La Historia de Juaquín
Ha habido pensadores de todas las épocas que
trataron de erradicar el mal del cerebro Humano.
Nunca lo lograron.
Mi Otro Yo
Abel Omar Luttringer
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Este cuento es ficticio.
Cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad.
Comentario
Todas las personas tenemos un subconsciente.
Es muy común sentir decir, mi otro yo.
Ese subconsciente o mi otro yo, se encuentran en lo más profundo de nuestras mentes.
Su aparición siempre es sorpresiva.
Nos advierte de errores que vamos a cometer o nos alienta a hacer algo.
A esos hechos, nosotros le llamamos pálpito.
Cuando sentimos que nos avisa de hacer o no alguna cosa, tengamos el sentido común de obedecerle, porque puede terminar cometiendo un gran error.
Que si no es por pérdida de memoria, puede lamentarlo el resto de su vida.
Lo que es peor, su otro yo no puede hacer nada en una mala decisión.
¡Óigalo, no lo olvide!
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MI OTRO YO
Hace cincuenta y cinco años nacimos en Montevideo Uruguay, para ser más exacto en el barrio Del Cerrito.
Hijos de buenos padres.
Nos educaron de acuerdo a sus costumbres e ideas avanzadas sobre la vida y como vivirla.
Nos llamamos, Leonardo Ambrosio.
¡Disculpen, disculpen olvidé presentarme!
Soy el subconsciente de Leonardo, el otro yo como algunos dicen.
Se preguntarán, porqué yo cuento la historia de nuestra vida.
¡Ya lo sabrán!
Como les estaba diciendo, de buenos padres buenos hijos, por lo menos en nuestro caso.
Mientras vivimos la niñez, yo y mi cuerpo nos llevábamos re bien.
Nuestras diferencias empezaron en la adolescencia.
Siempre había un tira y afloje en nuestra forma de ver las cosas.
En la mayor parte de las veces mi cuerpo salía con la suya.
Sabía que se equivocaba, pero no me escuchaba.
Teníamos diferencias en muchas cosas.
Por ejemplo, les cuento, estábamos cumpliendo casi los dieciocho, nos encontrábamos en un Club de baile.
A mí me llamó la atención una morocha cruzada de piernas sentada al frente de la pista.
Pollera negra y blusa blanca.
Con unos pechos que pedían a gritos, escaparse de la blusa.
En ese momento la sacan a bailar.
Cuando la vi moverse le llamé la atención a mi otro yo.
¡Mira!
¡Que pedazo de mujer!
Como la mayor parte de las veces, no me prestó atención.
Yo volví a insistir.
¡Mírala!
¡Es como a mí me gustan!
Él tenía la vista puesta en algo que parecía más una Rata, que mujer.
Daba saltitos que ella creía que seguía el ritmo de la música.
¿Qué estás haciendo?
¡Deja de mirar esa cucaracha!
Yo quería salirme del cuerpo, agarrarme de esa morocha y no soltarla jamás.
Pero él, despacito se va hacia la cucaracha.
Creo que me desmayé, porque cuando me di cuenta, la Rata estaba en nuestros brazos tratando de bailar.
Casi me muero de espanto.
Le miro la cara a mi otro yo, estaba bailando con los ojos cerrados.
Despierta abombado, me estás dejando como el cu.......
Para peor, la morocha pasa a nuestro lado y nos rosa.
Nos queda mirando con una sonrisa.
No era nada raro, porque teníamos nuestra facha.
Si mi cuerpo me hubiera hecho caso, le salto encima a esa morocha y no nos despegamos de ella ni con una orden judicial.
¡Huy, que noche hubiéramos pasado!
Pero él seguía moviéndose con la Rata.
Semi agachados, pegaditos cara con cara daban la impresión de que eran uno para el otro.
Cuando me di cuenta y me vi en esa posición, me vinieron náuseas y ganas de vomitar En ese sentido éramos muy distintos si se trataba de mujeres.
A mí me gustaban, hermosas, despampanantes y malas.
A él, feas y humildes.
Él decía, que después de todo tenían lo mismo que todas y nadie se la miraba.
Me cansé de querer hacerle cambiar de opinión, pero fue inútil.
Bueno, esa es una de las diferencias que teníamos.
Después fuimos buenos alumnos en primaria y secundaria.
¡Como estudiantes siempre nos destacamos!
Teníamos la guía de nuestros padres, que siempre los escuchábamos Una de las cosas que nuestros padres nos aconsejaban y nos recordaban con estas palabras; Leo, cuando empieces a trabajar, medio sueldo para vivir y la otra parte la ahorras para comprar una casa.
Un techo es muy importante en la vida.
Con contradicciones y acuerdos, seguimos nuestras vidas.
Tomando como principio los estudios.
A los veintidós años nos estábamos recibiendo de contador.
Matemática, era lo que más nos gustaba.
Empezamos a trabajar en una compañía muy importante.
Teníamos un buen sueldo.
Siguiendo los consejos de nuestros padres vivíamos con la mitad del sueldo.
La otra mitad iba una caja de ahorros.
Mi otro yo, mi cuerpo, seguía las relaciones amorosas, con la cucaracha.
La cuca se llama Anabel.
¿Saben cómo le llamaba el idiota?
¿No lo imaginan?
¡Le llamaba,...An!
Nunca pude hacer nada contra esa situación.
El seguía cada vez más enamorado.
Y yo, cada vez más angustiado.
Miraba pasar esos ejemplares de mujeres que a mí me gustaban y trataba de llamarle la atención de mil formas, pero mi otro yo no se inmutaba.
Un día nos llaman a la oficina para darnos la peor noticia de nuestras vidas.
Nuestros padres, en un accidente automovilístico habían perdido sus vidas.
A los casi veintitrés años, perdimos a la única familia que teníamos.
Fue un golpe tan fuerte para nosotros que nos cambió para siempre.
Mi otro yo, se aferró más a la cucaracha.
Yo perdí el interés en mis ideas sobre las mujeres.
Me rendí al poder que tenía la cucaracha sobre mi cuerpo.
En una de las cosas que nos pusimos de acuerdo, fue no comentarle de los ahorros que teníamos.
Lo convencí diciéndole que en el futuro podría ser una buena sorpresa.
Era mentira, porque yo como buen subconsciente decía, todavía no.
Eso tenemos los subconsciente, instinto de advertencia y presentimientos.
Debo de reconocer que la mentalidad de mi cuerpo podría tener razón sobre la Cuca.
Porque nos acompañó en nuestro dolor como si fueran sus propios padres.
Pasó un año.
Mi cuerpo hablaba de contraer matrimonio.
Yo con solo pensarlo, de morirme.
Tampoco contra eso pude.
Y llegó el momento del casamiento.
Para mí ese fue el final de las ideas sobre las mujeres.
Me sentí más olvidado que peine de pelado.
Ahora tenía que vivir su vida sin contradecirlo.
Nos casamos.
Alquilamos un Departamento y nos fuimos a vivir los tres.
La primera noche no la olvidaré jamás .
La Cuca entró al baño, para prepararse y enfrentar su entrega.
De pronto sale del baño vistiendo una camisa transparente, se para en la puerta, como diciendo ¡aquí estoy!
Mi estómago, empezó con unas revoluciones, pidiendo a gritos vomitar.
No sé cómo me pude contener.
Creo que me desmayé.
Al recuperarme, les miro las caras a los dos.
Les veo una satisfacción, que me dio envidia.
¡Como que se había acostado con la morocha del baile!
A los nueve meses, nacía el producto de la satisfacción de ellos y las náuseas mías.
¡Nació Anita!
Cuando abrió los ojos, nos miró y yo vi odio.
Mi cuerpo la miraba idiotizado.
Yo, siendo el buen subconsciente que soy, dije; pobre de nosotros.
Anita fue creciendo.
Por más que quiero recordar, no recuerdo si alguna vez se acercó a nosotros, al padre.
En cambio vivía pegada a su madre.
Siempre se alejaba, mirándonos con odio.
Parecía que nos odiaba desde que era espermatozoide Nosotros siempre le demostrábamos cariño y amor.
Ella lo rechazaba.
Esa vida duró hasta los nueve años de la niña.
El padre todo ese tiempo vivió angustiado por el comportamiento de nuestra hija.
A mí como subconsciente me tenía podrido.
Una mañana ya pronto para salir a trabajar, vimos que Anita se preparaba para ir a la Escuela.
La niña se había puesto una pollera bien corta.
Abajo de la blusa, con relleno se había aumentado el busto.
Con sorpresa y la nerviosidad de tantos años, nos paramos a mirarla.
¿Qué estás haciendo?
Que te importa, nos contesta.
Mi cuerpo se le acerca y amaga darle una bofetada.
Sácate esa ropa, le exige.
Ella lejos de asustarse dice; si me tocas te denuncio.
Aterrorizados y espantados salimos del apartamento.
--------------Leonardo, señor Leonardo.
Alguien nos llamaba golpeando una puerta.
Semidormido yo escuchaba.
Mi otro yo se levantó contestando.
¡Ya va!
Quería pensar y no podía.
¿Dónde estamos?
Mi cuerpo abrió la puerta y había un señor que nos dice; Señor Leonardo, discúlpeme que lo llame.
Me tenía preocupado.
Usted alquiló por una semana la pieza y hace tres días que no sale.
¡Pensé que le había pasado algo!
¡Me alegro que esté bien!
Señor, gracias por llamarme.
¡Disculpe señor!
¿Cómo me llamó?
Usted se anotó con el nombre de Leonardo Ambrosio, cuando me alquiló la habitación.
¿Le sucede algo señor Leonardo?
¡No!
... gracias nuevamente.
Otra vez solos en la pieza nos quedamos pensando.
¿Quién soy?
Se preguntaba mi cuerpo.
Yo pensaba lo mismo.
Habíamos perdido totalmente la memoria.
No recordábamos nada.
Un bloqueo total.
No recordábamos quienes somos ni de dónde veníamos.
Como subconsciente, sabía que lo que nos estaba pasando era consecuencia de una mala impresión.
No queríamos recordar.
Mi cuerpo sentado en la cama se agarraba la cabeza, hacía lo imposible por hacerlo.
Por una vez yo lo contradecía.
No dejaba que su memoria recuerde.
Tenía la sensación que si lo ayudaba a recordar, podría sufrir una alteración, se enfermara y se anulara mi existencia.
Preferí no recordar y que no recordara.
Me interpuse en sus pensamientos y le aconsejé que revisara los bolsillos de su ropa.
Me escuchó y lo hizo.
En uno de ellos encontró su cedula de identidad En otro bolsillo había una billetera con dinero como para mantenernos tres o cuatro meses.
Y muy escondido en la billetera, un recibo de un depósito Bancario a nuestro nombre.
Los dos al mismo tiempo nos hicimos las mismas preguntas.
¿Quién soy?
¿Por qué tenemos dinero en el Banco?
¿Por qué el recibo escondido?
No encontramos respuestas.
O no quise encontrarlas.
Ese día nos quedamos ordenando nuestras ideas.
Le aconsejé a mi cuerpo, que al otro día podíamos salir a reconocer el lugar.
Así lo hicimos.
Salimos a caminar y ver si reconocíamos algún lugar.
Todo era desconocido.
Estábamos en una ciudad que nunca habíamos visto, no la recordábamos.
Le di la idea a mi cuerpo que preguntara donde estábamos.
De acuerdo, dijo.
Le preguntamos a un señor que estaba en la puerta de un negocio.
Disculpe señor.
¿En dónde estamos?
El hombre nos miró desconfiado, pero contestó.
Está en el barrio Del Puente y sonrió agregando, en Paysandú un departamento del Uruguay.
Le agradecimos y seguimos caminando.
Le comenté a mi otro yo, seguimos sin saber nada.
Dimos la vuelta y volvimos adonde nos estábamos alojando.
Al entrar observamos que el señor que nos despertó el día anterior, se encontraba en un escritorio rodeado de boletas y recibos.
¿Cómo está?
Le pregunta a mi otro yo.
¡Bien!
Yo dije, pregúntale si precisa ayuda.
¿Lo puedo ayudar?
¿Sabe algo de contabilidad?
No sé, probemos, contestó mi cuerpo.
Nos hizo un lugar en el escritorio y mientras ordenábamos todo el papelerío, él nos comenta.
Mañana viene un inspector, si no tengo la contabilidad al día me multan.
Como que mi otro yo, mi cuerpo, hubiera trabajado de contador toda su vida le puso en dos horas todo al día.
Lo que al hombre le hubiera costado toda la noche.
¿Amigo, usted es contador?
¡No sé!
Le propongo algo, dice el hombre.
Usted me hace la contabilidad y yo no le cobro la estadía.
Le doy una hora por día en el horario que quiera.
El instinto, me dijo que no había nada malo.
¡Le dije, acepta!
Mi cuerpo le contestó, con una condición, que sea mientras estoy viviendo acá.
Contento y sorprendido porque mi otro yo me escuchaba y hacía todo lo que le proponía.
Bueno, para eso estamos los subconscientes, para prevenir.
Pasaron cinco meses, nos estábamos acostumbrando a la nueva vida.
Ya no pensábamos en el pasado, ni de quienes éramos.
Una mañana el dueño del hotel, que se llamaba Rafael, nos llama para decirnos.
Amigo Leonardo en agradecimiento por la ayuda con la contabilidad, me he tomado el atrevimiento de recomendarlo como contador en una compañía Alemana, aquí en Paysandú.
¡Es una buena oportunidad!
¿Le gustaría?
Yo vi que mi cuerpo quedó mudo e impactado.
Le di un grito a su cerebro.
¡Acepta, aletargado!
Mi otro yo reaccionó.
¡Don Rafael, que si me gusta!
No tengo palabras para agradecerle.
Claro que aprovecharé esa oportunidad.
A los dos días, estaba trabajando en la compañía Alemana.
Nos pusieron en un escritorio que daba frente a otro que lo ocupaba una rubia Alemana.
Los primeros días no le presté atención.
Siempre la veía sentada.
Por momentos levantaba la vista y nos sonreía.
Mi cuerpo, mi otro yo le correspondía con otra sonrisa.
Yo me sentí como que empezaba a vivir de nuevo.
Me había olvidado de las mujeres, pero ésta me estaba enloqueciendo.
¡No la vamos a perder!
¡No!
Contesta mi otro yo.
En ese momento la rubia se levanta y camina.
¡Es una Diosa!
Con esas palabras volví a golpear el cerebro de mi cuerpo y quedó paralizado.
En los días venideros, entre saludos y conversaciones terminamos invitándola a cenar.
Y aceptó.
Nos hicimos amigos, después nos enamoramos.
Lo más importante era que el hombre y su subconsciente nos llevábamos extraordinariamente bien.
Rita, que es como se llamaba la rubia, nos hacía pasar momentos inolvidables.
Pasaron dieciséis años de mucha felicidad.
¡Todo nos estaba saliendo bien!
En estos años solo faltó que Rita viviera con nosotros.
Pero ella tenía una razón para no hacerlo.
Siempre nos decía, Leo me gustaría casarme y tener hijos, pero no puedo.
Algún día tendré que volver a Alemania.
No olvides que tengo a mis padres y quiero pasar sus últimos años con ellos.
También nos habían ascendido y ya éramos directores de la compañía Alemana.
En estos años nos sucedió otra cosa importante.
Fuimos a una sucursal Bancaria, dónde pertenecía el recibo de depósito que encontramos escondido en la billetera.
Preguntamos.
¿Qué saldo tenemos en nuestra cuenta de ahorros?
Cuando el empleado volvió dijo, señor Ambrosio.
¿Sabe cuántos años hace que tiene estos ahorros?
Si muchos, nunca los precisé.
¿Sabe cuánto tiene?
Yo fui más rápido y dije, dile que no llevas la cuenta.
La verdad que no llevo la cuenta, contesto mi otro yo.
¿Cuánto tengo?
El empleado muy despacio dijo, seiscientos setenta y cinco mil pesos.
Yo me desvanecí, y mi cuerpo se quedó sin subconsciente por un rato.
Pasamos los ahorros a esa sucursal y nos compramos una casa.
Dos años después, Rita nos da la mala noticia.
Se tenía que ir porque sus padres estaban enfermos.
Y sucedió lo inevitable, se fue.
No antes de hacernos pasar los días más inolvidables de nuestra corta memoria.
Prometiendo que tal vez la vida nos volvería a reunir.
Por carta nos íbamos comunicando.
El tiempo iba pasando y las cartas eran cada vez menos frecuentes, hasta que entendimos que cada uno debía seguir con su vida.
Fue muy dolorosa la decisión, pero justa.
Ya habían pasado dos años más.
En ese tiempo mi cuerpo respectó a Rita, no hubo mujeres.
Para mi fueron dos años de sufrimientos.
En estos casos los subconscientes somos los que más sufrimos.
Hasta que llegó el llamado biológico.
Mi cuerpo estaba alterado y yo, bueno......no sé qué calificativo emplear.
Mis pensamientos decían, ¡si pudiéramos conocer a alguien como Rita!
La amistad con el señor Rafael era muy buena, a tal punto que él conocía casi toda nuestra vida privada.
Nos encontramos con él.
¿Cómo estás Leo?
¡Te veo mal!
¡Extraño a Rita, Rafael!
Para mí, lo que extrañas es la falta de mujer ¡Yo como subconsciente me dije, este es brujo!
Mi cuerpo le contestó.
¡Creo que tienes razón!
Leo yo conozco estas situaciones y para salir del paso recurrí a mujeres que te atienden por unos pesos.
¡Bien por nuestro amigo!
Mi cuerpo lo entendió.
¿Quieres que te dé una dirección?
¡Rafael, esperaba eso!
Otra vez estaban de acuerdo el hombre y su subconsciente.
A la noche con la dirección fuimos en busca de la casa.
Yo iba enloquecido.
Qué bueno es ser subconsciente.
Pero más enloquecido quedé cuando miro a la mujer que nos iba atender.
Los dos vimos una mujer parecida a Rita.
La diferencia estaba en que esta tenía el cabello negro.
Nos miró, no con cara como si fuéramos cualquier cliente.
¡Le gustamos!
A mi cuerpo le gustó porque se parecía a Rita.
A mí me enloqueció porque precisaba una mujer.
Se acercó y se presentó.
¡Soy Fanita, para servirle!
Soy Leo, ¡para lo mismo, contestó mi cuerpo!
A la belleza le causó gracia la respuesta de mi otro yo.
Lo que pasó esa noche no puedo contarlo.
Pero puedo usar una palabra.
¡Inolvidable!
Después la fuimos visitando periódicamente.
Así pasó un tiempo.
Intimamos tanto que una noche la invitamos a cenar y desayunar en nuestra casa.
Ella aceptó, no como mujer y cliente, si como casi amigos que éramos.
Estos encuentros en nuestra casa se hicieron muy a menudo.
Fanita tenía muchas habilidades y una de ellas es que cocinaba muy bien.
La verdad es que estábamos enloquecidos con ella.
Cada vez que se aprontaba para acostarse era como ver a Rita, pero de cabello negro.
Como subconsciente, nunca pude olvidar a Rita.
Mi cuerpo ya la había olvidado.
Pasaron seis meses desde que la habíamos invitado por primera vez a cenar y desayunar.
Le dije a mi cuerpo, pregúntale que pasó con su trabajo.
¡No vez que ella pasa casi todas las noches con nosotros!
Como que lo pensó un poco y le preguntó.
¿Fanita que pasó con tu trabajo?
Veo que casi todas las noches las pasas conmigo.
Leo hace tiempo que decidí cambiar de vida.
Conociéndote se reafirmó mi idea y lo hice.
No por comprometerme ni comprometerte, simplemente por tener una vida mejor.
¡Quiero un hijo Leo!
No me importa con quién, pero lo quiero.
Esas palabras no le llegaron mucho a mi cuerpo.
Pero a mí me impresionaron.
Estaba conociendo una parte de Fanita que no conocíamos.
La de querer ser madre.
Como no dándole importancia a las palabras de Fanita, de que no importaba con quién, mi cuerpo mi otro yo, le dice.
¿Y si fuera mío?
¡Es tuyo Leo!
Pero no con la obligación de ser padre.
Hijos o hijas serán únicamente míos.
No sé si todos los subconscientes son como yo.
La última frase casi no la pude oír porque quedé aturdido por el impacto.
Me repuse y golpeé el cerebro de mi cuerpo.
¡Pregúntale!
El reaccionó.
¿Me estás diciendo que estás embarazada?
¡Si Leo!
Se dice, un minuto de silencio.
Nosotros, hicimos veinticuatro horas de silencio.
Ella no se sintió bien pensando que a mi otro yo y por supuesto a mí, nos cayó mal que estuviera esperando un hijo.
Ese día se fue contrariada y arrepentida de lo que había dicho.
A los pocos días volvió.
Nos dijo que se iba para Montevideo a emprender una nueva vida con su futuro hijo y quería despedirse.
A mi otro yo, a mi cuerpo, le retumbó el cerebro con una exclamación mía.
¡No, no la dejes ir, no te das cuenta que tendrá el hijo y volverá a estar como antes!
¡No permitas que se vaya!
¡No debemos perderla!
Entendió lo que le dije y le habló.
Fanita, me distes una lección de vida y yo la entendí.
¡Quiero que te quedes!
Tú serás la madre del niño y si con el tiempo aceptas, seré el padre.
Ella nos abrazó llorando de alegría y recibimos muchos besos.
¿Esto es un sí?
¡Si Leo!
Dirán que los subconscientes somos hipócritas y egoístas.
Debe ser verdad.
Porque yo en lo único que pensé, que la iba a ver de nuevo en biquini y camisola transparente saliendo del baño para darnos los mejores placeres.
No se me ocurrió otra cosa del futuro.
Ella estaba en los treinta años y nosotros en los cincuenta y tres.
Tenía que haber pensado en el futuro.
Fanita me recordaba a mi alemana Rita y era lo que me importaba.
Fanita nos comenta que a pesar de que fueron pocos días que estuvo en la casa donde la conocimos.
¡Tengo miedo de avergonzarte Leo!
El pasado no me importa Fanita.
Para mi existes desde el día que te conocí.
Este subconsciente dice, existes desde que te vimos en biquini.
Tuvimos suerte desde que perdimos la memoria.
Buen trabajo y dos bellezas que podrían ser la envidia de cualquier hombre.
Faltaban cuarenta y cinco días para que naciera el bebé.
Mi cuerpo, mi otro yo sin consultarme le propone casamiento a Fanita.
¡No Leo!
¿Por qué?
Porque no quiero que te sientas obligado.
¡Fanita, no es una obligación para mí!
Es una obligación para nosotros que tu hijo tenga el nacimiento dentro de todas las formas legales.
Siempre los subconscientes tenemos que estar alertas.
Enseguida le insistí a mi otro yo, que la apure.
No sea cosa que la paloma se nos vaya.
Estaba deseando que naciera nuestro hijo, para poder verla nuevamente como la conocimos, en biquini y camisola transparente.
Antes que mi otro yo le insistiera.
¡Te comprendo Leo!
¡Tienes razón!
Fanita, quiero que cuanto antes nos anotes en el Registro Civil.
Así lo hizo.
Nos dieron fecha y hora para el día veintisiete.
Estábamos en el día diecisiete.
En solo diez días estaríamos casados con Fanita.
Debemos ser pocos los subconscientes que tenemos tanta suerte.
Y llegó el día y la hora.
Estábamos pronto para casarnos.
Yo sólo quería que naciera la criatura para que Fanita vuelva a estar como estaba cuando la conocimos.
Llegó el momento de firmar y contraer matrimonio.
Él, con una seña hacía que Fanita firme primero.
Estábamos muy contentos con el paso que daríamos.
Cuando le presté atención a la firma, en la mente de mi cuerpo di un grito aterrador.
¡No!
¡No firmes!
¡No firmes, por Dios!
¡No firmes, por favor!
Se había activado mi memoria y recordé todo.
Mi cuerpo, mi otro yo una vez más no me quiso escuchar.
Firmó y esbozando una sonrisa con gran alegría le comenta.
¡Tienes el mismo apellido que yo!
¡Y te llamas Ana!
Y ella a modo de respuesta le dice; ¡Y tu Leonardo!
Mirándolo, su cara palidece.
Ella sorprendiéndonos a todos, lo abraza y lo besa por largo rato.
Desde ese momento no quise que recordara.
Creo que ella tampoco lo quiso.
Nosotros y Fanita, como se hacía llamar desde que la conocimos, criamos y educamos al mejor hijo del mundo.
Todos los subconscientes tenemos la obligación de prevenir.
Estamos para eso.
Para cuidar a nuestro yo.
¿Habré fallado?
¿Dejé que todo quede en familia?
¿Usted que hubiera hecho?
Es cuento de: Abel Omar Luttringer
Abel Omar Luttringer
El Autor
Biografía: Desde muy jóven me hice cantautor. Musicalicé todas las letras creadas por mí.
Con los años entré en el mundo de los cuentos, historias y novelas haciendo de ello la etapa final de mis escrituras. Hice varios libros y los seguiré haciendo. Este que les he presentado es la parte primera de dos. "La historia de Juaquín" se trata de hechos verdaderos mezclados con ciencia ficción. Un impactante relato hace que el lector sea partícipe, un personaje más de la história.
¡Léala!
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