lo sé viejo!

Al salir de la comisaría el teniente le da dinero a uno de sus detectives; ¡comprarles algo para comer y un refresco!

Al otro día cuando los fueron a buscar para presentarlos a declarar frente a la juez Camela, eran dos hombres distintos.

¡En la comisaría habían hecho un buen trabajo!

¡Estaban alimentados y limpios!

De a uno pasaron frente a la juez.

Primero el mayor.

La juez con la grabadora prendida comienza. ¿Cómo se llama señor? Roberto Correa, juez. ¿Qué edad tiene? Ochenta y tres.

<Yo la juez Camela Santos, comienza a interrogar al señor Roberto Correa, edad ochenta y tres años, como testigo de los crímenes de dos mujeres aún sin identificar.>

Señor Correa, por las grabaciones sacadas de las cámaras frente a los almacenes, sabemos que fue usted quien hizo la llamada para informar a la policía.

Cuénteme ¿qué es lo que vio?

El viejo con voz temblorosa cuenta.

Mi hijo y yo siempre salimos a la madrugada a revisar Volquetas.

Es la mejor hora para encontrar lo que recién se tiró.

En ese momento llovía mucho.

De pronto mi hijo me hizo agachar tras de ella.

Me dijo que una camioneta se acercaba a las arboledas, a uno cincuenta metros.

Asomé mi cabeza arriba de la Volqueta y vimos a dos hombres que bajaban un cuerpo que parecía sin vida.

Después abrieron la puerta de atrás, bajaron a una mujer caminando y luchando contra los dos hombres.

Uno de ellos, el más bajo sacó un arma y le disparó.

¿Recuerda cómo era la camioneta señor Correa?

¡Algo juez!

Se veía azul, con un aro en cada puerta blanco y marrón.

¿Recuerda cómo vestían los hombres, señor Correa?

¡Si juez!

Los dos iguales, con uniformes azules y gorra con visera del mismo color.

La juez sigue preguntando; ¿qué hicieron después?

Después que se fueron, nos acercamos a los cuerpos y con certeza vimos que eran dos mujeres.

Le dije a mi hijo, ¡debemos llamar a la policía!

Él me contestó que no, que no nos metiéramos.

Yo insistí en hacerlo.

Él aceptó con la condición de que lo hiciera en forma anónima.

¿Cómo sabía el número de la comisaría don Correa?

¡Yo tuve que llamar en varias oportunidades cuando detenían a mi hijo por sus errores!

¿Qué hizo su hijo mientras usted fue hacer la llamada?

Señora juez, él me dijo que se fue al lado de la Volqueta para no comprometerse y allí lo encontré.

¿Después que hicieron?

Cuando sentimos la sirena del patrullero nos fuimos.

Señor Roberto Correa, ahora lo llevaran a otra sala para ver si puede reconocer la camioneta y los uniformes.

¡Si juez!

Fin del interrogatorio.

La juez apagó el grabador.

Le pidió a su secretaria llevar al señor Correa y llamar al especialista en descifrar colores nocturnos.

La juez esperó a que volviera la secretaria, e hizo entrar al hijo del señor Correa.

Prendió el grabador y encaró al sospechoso.

La juez le hizo la primera pregunta.

¿Su nombre es Cesar Correa?

¡Sí juez!

Señor Correa, si usted lo cree necesario veré que lo acompañe un abogado de oficio en este interrogatorio.

¡No señora juez, no lo quiero!

Señor Cesar Correa puede contarme, ¿qué pasó la noche de los asesinatos?

El hombre contó con todo detalle lo sucedió esa noche.

Un calco de lo contado por su padre.

¡Omitió la violación!

La juez lo dejó hablar hasta que terminó el relato.

Señor Cesar Correa, usted fue acusado y condenado a tres años de prisión por violación.

Otras dos veces lo acusaron por lo mismo y liberado porque las victimas retiraron la denuncia.

¿Es así señor Correa?

¡Si señora juez! ¿Señor Correa, usted niega haber violado una de las victimas fallecidas mientras su padre hacía la llamada a la comisaría? El hombre no contestó y se puso a llorar mientras decía, ¡estoy enfermo! ¡Usted es un enfermo muy precavido! ¡Usó preservativo para violarla! La juez insiste, conteste, ¿la violó, sí o no?

¡Sí lo hice!

La juez se levantó de su sillón, fue hasta la puerta y hace entrar al policía de guardia.

Tome asiento oficial.

Pone desde el principio lo grabado y sigue grabando.

<Con el sargento Luis Rodríguez como testigo, acuso y detengo al sospechoso señor Cesar Correa por la violación de una joven ya fallecida, cuya filiación se conocerá después de los análisis de ADN.>

El sargento esposa al detenido y lo entrega a dos policías que lo llevaran a la cárcel central a la espera de la sentencia.

El padre, don Roberto Correa, después de ver varias fotos reconoce el modelo de camioneta que había visto con su hijo en el lugar de los crímenes.

El especialista en colores que cambian en la luz artificial, en su escrito dice; los colores que vieron en la luz artificial, en la luz natural la camioneta y uniformes son verdes.

Los círculos de dos colores en las puertas, en luz natural son blancos y rojos.

La juez le dice al especialista; ¡es una camioneta del ejército o una empresa que usa el mismo logotipo!

¡Disculpe juez, creo que no hay mucho para pensar!

¡Es una camioneta del ejército, se animó a decir el especialista!

Se saludaron y el hombre se fue.

La juez se quedó pensando; ¡tiene razón, la debemos encontrar y ubicar en la escena del crimen!

La juez que no dejaba nada fuera de lugar, se sienta junto a don Roberto Correa.

¿Señor Correa usted está en situación de calle?

¡Si señora juez!

¡Muy bien!

En dos horas lo pasaran a buscar de una casa de ancianos, en donde usted estará en un hogar con comida y amigos.

¿Qué pasará con mi hijo, juez?

A su hijo, le recomendaré a las autoridades competentes, que traten su caso como una enfermedad.

Don Correa; ¿sabe que su hijo violó a una de las víctimas?

¡Lo imaginé juez!

¡Lo bueno de todo esto, es que los dos van a quedar en buenas manos!

El viejo toma una mano de la juez, se la besa diciendo, ¡gracias, gracias!

Antes de irse la juez le dice; ¡no olvide que debe esperar aquí sentado!

Se dirigió a su despacho, llamó a un hogar de ancianos y dejó todo arreglado para que lo vengan a buscar.

Después llamó al teniente Ibáñez, le pidió presentarse con su equipo al día siguiente bien temprano.


Cap. 4


Al otro día se reunieron.

La juez puso en conocimiento a todo el equipo el resultado de los interrogatorios y el análisis del especialista en colores con luz artificial.

¿Alguna idea teniente?

Si juez, buscar en todas las dependencias del ejército la camioneta y sus ocupantes en la noche del crimen.

Uno de los detectives Néstor Ruiz dice; sacarle a un integrante del ejército información de sus compañeros, es casi imposible.

La juez habla con firmeza, todo aquel que retenga información de un delito es cómplice del mismo, es arrestado por la ley y penado por la justicia.

No titubeen en aplicar la ley.

Si tienen pruebas lo arrestan.

Si sospechan, lo citan y lo interrogaremos.

Teniente Ibáñez, llame algunos periodistas y haga una conferencia de prensa.

Pida que publiquen sobre las dos mujeres asesinadas, supuestamente madre e hija o hermanas.

Hasta ahora nadie denunció sus desapariciones.

Con las publicaciones, tal vez logremos que alguien con información hable.

¿Alguna cosa más Ibáñez?

¡No juez!

Entonces cuanto antes inicien la búsqueda de la camioneta y sus ocupantes.

El teniente Ibáñez, ordenó a sus investigadores recorrer cuarteles e instituciones del ejército en busca de información que los lleve a posibles sospechosos. Después de dar órdenes a su equipo de investigadores, se dirige a un conocido periodista policial.

¡Querido amigo González, hoy a las veinte horas daré una conferencia de prensa en el juzgado del crimen!

Comunica a tus colegas que se presenten.

¡Si Ibáñez, allí estaremos!

Luego se encamina hacia el estudio del fotógrafo de la policía.

¡Hola Eduardo!

¡Teniente te estaba por llamar, te tengo novedades!

¿Son buenas?

¡Claro que si, dijo el fotógrafo mientras sacaba varias fotos sacadas en la escena del crimen de las dos mujeres.

¡Mira estas Ibáñez!

Mostraba varias fotos corregidas de dos pares de suelas aparentemente de botas.

Estas son las primeras pisadas en el lugar del crimen.

Frente a ellas se encuentran las huellas de dos sandalias, que por supuesto son las de la víctima más joven.

Pero lo curioso Ibáñez, es que las huellas de las botas tienen un logotipo huecograbado, con la forma de un ancla.

¿Qué debo pensar Eduardo?

¡Cae de maduro Ibáñez, es gente de la marina!

¡Pero....la camioneta es verde como las del Ejército!

Acá hay dos cosas teniente, se equivocó el especialista en colores o andaban en camioneta prestada.

¿Eduardo puedes darme copias de las fotos?

Enseguida teniente.

El teniente Ibáñez tomó las copias, agradeció a su amigo y se fue.

Al salir a la calle llamó a su equipo, ordenó que abandonaran la investigación y se reunieran con él en el juzgado a la hora de la conferencia de prensa

Estas pruebas cambiaban el curso de la investigación

Estaba seguro que el especialista en colores con luz artificial, no se equivocaba.

Hizo una segunda llamada, esta vez a otro amigo, el capitán de navío Carlos Abure.

Llamó a su escritorio y lo atendió su secretaria.

¿Se encuentra el capitán Abure?

¿De parte de quién?

Del teniente Ibáñez.

Un momentito por favor.

¡Hola Ibáñez!

¿Cómo estás?

Bien capitán, te llamo para ver si puedo hacer una cita contigo.

¡Tengo que hacerte una consulta!

¡Cuando quieras teniente!

¿Puede ser mañana?

Ibáñez, a partir de las ocho estoy acá.

Hasta mañana Abure.

Hasta mañana teniente.

Esa tarde a las veinte horas, se reúnen en el juzgado el teniente Ibáñez, su equipo y varios periodistas. El teniente toma la palabra.

Han sido citados a esta conferencia de prensa, para pedirles que colaboren en la aclaración de dos crímenes. Como ustedes ya saben, en la madrugada del pasado lunes en el camino de Las Rocas y calle Selva, se encontraron dos mujeres muertas que pueden ser hermanas o madre e hija.

El pedido de la juez Camela y su equipo de investigadores al periodismo, es que ustedes publiquen un artículo de colaboración a sus lectores, por si alguien sabe algo y quiera informarnos de sus identidades.

Un periodista levanta la mano para hacer una pregunta.

Teniente sabemos de las muertes y que lo están investigando.

¿Las víctimas no tenían documentos de identidad?

¡No!

Otro periodista; ¿no hay denuncia de desaparición?

Señor periodista los llamamos a ustedes por esa razón.

Una pregunta más.

Otra periodista pregunta. ¿Las huellas de las víctimas no aclaran quiénes son?

Señorita tenemos sus huellas, pero no están en los registros.

El teniente sigue, confiamos en ustedes.

Puede que sus artículos ayuden a aclarar estos homicidios.

¡Muchas gracias, se los agradecemos!

A la mañana siguiente el teniente Ibáñez se encontraba con su amigo el capitán Abure.

¡Hola capitán!

¡Hola teniente, cuánto tiempo sin vernos!

¡No lo suficiente para olvidarnos capitán!

¿Qué te trae por aquí Ibáñez?

Respuestas capitán, respuestas.

¡Haz las preguntas teniente!

¿La Marina y el Ejército colaboran entre sí?

¡Por supuesto, cada vez que nos necesitamos estamos a la orden!

Abure, a ver si entiendo. ¿Si ustedes precisan una camioneta el ejército se las presta?

¡Claro!, ¿pero adónde quieres llegar teniente?

¡Discúlpame Abure, tengo que ser muy cuidadoso de que y como pregunto!

Puedo estar generando un conflicto entre la Marina y el Ejército.

No te preocupes mi amigo, pregunta lo que tengas que preguntar.

¡A si lo haré Abure!

¿En la madrugada del pasado lunes, quiénes de la Marina tenían en su poder una camioneta del Ejército?

Teniente, todos los intercambios entre la Marina y el Ejército, son registrados en las computadoras de todas las unidades.

Día, hora, nombres y estado en que se entregan maquinarias, camiones, camionetas, autos e instrumentos varios.

El capitán Abure se pone frente a la computadora, buscando en los registros desde el día Domingo, hasta el Lunes al medio día.

¿Ibáñez en qué zona deberían aparecer?

En una órbita de diez kilómetros, tomando como centro camino De Las Rocas y calle Selva.

Domingo dieciséis horas, sale del regimiento catorce una camioneta prestada a la Marina para cargar y entregar mercadería al barco de carga El Soberano.

Chófer, el capitán de fragata Raúl García.

Ayudante, el marinero Ana Rodríguez.

Abure, por ahora esta camioneta y sus ocupantes quedan descartados.

¡Acá hay otro teniente!

El mismo domingo a las catorce horas, sale del batallón dieciocho una camioneta furgón que se empleó para trasladar seis marineros armados, como guardia marina para controlar un barco japonés en su arribo a puerto.

Al volante iba el mayor Alberto Túnez y como acompañante el marinero Juan Días.

¡Estos me interesan, no busques más Abure!

¡Espera, espera teniente aquí hay algo más!

Los dos con varios arrestos por indisciplinados.

Al mayor Túnez, agrégale provocador y bravucón, basado en sus conocimientos de artes marciales.

Entregaron la camioneta el lunes a las seis de la mañana al batallón dieciocho.

Los dos se encuentran en el cuerpo de fusileros bajo el mando del almirante Guillermo Zaino.

Te explico Abure, estos señores van a ser investigado y con seguridad arrestados por sospecha de los asesinatos de dos mujeres.

En cuanto tengamos los resultados de los ADN, procederemos al arresto.

¡Me enteré en los periódicos teniente!

Cuando sea el momento, comunícate con el almirante Zaino de mi parte.

¡Abure, de parte de la juez Camela y todo el equipo de investigadores, te agradecemos!

¡Ha sido un gusto teniente!

Se saludaron y el teniente se fue.


Cap. 5


Un día después el forense se comunica con la juez Camela.

Juez, me llegaron del laboratorio los resultados de ADN.

Gracias doctor, mandaré a buscarlos.

Inmediatamente la juez firmó una orden de arresto, para el mayor Alberto Túnez y el marinero Juan Días.

Se comunicó con el teniente Ibáñez.

Teniente, están los resultados de ADN, levante la orden y proceda al arresto de los sospechosos.

¡De inmediato juez Camela!

Ese mismo día, se presenta en las oficinas de la juez Camela, un señor que dijo llamarse Luis Jara y era encargado del hotel San Javier en la calle Cabildo al dos mil cien.

Se enteró por los periódicos que se pedía información de dos mujeres víctimas de asesinatos.

La juez le pregunta, ¿en qué nos puede ayudar señor Jara?

Señora juez, en mi hotel se hospedaron dos señoras, madre e hija.

Señor Jara, ¿cómo sabe que eran madre e hija?

Porque el domingo al medio día, ellas pidieron alojamiento en el hotel, dejaron sus documentos de identidad, pagaron una semana adelantado y se fueron de compras.

¡Hasta ahora no sé nada de ellas!

¿Señor Jara, los documentos de identidad están en su hotel?

¡No juez, los tengo conmigo!

Mientras hablaba sacaba de un portafolio ambos documentos.

La juez los observó dos minutos y comprobó que eran las mismas victimas de homicidio. Con sus nombres también comprobó que eran madre e hija.

Se llamaban, María Lemas de López, argentina de cuarenta y dos años y Cristina López argentina de veintidós años.

¿Señor Jara, entiende que estos documentos pasan a ser pruebas en los crímenes y debo retenerlos?

¡Si juez!

¿Y el dinero que pagaron por una semana de estadía, debo devolverlo?

No señor Jara.

No es culpa del hotel lo ocurrido.

Y la juez termina diciendo, si la situación lo requiere lo citaremos, puede irse.

¡Gracias por todo!

¡Un gusto juez!

Al momento entra el teniente Ibáñez a la oficina.

¡Hola juez!

Siéntese teniente.

Ella lo puso al tanto de las últimas novedades y él asintió como que no era ninguna sorpresa.

Le entrega la orden de arresto para los dos sospechosos, Alberto Túnez y Juan Días.

Teniente los quiero detenidos de inmediato.

¡Así se hará juez!

En treinta minutos el teniente estaba reunido con su equipo dirigiéndose al Cuerpo de Fusileros de la Marina.

A llegar se presentaron con sus credenciales acreditando quienes eran.

El teniente pidió para hablar con el almirante Guillermo Zaino, de parte del capitán Abure.

Inmediatamente fueron llevados a la oficina del almirante.

El teniente Ibáñez presentó a su equipo y dijo, ¡es un gusto conocerlo almirante!

¡Igualmente teniente!

¿Que lo trae por aquí?

Traemos una orden de arresto para dos subalternos suyo, el mayor Alberto Túnez y el marinero Juan Días por ser sospechosos de dos crímenes.

¡Mire teniente, todos los problemas que involucren a oficiales de la marina, serán investigados, juzgados y penados por leyes y justicia de la marina!

Almirante, estos crímenes se hicieron fuera de su jurisdicción y en horario que sus superiores no lo habían autorizado.

Tenemos pruebas que los comprometen.

Si usted no nos entrega los sospechosos, los pediremos por vía judicial.

Entonces tendrán que compadecer los superiores a explicar por qué no sabían que ellos y la camioneta se encontraban a las cuatro de la madrugada en la escena del crimen del pasado lunes.

¡Almirante escúcheme, tenemos pruebas y testigos de que la camioneta del Ejército estuvo en la escena del crimen!

¿Usted quiere que por estos dos sospechosos se provoque un conflicto entre el Ejército y la Marina?

Almirante, todavía son sospechosos y van a ser interrogados.

Si se comprueba que son culpables pagarán por sus delitos.

Si no lo son, quedaran libres.

El almirante se quedó en silencio unos minutos como pensando en las palabras del teniente.

El que hubiera un mal entendido entre el Ejército y la Marina por dos posibles culpables de asesinato, no le gustaba nada.

Después habló, teniente, conozco al mayor Túnez, sé que es capaz de muchas cosas pero de asesinato, me cuesta creerlo.

El marinero Juan Días es su ayudante, lo admira y lo sigue en todo.

En cada acto irresponsable del mayor Túnez, él se siente orgulloso de estar a su lado.

El almirante habla por teléfono interno y pide a sus guardias que se presenten en la oficina.

Enseguida golpean la puerta y entran cinco fornidos marinos.

Ante la sorpresa del teniente y su equipo, se alinean en un costado de la oficina.

Después, toma un micrófono y llama por radio.

¡Mayor Túnez, preséntese en mi oficina!

¡Marinero Juan Días, usted también a mi oficina!

En minutos se presentaron frente al almirante.

Los dos al mismo tiempo dijeron, presente mi almirante, señor.

El mayor Túnez, hombre grande y tan fornido como los de la guardia del almirante, con una mirada se dio cuenta que algo no estaba bien. El marinero Juan Días, más bajo pero de igual contextura, con su mirada reveló culpa y miedo a la vez. Cosa que al teniente Ibáñez gran observador, no se le escapó

Depositen sus armas sobre mi escritorio, ordenó el almirante.

¡Sí mi almirante, señor!

Contestaron los dos.

El teniente puso las dos armas en bolsas de plástico con el nombre de cada marino. Mientras le decía al almirante, debo llevarlas como prueba del delito.

El almirante asintió.

Seguidamente se dirigió a los sospechosos.

Mayor Alberto Túnez, marinero Juan Días quedan arrestados por sospecha de haber asesinado a María Lemas de López y su hija Cristina López.

¡Todo lo que digan o hagan les servirá en su contra!

¡Entendieron!

El marinero Juan Días en voz baja dijo sí.

El mayor Túnez lejos de contestar, la emprende a golpes contra el equipo del teniente cuando los iban a esposar.

Y al grito de traidores, se enfrenta al almirante.

La rápida intervención de los cinco guardias, hacen que la situación no se transforme en una verdadera tragedia.

Esposados y engrillados en los pies por los guardias, sus propios compañeros hacen que el mayor Túnez siga gritando traidores, traidores.

El almirante Zaino se paró frente al mayor Túnez y con voz enérgica le dijo, si se comprueba que ustedes son los causantes de esas muertes, pagaran con muchos años de cárcel deshonrando a la Marina y al Ejército.

Pero si son inocentes, que no lo creo, la Marina les dará de baja sin honor y sin ninguna compensación.

Miró al teniente y le pidió, ¡sáquelos de mi vista!

Los subieron a una camioneta de la Marina.

El teniente Ibáñez se quedó ultimando detalles con el almirante Zaino.

¡Teniente, un abogado de la Marina los representaran!

El teniente vio tristeza en el rostro del almirante y lo comprendió.

¡Me parece bien almirante!

Se saludaron, y prometieron mantenerse comunicados.


Cap. 6


Con la colaboración de los marinos guardias del almirante, los sospechosos fueron encarcelados en la Cárcel Central a la espera de ser interrogados.

Las pistolas se entregaron en balística para comprobar si las balas sacadas de las víctimas salieron de ellas.

Después de los arrestos el teniente Ibáñez se reúne con la juez Camela.

El teniente le comunicó los detalles de los arrestos.

¿Cómo los ve teniente?

¡Culpables juez!

¿A quién vio más accesible?

¿Para interrogar juez?

De eso hablo teniente.

Yo empezaría con el sospechoso Juan Días.

¡Así lo haremos teniente!

La juez Camela le pide a su secretaria que se comunique con el abogado de la marina y haga una cita para el día siguiente, si es posible a las diecisiete horas.

Si no dispone de tiempo a esa hora, que nos avise.

Teniente puede irse, si surge alguna novedad nos estaremos comunicando.

La secretaria recibe una llamada del doctor Alejandro Omero, uno de los abogados de la Marina, confirmando que estará a la hora estipulada por la juez Camela.

Al otro día la juez se comunica con la Cárcel Central y ordena que le lleven al sospechoso, el marinero Juan Días a las diecisiete y treinta.

O sea, media hora después de la llegada de su abogado.

A la hora programada, llega el doctor Omero a las oficinas de la juez.

¡Mucho gusto juez Camela!

¡Es un honor conocerla!

¡Siento lo mismo doctor Omero!

Juez Camela, si usted me lo permite, antes quiero decirle que he hablado con mis protegidos y les aconsejé no declarar hasta que sus ADN estén pronto.

Doctor Omero sus protegidos van a enfrentar cargos por dos homicidios sumamente agravados.

En un juicio van a enfrentar penas hasta de veinticinco años a cadena perpetua.

Tengo pruebas, testigos y balística me acaba de mandar el informe, que las balas sacadas de las victimas salieron de las armas de los acusados.

Deje que por lo menos un acusado declare y no vaya a juicio.

Logrará que su pena tenga una rebaja de muchos años.

Tiene quince minutos para pensarlo.

¿Por qué quince minutos juez?

Porqué en quince minutos, tendremos a uno de los acusados a declarar si usted lo permite.

¡Haré que declare juez!

¡Sabía que lo haría doctor!

Justo a las diecisiete y treinta llegan dos guardias custodiando al sospechoso Juan Días.

Sin sacarle las esposas ni los grilletes de los pies, la juez lo hace sentar frente a su escritorio.

Después les pide a los guardias que esperen en la puerta. ¿Juez me podría dar cinco minutos a solas con mi cliente? ¡Si abogado, los necesita! La juez se pasó a otra oficina. Cuando volvió tomo asiento y seguidamente prende la grabadora que está permanente en su escritorio.

Mira al detenido y le pregunta. ¿Sabe por qué está acá?

¡Sí!

¿Conoce al doctor Alejandro Omero?

¡Sí, es mi abogado! <La juez continua, yo la juez Camela Santos, junto al doctor Alejandro Omero y el acusado Juan Días por las muertes de María Lemas de López y Cristina López, empiezo el interrogatorio.>

¿Señor Juan Días entiende de qué se le acusa?

¡Sí juez!

¿Señor Juan Días como se declara?

¡Culpable de todos los cargos!

La juez le acercó el micrófono.

Declare los hechos desde el principio con todo detalle.

Él miró a su abogado como buscando su apoyo.

El doctor Omero asintió con la cabeza.

El pasado domingo a las catorce horas yo y el mayor Túnez, retiramos una camioneta prestada a la Marina por el batallón dieciocho.

Nos dirigimos nuevamente al Cuerpo de Fusileros, levantamos seis marinos armados y los llevamos al puerto a custodiar un barco japonés recién llegado.

Después que terminamos nuestra misión, el mayor Túnez dijo, ¡ahora a divertirnos!

La juez le pregunta, ¿le pidió que lo acompañara?

¡Juez, el mayor Túnez no pide, ordena!

¡Está claro, continúe!

Tomó el rumbo al centro de la ciudad.

Cuando transitábamos por la calle Cabildo, el mayor me llamó la atención para que mirara a dos damas que estaban mirando vidrieras.

Ellas observaron que las mirábamos y nos sonrieron.

Paramos y bajamos de la camioneta.

Ellas nos seguían sonriendo.

Nos presentamos y seguimos conversando.

Daba la impresión de que les atraían los uniformados.

Después entramos a un bar y tomamos unas copas.

La mayor dijo llamarse María y la menor Cristina.

Nosotros también dimos nuestros nombres.

A todo eso se hicieron las veintiuna horas.

El mayor Túnez y la que dijo llamarse María, estaban bastante pasados en copas.

El mayor Túnez las invito a conocer la ciudad viajando en la camioneta.

Llegamos a un descampado y el mayor con un guiño me dijo que pasarían a la parte de atrás.

Yo y la joven nos quedamos en los asientos delanteros conversando.

De pronto sentimos un estampido adentro de la camioneta.

Salimos de la parte delantera y fuimos hacia atrás.

Había empezado a llover.

Se abrió la puerta trasera y salió el mayor diciendo que hubo un accidente.

Y explicó que jugando con el arma, se había disparado hiriendo a la mujer en el pecho.

Después gritó, ¡marinero hay que llevarla a un hospital!

Al grito de ¡mamá, mamá! la joven subió a la parte trasera y Túnez la serró por fuera.

Túnez manejaba la camioneta sin rumbo. Yo pensaba que buscaba un hospital o sanatorio para atenderla y la lluvia no lo dejaba ver con claridad.

Paró la camioneta en una esquina cubierta por árboles.

Cuando dieron en las noticias que habían encontrado dos cadáveres, supe que era en la calle Selva y camino de las Rocas.

El mayor Túnez me miró y dijo, ¡estamos en un lío muy grande marinero!

La única forma de salir de él, es no dejando testigos.

¡No mayor, no cuente conmigo!

Marinero si no cuento con usted, ya no me sirve.

Sacó su arma y me apuntó.

Baje marinero.

Los dos bajamos de la camioneta, él siempre apuntándome nos dirigimos a la parte trasera.

Se seguían sintiendo los gritos de la joven por su madre.

El mayor Túnez abrió la puerta trasera y ella bajó, seguramente pensando que habíamos llegado a un hospital.

El mayor me gritó, saque su arma marinero, siempre apuntándome.

Saqué mi arma con la idea de sorprenderlo y sucedieron varias cosas a la vez.

Había empezado a llover más y a pesar de estar todos muy cerca no nos veíamos con claridad.

Dispare marinero, le estoy dando una orden directa.

Con su arma me da un fuerte culatazo en la cervical en el mismo momento que la joven salta sobre mí, clavando sus uñas en mi cuello, cerca de mis hombros. Sabiendo que iba a morir quiso defenderse.

Yo no sé si el culatazo o los arañazos me hicieron disparar mi arma.

¡Solo se, que mi disparo la mató!

La voz de la juez lo interrumpe, señor Días sáquese el pañuelo y la camisa.

El marinero mira a su abogado y él vuelve a asentir con la cabeza.

Se saca las dos prendas y aparecen las marcas de los arañazos y en la cervical un gran moretón.

Póngase las prendas y siga con su confesión.

El mayor siempre apuntándome, me sacó el arma y me dijo, ¡vio que fácil, ya estamos los dos implicado! Bajamos el cadáver de la señora y lo dejamos junto al de su hija.

Subimos a la camioneta y él se dirigió a su casa.

Me ordenó ayudarle a lavar el piso que estaba con manchas de sangre.

Al terminar de limpiarla, nos fuimos a entregarla al batallón dieciocho.

Cuando llegamos al Cuerpo de Fusileros el mayor Túnez con tono amenazante me dijo.

Marinero, olvide todo, es una orden. ¡Eso es todo juez!

La juez Camela se puso a redactar un documento en que el acusado reconocía la confesión grabada declarándose culpable.

La firmaron el declarante, su abogado y la propia juez.

¿Doctor Omero está conforme?

¡Sí su señoría!

Ahora si usted está de acuerdo, mandaré a su cliente al médico forense.

¡Eso lo ayudará doctor!

La juez firmó otra orden y llamó a los guardias, les pidió que ya lo llevaran al médico forense.

¡Así se hará juez, le contestaron!

Doctor Omero, constatando sus marcas lo ayudaran en el proceso.

¡Muchas gracias su señoría! Si usted no tiene inconveniente doctor, mañana a la misma hora traeremos a su otro cliente para interrogarlo. Mañana estaré a las diecisiete horas juez.

Se saludaron y el doctor Omero se fue.

Inmediatamente la juez llamó al teniente Ibáñez. Vaya al batallón dieciocho y requise la camioneta involucrada en los asesinatos.

¡Ya lo hicimos Juez!

En este momento están buscando rastros de sangre. ¡La juez pensó, eran esas cosas que lo hacían admirable al teniente!

No precisaba órdenes ni permiso para hacer las cosas bien.

Más tarde el teniente se comunicó con la juez, asegurando que se había encontrado rastros de sangre que coincidía con la victima mayor.

¡Buen trabajo teniente!

Ibáñez, mañana a las diecisiete horas lo quiero en mi oficina.

Allí estaré juez.

La juez no quería que el teniente se perdiera el desenlace de su investigación.

Al otro día a las diecisiete horas en la oficina de la juez Camela, se encontraban el doctor Omero, el sospechoso mayor Túnez, el teniente Ibáñez y la juez.

El primero en tomar la palabra fue el doctor Omero.

Con su permiso juez, antes que nada quiero aclarar que mi cliente no quiere ser interrogado, quiere ir a juicio.

¿Doctor, le explicó el riesgo de tomar esa decisión?

¡Sí su señoría!

La juez, el doctor Omero y el acusado firmaron un documento en que aceptaban la renuncia de no ser interrogado e ir a juicio. ¡Muy bien doctor! Mañana recibirá en su despacho un memorándum con todas las pruebas y firmas de los profesionales que las elaboraron. ¡Gracias por todo juez! ¡Un gusto doctor Omero!

Las pruebas eran abrumadoras en contra de los acusados. Como testigo principal de los hechos, fue el marinero Juan Días.

El fiscal pidió cadena perpetua para el mayor Alberto Túnez y treinta años de prisión para el marinero Juan Días.

Cumplido el juicio, el juez actuante como ya se sabía, aceptó la pena que el fiscal impuso. El mayor Alberto Túnez fue condenado a cadena perpetua.

El marinero Juan Días a veinte años de prisión, por haber confesado sin ir a juicio.

Con los nombres de las víctimas y de donde procedían, fue fácil hallar al esposo de la señora María Lemas de López y padre de Cristina López.

¡Pero lo más triste, lo más asombroso, fue que en el pedido de repatriación de los cuerpos, el señor López olvidó el de su mujer!

Solo llevó el de su hija.



"La Juez" es una saga de:
Abel Omar Luttringer

ISBN 978-9974-98-572-8 - Depósito Legal 357.349/11
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