La Historia de Juaquín


Ha habido pensadores de todas las épocas que
trataron de erradicar el mal del cerebro Humano.
Nunca lo lograron.

Los Niños Perdidos

Abel Omar Luttringer



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Esta historia es ficticia.
Algún parecido con la realidad, es pura casualidad.


Cuando sentimos nostalgia, es que traemos recuerdos muy buenos desde otras etapas de nuestras vidas y las comparamos con las vivencias del momento.
Hoy, hasta se creo un día de la nostalgia.
Se entrevistan a adolescentes y les preguntan.
¿De qué sientes nostalgia?
Seguramente contestarán, ¡la teta de mi madre!
Para sentir nostalgia se precisan años de experiencias vividas.
Los buenos recuerdos producen nostalgia.
¿Alguien puede sentir nostalgia por los malos recuerdos?
No lo creo.
Cuando yo tenía diez años existía solamente la radio como medio de comunicación y entretenimiento.
No existía la televisión, pero sí teníamos un carnaval muy largo.
Comparsas, murgas y otros entretenimientos frecuentaban los dos tablados que habían en cada barrio.
Después, los corsos en donde se exhibían los carros alegóricos.
¡Cuantas parejas se formaron al termino de cada carnaval!
¡Pero había más!
Todo el año funcionaban dos cines por barrio.
Días de semana función nocturna.
Sábados, Domingos y feriados matiné, donde veíamos películas en capítulos.
Teníamos en cada barrio una cancha de fútbol y cada barrio, tenía un equipo que lo representaba.
Una vez por año, un circo acaparaba la atención de media ciudad.
Animales, acróbatas, teatro y atracciones varias para mantener al público con mucha alegría.
Ese año, el circo de turno traía dos atracciones distintas.
Aparte de la rueda gigante en que se podía ver desde la altura toda la zona en que vivíamos, traían dos globos portadores de una canasta de dos por dos metros.
La canasta estaba amarrada por una cuerda gruesa de unos setenta metros de longitud.
Por intermedio de una palanca que trababa la cuerda, un hombre poco a poco la aflojaba y el globo subía.
La canasta con capacidad para cuatro personas y un hombre bajito que ofrecía chocolate y otras golosinas, subía y bajaba esos setenta metros cada quince minutos.
En nombre del progreso fue cambiando la geografía de los barrios, transformando las canchas de fútbol y baldíos en grandes complejos habitables.
También a esos espacios verdes los ocuparon los grandes consorcios, terminales de transporte de pasajeros, supermercados y locales de aparcamiento.
Las calles en amplias avenidas.
¡Quedó muy poco de esa vieja ciudad que tanto añoramos!
Y termino estas remembranzas con una frase de este viejo escritor.
¡Quien pudiera ser lo que antes fue, para vivirlo otra vez!


Cap 1

Primavera del año mil novecientos cincuenta y cuatro.
Con diez años recién cumplidos llegaba de la Escuela almorzábamos y después hacía los deberes.
Tenía casi toda la tarde libre.
Con mi vecino y amigo Tomás, a pesar que era tres años mayor, nos unía una fuerte amistad que duró muchos años.
Nuestros juegos, eran los juegos de casi todos los niños.
La arrimadita, era de quien tiraba las figuritas más cerca de la pared, las bolitas y el trompo.
Habían pasado tres meses, pero todavía se sentía el bullicio en las calles sobre el campeonato mundial de fútbol, en donde los alemanes salieron campeones ganándole a los húngaros tres a dos.
Nuestros padres nunca se oponían cuando después de terminar nuestras tareas, les pedíamos permiso para salir a caminar por nuestro barrio o barrios vecinos.
Y empleábamos una frase que les sentíamos a los muchachos más grandes.

¿Vamos a patrullar?
Así, nos entreteníamos caminando.
¿Daniel sabes que ayer llegó el circo?
Con entusiasmo me preguntó Tomás.
¿En donde se instalaron?
Como siempre, en el campo de Cabiglia.
A ese campo solo le había quedado el recuerdo y una casona que se deterioraba con el paso del tiempo.
Era de una familia que se había instalado antes del siglo y quedó abandonada, vaya a saber porqué razón.
Ese campo durante el año se usaba como cancha de fútbol y calesitas con juegos para niños y mayores.
Una o dos veces al año un circo se instalaba trayendo por treinta días o más, buenos espectáculos.
¿Vamos a ver como lo instalan, Daniel?
¡Vamos!
Contesté.
Antes les avisé a mis padres adonde íbamos a ir.
Y empezamos a caminar rumbo al campo de Cabiglia.
En esas diez cuadras rumbo al campo, me iba divirtiendo con las ocurrencias de mi amigo.
Me decía que los dueños del circo me podían raptar y exponerme como cosa rara, por mi cabello rubio casi blanco.
Yo le decía que a él lo podían confundir con un trozo de alambre, por lo flaco y largo.
Llegamos y vimos que al circo le faltaba poco para terminar de instalarlo.
Mi amigo le pidió a uno de los guardias permiso para ver las instalaciones.
El guardia nos quedó mirando unos minutos y después aceptó.
Tal vez pensó que si nosotros observábamos, al contar lo que vimos sería una buena propaganda.
Ya estaba instalada la rueda gigante.
A cincuenta metros, dos inmensos globos sostenidos en el aire amarrado por una larga cuerda.
Después la gran carpa, donde se verían todos los espectáculos.
La admiración y alegría por todo lo que estábamos mirando, le llamó la atención a un guardia.
Nos dijo, los animales se miran a una distancia de dos metros de las jaulas.
¡Sí señor, contestó mi amigo Tomás!

Leíamos los letreros en donde decía que clase de animales estábamos mirando.
Leones, tigres, monos, caballos y algún ave en exposición.
Mientras mi amigo recorría otras jaulas yo me detuve frente a la jaula de dos gorilas, macho y hembra.
La hembra, sostenía en un brazo junto a su pecho una cría.
El macho, la miraba pendiente de sus movimientos.
Ella me miraba a mí con tanta ternura, que me sentí atraído, y sin darme cuenta me fui acercando a la reja.
Sacó un brazo y con el reverso de su mano me acarició el cabello, después las mejillas y la ropa.
Me quedé paralizado.
Por miedo no, era que no entendía lo que estaba sucediendo.
Pero unos gritos interrumpieron la magia.
¡Salí de al lado de la jaula!
Era el guardia.
Rápido me retiré.
El gorila se levantó, miró al guardia y se golpeó el pecho varias veces largando un rugido que se debe de haber sentido en varias cuadras a la redonda.
La gorila lo miraba y hacía chillidos como protestando.
Mi amigo vino corriendo.
¿Qué pasó Daniel?
Me acerqué mucho a la jaula de los gorilas.
El guardia insistió, ¡no se acerquen a las jaulas!
¡Discúlpeme señor, no pasará más!
Después de disculparme, miré de nuevo a la gorila y ella me seguía mirando con la misma ternura.
Yo le sonreí.
Mi amigo me miró, después a la gorila y empezó con sus bromas.
¡Están enamorados, están enamorados!
Me hizo gracia la ocurrencia de mi amigo, me reí y seguimos caminando.
Entramos a la gran carpa y estuvimos un rato mirando a los trapecistas practicando sus rutinas.
En otro lugar, adentro de la carpa había una jaula grande en donde se encontraba un domador tratando que dos leones saltaran de banco en banco.

No me gustó mucho la idea de estar cerca de la jaula y le dije a Tomás, vamos a volver que se está haciendo tarde.
Volvimos por donde vinimos y al pasar por la jaula de los gorilas, la hembra con la cría en brazos sacó una mano y con el dorso hacía como que me acariciaba.
Yo sonreí y le hice lo mismo.
Creo que con el tiempo supe de que se trató ese intento de comunicarse.
Cuando estábamos para salir del predio, a Tomás se le ocurrió ir a ver los globos de más cerca.
Como de costumbre yo lo seguí.
¡Los globos se veían imponentes!
La brisa primaveral los movía suavemente.
Mi amigo miró para todos lados y no vio a nadie.
Saltó y se agarró de la baranda de la canasta.
Hizo un esfuerzo y se asomó para mirar el interior.
¡Daniel, hay una escalera chica y varios cajones cerrados!
¿Quieres mirar Daniel?
¡No, nos van a ver y nos van a echar!
¡Dale, que no hay nadie!
Entrelazó sus manos y las puso para que yo pisara y el me levantara.
Miré para todos lados y pudo más la curiosidad al no ver a nadie.
Hizo más fuerza y me tiró para adentro.
Con mucha rapidez desenganchó la palanca del gancho de seguridad y la sacó del cric.
Rápidamente volvió a saltar y también mi amigo quedó adentro.
¿Qué hiciste Tomás?
¡Cállate, vamos hacer un viajecito de setenta metros!
¡Quédate tranquilo Daniel la cuerda está atada!
Nos bajan, nos rezongan y nos echan.
Cuando estemos arriba, gritamos para que nos bajen.
¿Está bien?
¡Sí está bien!
A mi amigo yo lo seguía en todas las travesuras, pero en esta no me gustó nada.
El globo había quedado sin control manual.
Al no sentir resistencia el globo se movió hacia un costado un par de metros.
Yo me asusté y empecé a saltar y a gritar para que nos vieran.
De pronto el viento primaveral eleva al globo.

Con fuerza y sin seguro, sucedió lo que no debía haber pasado, la cuerda se rompió.
Tomás también lloraba y llorando me dijo, ¡viene un hombre corriendo para agarrar la cuerda!
Pero por más que saltó intentando agarrarla, no pudo.
La brisa del Sur siguió elevando al globo con nosotros adentro con su cola de setenta metros de cuerda.


Cap 2

El viento nos llevaba a más altura y rumbo al océano.
Cuanto más no alejábamos, más altura y menos las posibilidades de rescatarnos.
Ya habían pasado más de media hora en el aire cuando de pronto Tomás gritó, ¡un Helicóptero!
No llegaba a ver, porque la baranda del canasto era más alta que yo.
Mi amigo me señaló la pequeña escalera y subí dos escalones, suficiente para que pudiera ver.
El piloto no se acercaba mucho porque se dio cuenta que la hélice producía más viento y alejaba al globo.
Con mucho riesgo, un tripulante tiraba con una Ballesta ganchos para entrelazar la cuerda de cola.
Después de varios intentos el piloto decidió abandonar y volver.
Nunca supimos si era que el viejo Helicóptero no podía superar esa distancia, o era que le faltó combustible.
Entre gritos y llantos el Helicóptero se alejaba.
A nosotros el viento sur no llevaba océano adentro y a más altura.
Tres cosas se adueñaron de nosotros, miedo, llanto y frio.
Nos sentamos en los cajones de la canasta, porque el mirar hacia afuera nos daba terror.
Tomás, no se cansaba de pedirme perdón por lo que había hecho.
Estaba llegando la noche, cuanto más obscuro se ponía menos veíamos.
Entre llantos Tomás me dice, abriré este cajón y veré que hay.
Yo estaba sentado en él y me levanté.
Por suerte los cuatros cajones estaban cerrados solo con cerrojo.

Tomás lo abrió y en el se encontraban cuatro impermeables con sus respectivos gorros.
Tres frazadas de lana y dos pequeños almohadones.
Seguramente eran para cumplir con las exigencias de un reglamento.
Sin perder el tiempo nos pusimos los impermeables y nos tapamos con las frazadas.
Nos sentíamos muy cansados.
Nos dolía la garganta, habíamos llorado y gritado mucho.
Al final, tirados en el piso bien tapados nos dormimos.
Cuantas horas no lo se, pero despertamos con la sensación de estar adentro de un horno.
El Sol nos daba de lleno.
El primero que se levantó fui yo, subí la escalera y miré hacia abajo.
Al grito de ¡Tomás mira esto!
Mi amigo se levantó y miró.
¿Qué es eso Daniel?
Abajo se veía el espacio cubierto por grandes nubarrones, despidiendo rayos y centellas con fuertes truenos.
Yo le contesté, ¡estamos volando sobre una gran tormenta!
No se si era porque después del primer susto, nos sentíamos un poco más seguro viajando en el globo, que no nos dio miedo la tormenta.
No se veía nada más abajo de las nubes.
Ni siquiera que rumbo llevaba el globo.
¡Tomás, revisemos los otros cajones!
Y así lo hicimos.
Nos llevamos una gran sorpresa.
Uno, lleno con barras de chocolate.
Otro, con paquetes de galletas secas envasadas.
Y el último, con pequeñas botellas de gaseosas.
Seguro que era lo que venderían a los pasajeros en su viaje de quince minutos, en los setenta metros de altura Tomás no pudo con su genio y con lágrimas dijo, ¡ahora se los compramos nosotros!
Agarré una de las cajas de chocolate, la vacié y la puse en un rincón de la canasta.
¿Qué estás haciendo Daniel?
¡Construyendo el baño!
Tomás, como que se olvidó en que lio estábamos y empezó con una sonrisa, después unas carcajadas que me contagió y terminamos a las risas los dos.
Nos pusimos a comer una barra de chocolate con galletitas, mirando hacia abajo esa manta de nubes tan inmensa, que la vista no llegaba a ver el final.
Solo el globo sabía cual sería nuestro destino.
Llegó la noche y con ella el frío.
Después de hacer nuestras necesidades, Tomás toma la caja y tira todo el contenido sobre las nubes.
¡Ahora van a creer que llueve caca!
A las risas nos tapamos bien, y nos dormimos.
La suspensión del globo en el aire era tan suave, que nos daba cierta tranquilidad.
Pero aparte de la situación en que estábamos, nos preocupábamos mucho por nuestros padres.
Ya nos habrían dado por muertos.
Habían pasado cuatro días y cuatro noches, lo único que veíamos era el manto de nubes produciendo rayos y truenos en todo su área.
Una mañana nos despertó un ruido atronador que se venía acercando.
¡Tomás, Tomás despierta!
¿Qué pasa?
¿Qué es ese rugido?
¡No sé Tomás!
De pronto lo vimos pasar.
Era un avión de pasajeros que pasaba a no más de doscientos metros.
La atracción que produjo al pasar tan cerca, arrastró el globo más de tres kilómetros.
La canasta se zarandeaba y bamboleaba como una batidora con nosotros adentro.
Si la canasta no hubiera tenido la altura que tenía, no se en donde estaríamos.
Fue tal el susto, que los dos quedamos con descompostura.
¡Menos mal que el olor que quedó en la canasta, era de chocolate!
Cuando tiré el contenido de la caja, tartamudeando dije, ¡más lluvia de caca!
Los nervios nos hacían reír y llorar al mismo tiempo.
No sabíamos si la tormenta iba en dirección del globo, o era tan grande que nunca la iríamos a pasar.
Por más que queríamos ver sus límites, la vista no nos daba.
Veíamos el amanecer desde que salía el Sol.
Cuando lo teníamos sobre nosotros, hacíamos un toldo con los impermeables, hasta que desaparecía.
¿El Sol sale del Este Tomás?

¡Sí!
Entonces el viento del Sur nos está llevando al Este.
¡Claro Daniel!
¿Nos habrán visto desde el avión?
¡Creo que sí Daniel!
Entonces ya habrán avisado.
¡Y sí!
Los días pasaban y los comestibles se estaban terminando.
Una mañana me desperté y después de orinar subí los dos escalones y miré hacia abajo.
¡Tomás, Tomás, mira, mira!
¡La tormenta se fue y el globo perdió altura!
Los dos mirábamos hacia abajo y lo único que se veía era agua.
Ahora lo que no se veía, eran los límites del agua.
Sobre la linea que dividía el cielo y el agua, apareció un punto negro que avanzaba.
¡Es un barco Daniel!
¿Nos verán al pasar?
No se Daniel, esperemos.


Cap 3

Al barco a medida que se acercaba, lo veíamos más grande.
El principio de la cuerda que colgaba de la canasta, se encontraba a unos cincuenta metros del agua.
Los dos pensábamos que si el barco pasaba por debajo, la podrían alcanzar y amarrarla.
Saltábamos de alegría cuando vimos que el barco se acercaba a nosotros.
Alegría que duró muy poco.
Al pasar, la tripulación levantaba los brazos como saludando.
Nosotros gritábamos desesperados para que tomaran la cuerda.
Aunque hubieran querido no hubieran llegado a ella.
Por la forma que nos saludaban, pensarían que eramos aventureros viajando en un globo.
Con tristeza vimos como se alejaba la esperanza de ser rescatado.
Los días pasaban y el globo seguía a baja altura.
Temíamos dormirnos pensando en que si al despertar nos encontrábamos con el globo en el agua, para nosotros sería una muerte segura.
¡Pero todavía la suerte estaba con nosotros!

Generalmente el que se despertaba primero era yo.
Porque era el que tenía más miedo y el que dormía menos.
Esa mañana desperté a mi amigo con gritos de sorpresa.
¡Tomás despierta y mira esto!
Mi amigo gritó, ¿qué es eso?
Estábamos viendo a lo lejos un inmenso espiral de nubes que giraba en si mismo, formando un remolino que levantaba un oleaje muy alto.
Parecía que viajaba en sentido contrario al nuestro.
Mucho tiempo después supimos de que se trataba.
El viento que partía de ese fenómeno, llegó hasta el globo elevándolo a mucha más altura de la que ya habíamos estado.
A pesar de estar tan alto y con el cielo despejado, solo se veía agua.
Nuestros padres pensarán qué nos estará pasando.
¿Cuanto nos extrañarán?
¡Los tuyos si Daniel!
Mi madre trabaja todo el día, nos ve de noche.
El que tu crees que es mi padre, no lo es.
Mi verdadero padre nos abandonó cuando yo tenía dos años, acusando a mi madre de engañarlo.
A veces pienso que puede ser verdad, porque al poco tiempo se unió al que se hace pasar por mi padre.
¡Qué me van a extrañar!
¡Tomás yo no sabía!
Lo se, te lo comenté para que sientas que mi familia, no me va a extrañar.
Esa confección de mi amigo me dejó muy triste.
Seguían pasando los días y no teníamos idea de cuantos.
Lo poco que nos quedaba para comer, lo racionamos un poco por noche.
Las pequeñas botellas de gaseosas, hacía días que se habían terminado.
Pero a pesar de todo, la suerte no nos había abandonado.
La lluvia me despertó a media noche.
¡Tomás despierta, está lloviendo!
Los dos abrimos los cajones y sacamos las cajas vacías, que por suerte no las habíamos tirado.
En un rato estaban llenas de agua.

Mientras se llenaban, nosotros tomábamos.
Después como que alguien dijo, ¡cierren las canillas!
y paró de llover.
Juntamos cerca de veinte litros de agua.
Estábamos tan contentos, que le hice una broma a mi amigo.
Agarré la caja donde hacíamos nuestras necesidades.
¿Te olvidaste de esta Tomás?
El amanecer nos encontró riendo.
Un Sol rojo aparecía en el horizonte.
A medida que subía se iba quedando amarillo.
Tomás miraba algo que le había llamado la atención.
Mira Daniel.
¿Ves lo que yo veo?
¡Sí, el Sol!
No, más abajo.
Presté más atención y miré de nuevo.
Creo que veo una linea marrón finita en todo el horizonte.
¡Es tierra Daniel!
¿No será un reflejo del Sol?
¡No Daniel, es tierra!
¡Por favor que el globo no cambie el curso!
Y así fue, el viento primaveral nos seguía llevando hacia el horizonte marrón.
Varios días nos alimentamos con solo agua.
A medida que nos íbamos acercando, la franja marrón se ensanchaba.
Más aviones surcaban el cielo y mas barcos en el agua.
Señal de que nos estábamos acercando a la civilización.
Pasarían días antes que el globo pasara por esas tierras.
Nos dolía el estómago por falta de comida.
Los calmábamos con tragos de agua.
El globo no había perdido altura.
Si no descendía, adiós a las esperanza de ser rescatado.
Siempre mirando para abajo, alcanzábamos a ver alguna pequeña isla.
De pronto algo nos sorprendió, una gaviota se paró en una punta del canasto.
La gaviota miraba el agua de las cajas.
Nos quedamos inmóviles.
El agua dulce le estaba llamando la atención.
No podíamos creer lo que estábamos viendo.
De pronto bajó a tomar.
Tomás más rápido que el viento que empujaba el globo, agarró el impermeable que estaba en la baranda y se lo tiró por arriba.
No le dio tiempo a ninguna reacción.
¡Es ella o nosotros Daniel!
¡Nosotros!
Dije yo.
Me dijo, haz de cuenta que es una gallina.
La mató, peló y con la hebilla del cinturón la abrió y limpió.
Después riendo me dice, prendé el fuego que la vamos a cocinar.
Arrancó una pata y empezó a comer.
Yo no dudé en arrancar la otra y lo imité.
Come despacio Daniel para que no te haga mal.
Comimos la mitad y guardamos la otra para el otro día tapada con una caja, en un rincón a la sombra.
¿No se pondrá fea?
No Daniel, el frio de la noche la conservará.
Quedamos satisfechos.
¿Tomás, de donde salió esa gaviota?
Serían varias, lo que pasó es que nosotros le prestamos atención a esa.
Además, en donde hay islas hay gaviotas.
No se cuantos días pasaron.
El hambre de nuevo, acompañado con dolor de estómago.
Parecía que nunca volaríamos sobre tierra firme.
Ahora estábamos pasando por una isla más grande que las que habíamos visto.
Y otra vez la suerte estaba con nosotros.
Eran tantas las gaviotas y cigüeñas que daban vuelta alrededor del globo, que por momentos parecía que lo bamboleaban.
Después nos dimos cuenta que estaban acostumbradas a estar con gente.
Una cigüeña se paró en una pared de la canasta y dos gaviotas en otra.
¡Daniel, despacio sácate el cinturón y agarra una de las gaviotas!
Despacio me acerqué y me sorprendió que no se moviera.
Pude tomarla y la até con mi cinturón.
Tomás, hizo lo mismo con la cigüeña después de recibir varios picotazos.
Pero la caza no terminó ahí, vinieron varias gaviotas más.
Nos conformamos con agarrar una más.
Otra vez Tomás el cocinero se presentó.
Y volvimos a comer.
Las otras dos quedaron atadas al lado del agua.
¿Por qué se habrán dejado agarrar, Tomás?

Por que están acostumbradas a que les den de comer en los barcos.


Cap. 4

A los pocos días los dos empezamos a sentir dolores de estómago.
Le comenté a mi amigo, ¡si no sería por comer carne cruda que nos sentíamos así!
Me contestó, que si no hubiéramos comido no sentiríamos nada, por que estaríamos muertos.
¡Tenía razón!
Después los dolores se transformaron en descompostura.
Pudimos evacuar lo que nos estaba molestando y se fueron los dolores.
Cuantos días pasaron no se, lo que se, es que nuevamente con hambre y sed dormimos muchas horas.
Cuando nos despertamos miramos para abajo y con sorpresa, vimos que estábamos volando sobre tierra firme.
Pasamos por ciudades, pueblos e inmensas zonas cubiertas por un manto verde.
El globo seguía a una gran altura.
Nos estábamos sintiendo muy mal.
Por momentos parecía que nos desmayábamos.
¡Mira lo que se viene Daniel!
Miré para donde mi amigo señalaba y lo que vi me dejó la sensación de que era el final.
¡De esta no saldríamos!
Una tormenta de viento y agua acompañada con rayos y truenos, cubría el cielo hasta donde podíamos ver.
Tomás ya no era el niño que de todo se reía.
Parecía que en el tiempo que estuvimos viajando, se sintió muy culpable por lo que estábamos pasando.
Pensaba y reaccionaba rápido.
¡Dame tu cinto Daniel!
Entrelazó con la hebilla en mi pierna sobre los tobillos y la otra punta la ató a la baranda del canasto.
Hizo lo mismo con él.
Con las cajas abiertas nos pusimos los impermeables.
Ahora nos tiraremos al piso agarrados uno con otro.
Yo obedecí.
Primero las primeras gotas de agua, después el viento que venía rotando a alta velocidad.

Se le sumó una gran lluvia acompañada de rayos y centellas.
Estábamos en el medio de un ciclón.
Un rayo al pasar por al lado de la canasta produjo un estampido que nos dejó sordos.
No se por cuanto tiempo, porque el hambre, el miedo y la debilidad que sentíamos, nos hizo desvanecer.
Cuando despertamos sentimos que no estábamos volando.
Miramos hacia abajo y vimos que la cuerda que llevábamos de cola, se había enredado en la copa de un árbol muy alto en la ladera de una montaña.
Todo lo que nos rodeaba hasta el alcance de la vista, era una manta verde.
Quisimos ver que había sobre la base del gigante árbol, y solo se veían árboles más pequeños que lo cubrían todo.
¡Me siento mal Tomás!
Estoy débil y mareado.
Yo me siento igual, y lo peor que no sabemos donde estamos.
Años más tarde supimos que el globo había cruzado el Atlántico, pasó por Angola en África y un huracán o ciclón nos arrastró mil Kilómetro hasta la República del Congo.
¡Mira Tomás, estoy delirando o algo negro sube por el árbol!
¡Si parece un gorila!
De pronto el canasto se empezó a mover.
¡Daniel, está tirando de la cuerda!
El globo hacia arriba empujado por el viento y el animal hacia abajo.
Parecía una competencia a quien podía más.
Ganó el gorila.
Los setenta metros de cuerda los enredó en el Árbol, el canasto quedó sobre una de las últimas ramas.
Habíamos sentido miedo, pero como en ese momento no.
Cuando el gorila se acercó al canasto pudimos ver su estructura, en cuatro patas era de mi altura pero cuando se paró para ver adentro, superaba los dos metros.
El miedo me paralizó.
Pasó lo mismo que en el circo.
Con el dorso de su mano me acariciaba el cabello.
Me miraba con tanta ternura mientras me acariciaba y olía la ropa, que dejé que me tomara en sus poderosos brazos como si fuera su hijo.
Antes de perder el sentido me di cuenta de que era una gorila, porque solamente una madre mira y acaricia con tanto cariño.
Cuando desperté, Tomás estaba a mi lado comiendo frutas.
Miré todo a mi alrededor.
Me di cuenta que estábamos adentro de una cueva.
¿Donde estamos Tomás?
¡Estamos seguros!
¿Cuanto tiempo estuve desvanecido?
Dos días Daniel.
Mi amigo tomó una hoja sacada de un árbol, hizo una especie de cuchara y me dio agua.
que sacó de uno de los recipientes que teníamos en el canasto.
Bebe despacio Daniel.
¿Subiste de nuevo al globo?
De pronto, se sintieron movimientos afuera de la cueva y apareció la enorme gorila.
Mi amigo haciéndome la seña del silencio me dijo en voz baja, ella subió.
Traía en sus manos una inmensa rama con bananas.
Las dejó en el suelo, se acercó a mi gruñendo bajo, olfateaba mi ropa y me acariciaba con el dorso de sus manos.
Después hizo algo que nos dejó helados.
Empezó a saltar en dos patas, levantaba los brazos y rugía.
Al rato se calmó y otra vez empezó a tocarme el cabello y acariciarme.
En el momento no la comprendimos, pero con el tiempo nos dimos cuenta que lo que sintió a través de mi, fue un mensaje de la gorila del circo.
También con el tiempo entendí que pocos animales humanos, podían sentir el sufrimiento de su especie, como lo sienten ellos.
Nos llevó cuatro días recuperarnos y volver a gozar de buena salud.
Empezamos a salir de la cueva sin alejarnos mucho.
La gorila no nos perdía de vista, siempre estaba cerca de nosotros.
Cuando ella creía oler peligro, nos levantaba en brazos y corría hacia la cueva.
Una mañana, nos despertamos oyendo rugidos y gruñidos muy fuertes.
Tomás me dijo, es ella.
¿Qué le pasará?

Fuimos a ver y quedamos congelados de miedo.
Estaba la gorila frente a un gorila macho más grande que ella.
Más atrás había como veinte gorilas más que escuchaban.
Ninguno se movía.
Cuando el gorila macho nos vio, se paró en dos patas y rugió varias veces golpeándose el pecho.
Amagaba con venir hacia nosotros y ella se interponía gruñendo fuerte como explicándole.
Después de muchos gruñidos, el macho se calmó.
Parecía que aceptaba las explicaciones de ella.
Dio varias vuelta caminado en cuatro patas.
Miró a la manada, se paró en dos patas y rugió varias veces golpeándose el pecho.
Todos se alejaron.
Ahí nos dimos cuenta que ese gorila, era el macho Alfa.
Ella se acercó, nos tomó de la cintura y nos llevó a la cueva.
Cuando se nos fue el susto le dije en broma a mi amigo, ¡nuestra madre tiene novio!
La risa de los dos alegró a la gorila que saltaba y gruñía como si se estuviera riendo.
En cada salto parecía que movían las paredes de la cueva.
Al rato todos nos quedamos serios y quietos.
Entró el gorila gruñendo fuerte, como queriendo saber que pasaba.
Caminando en cuatro patas dio varias vueltas mirándonos y gruñendo, hasta que se sentó de espalda ignorándonos.
Iban a pasar unos cuantos días antes que nos aceptara.


Cap. 5

El poco Sol que aparecía entre los árboles tratábamos de disfrutarlo en la orilla de un arroyo.
En él, nos manteníamos limpios.
Nos bañábamos y lavábamos la ropa.
Constantemente eramos cuidado por la gorila.
¡Nunca nos perdía de vista!
Ella sentía que eramos sus hijos.
El gorila macho se iba con su manada y volvía días después cargado de frutas varias.
No se porqué Tomás tenía pulgas en el pelo.

La gorila lo ponía entre sus patas y lo despulgaba.
Yo en el pelo no, aveces en la ropa.
Tal vez la razón era, que tenía el pelo muy claro.
Tomás con su ingenio, hizo una pelota con hojas verdes atada con cuerdas que sacaba de los juncos.
Jugábamos al fútbol varias horas del día.
Los gorilas de arriba de los árboles, nos miraban curiosos.
Empezaron a tomarnos confianza, a tal punto que permitieron que sus hijos a su manera jugaran con nosotros.
El que más nos seguía en los juegos, era una cría que se distinguía entre todos por una marca blanca parecida a un rayo en su pierna derecha.
Nosotros le llamábamos Crack por su costumbre de romper ramas con sus manos.
Los gorilas expresaban una especie de risa, cuando uno de sus hijos tomaba la pelota y corría subiendo a un árbol, imposible de alcanzarlo.
Con cara de enojados, hacíamos que nos íbamos y él nos devolvía la pelota.
Una tarde estábamos jugando como todos los días, cuando de pronto todos los gorilas con sus hijos desaparecieron.
Un gran silencio se apoderó del lugar.
La gorila rápida y en silencio, nos cargó sobre sus hombros y se subió lo más alto que pudo en el árbol donde estaba el globo.
Extrañados nos miramos hasta que vimos de que se trataba.
Cinco hombres armados con rifles pasaban despacio por el claro en donde jugábamos.
Cazadores furtivos en busca de presas para la venta.
Si por un momento pensamos que podría ser el pasaje a la civilización, el rescate, inmediatamente lo desechamos.
No se precisaba ser una persona mayor para decidir que no podíamos poner en peligro a nuestros salvadores.
La gorila, sobre una rama nos tuvo entre brazos durante una hora.
Después nos dejó bien agarrados entre dos ramas y siguió subiendo hacia la copa del árbol.
¡Creo que fue a ver a que distancia estaban los cazadores, comenté!

Puede ser, dijo mi amigo.
¡No dejaba de sorprendernos!
La vimos bajar trayendo en un brazo los impermeables, frazadas y almohadones.
Para bajar lo hizo primero con Tomás y los impermeables.
Volvió y bajó conmigo, las frazadas y los almohadones.
Todo el lugar había vuelto a la normalidad con los cazadores muy lejos.
Estaba obscureciendo y era hora de ir a dormir.
Nuestras camas, como la de los gorilas, estaban hechas con pajas y hojas secas.
Con la bajada de las frazadas e impermeables íbamos a dormir más cómodo.
La excepción era el gorila, él dormía sentado.
Los días se estaban empezando sentir cada vez más fríos.
Y con ellos la emigración de los animales.
Poco a poco íbamos conociendo y adquiriendo experiencia.
Una mañana como siempre, salí de la cueva para ir al arroyo a lavarme la cara.
El gorila estaba sentado al costado de un camino de hormigas gigantes.
Las tomaba, les arrancaba la cabeza y se comía el resto.
Cuando estaba a cinco metros de la orilla, siento al gorila largar un inmenso rugido y correr en cuatro patas hacia mi.
Por un momento creí que me iba a atacar, pero no, siguió de largo.
Me di vuelta y veo al cocodrilo.
Se me aflojaron las piernas y caí arrodillado.
El gorila saltó sobre él golpeándolo con un puño, sentí claro como quebraba su columna.
Tomó sus mandíbulas las abrió tanto, que otro crujido lo dejó muerto, luego lo tiró al arroyo.
La primera vez que el gorila me levanta en sus brazos y suavemente me deja sentado en la puerta de la cueva.
Mi amigo se despertó y salió.
¿Pasó algo Daniel?
Me pareció sentir que el gorila rugía.
No se puede ir al arroyo a lavarse, le contesté.
Y le conté lo que había pasado.
Él se agarraba la cabeza diciendo, ¡de que te salvaste!
Después de este incidente entre el gorila y el cocodrilo, mi amigo y yo pudimos acercarnos más a él, sin que nos rechazara.
Aprendimos a demostrar nuestro afecto a la manera de ellos.
Rosando el dorso de la mano sobre su cabeza, cara o manos.
Reconocimos que esa demostración de afecto era muy importante para ellos.
Logramos que el gran jefe Alfa jugara con nosotros y la pelota.
Ellos nos enseñaron a trepar a los árboles y andar de rama en rama.
Tomás siempre ingenioso, un día se le ocurrió buscar la madera más adecuada para tratar de encender fuego.
Juntó hojas secas y empezó a frotar la madera hasta que salió humo.
¿Qué estas haciendo Tomás?
¡Algo que vi en una película!
¿Qué?
¡Fuego, Daniel!
Cuando apareció la primera llama, los gorilas empezaron inquietarse y a saltar por las ramas rugiendo.
¡Junta piedras grandes Daniel!
Por piedras no había que preocuparse, en el lugar habían muchas.
Le llevé unas cuantas y Tomás rodeó el fuego con ellas.
Los gorilas salieron de la cueva al sentir el alboroto.
Cuando vieron el fuego, rugían y saltaban desesperados e intentaron sacarnos del lugar.
Pero Tomás, más rápido que nunca se le escapo de las manos y se sentó al lado de fuego.
Se sentó igual a él, como cuando comía hormigas.
Creo que el gorila lo entendió.
Con cierto temor, despacio se le acercó y se sentó junto a él.
El inmenso gorila parecía una montaña al lado mi amigo.
Tal vez pensó, que si Tomás dominaba el fuego, era tan poderoso como él.
A partir de ese momento los unió una gran amistad.
El gorila asumió la actitud de enseñarle a subir y viajar por los árboles, como un simio enseña a sus hijos.
Yo aprendía con ellos.
Muchos fríos y calores fueron pasando.
Nuestro gorila, en las épocas de apareamiento tenía que demostrar que todavía podía ser el guía Alfa.

Muchos gorilas jóvenes buscaban la oportunidad de destronarlo.
Pero todavía le tenían temor.
El temor se les metió en la sangre el día que una pareja de leones equivocó el camino y entraron al habita de los gorilas.
Nunca lo hacían, pero esa vez no se por qué lo hicieron.
Todos los gorilas buscaron la altura para protegerse.
El macho Alfa sabía que era la oportunidad de demostrar su poderío frente a los demás gorilas.
Y los enfrentó.
Se paró en dos patas golpeándose el pecho y rugiendo como verdadera fiera que era.
Yo creo que los rugidos se sintieron en toda la selva.
Los dos leones lejos de atemorizarse, también rugían mostrando sus garras.
Uno lo atacó primero buscando clavar las garras en sus patas, que era una forma de que cayera.
El gorila enfurecido levantó un puño, más que un puño era una maza de acero.
Con un solo golpe en la cabeza lo durmió.
El otro león que parecía más experimentado, con rapidez lo rodeo y le saltó por atrás clavando los colmillos en un hombro.
Tomás en un acto de valentía corre para ayudar a su amigo.
Siempre tenía en su poder una punta hecha con una piedra liviana, que la usaba para abrir las frutas.
Punta en mano, corre y salta clavándole en un costado de la pansa del león varias veces.
El gorila aun mal herido se da vuelta y otro mazazo parte la columna del león.
Ningún gorila bajó de los árboles para ayudar al Alfa.
Todo lo contrario, parecía que los jóvenes más fuertes querían que perdiera la batalla.
El otro león despertó y al ver su compañero caído, huyó del lugar.
El Alfa levantó la cabeza miró a su manada y rugió varias veces golpeando su pecho.
Después se encaminó hacia la cueva.
Al pasar vi la herida más grande, la del hombro y me di cuenta que era muy grave.
Una de las cosas que aprendimos con ellos, era cómo se curaban sus heridas.
Corrí hacia el arroyo hice barro, junté unas hojas curativas y volví a la cueva.
Tomás limpió la herida y yo apliqué el barro sobre ella, después puse las hojas y más barro.
La mirada triste y los gruñidos de la gorila, decían de la gravedad de la situación.
A pesar que desde que habíamos llegado hubo un gran cambio en nosotros, trepando a los árboles, saltando de rama en rama, alimentarnos y comunicarnos como ellos, los gorilas dudaban en aceptarnos.
.
Tomás parecía un físico culturista.
Los árboles habían hecho bien su trabajo.
Era todo músculo por donde lo miraran.
El flaco y largo ya no existía.
Yo no me quedaba atrás, lo único es que había crecido y estaba más alto.
Tomás seguía casi con la misma altura.
Pero esto no nos iba ayudar si el Alfa se moría.
Con la última generación nos llevábamos muy bien.
Con la generación media, la que aspiraba al mandato, se veían obligados a respetarnos por que teníamos la protección del macho Alfa.


Cap. 6

Le ocultamos a la manada todo el tiempo que pudimos el estado de salud del gran jefe.
Ellos se movían nerviosos, intuían el final del Alfa.
Limpiamos la herida varias veces pero era inútil, la infección ya estaba en la sangre.
En un momento de mucha angustia Tomás dijo; ¡lucharé con quien se oponga a que yo sea el jefe!
Abrazó a la gorila y agregó, no permitiré que la maltraten.
¡No Tomás, debe de haber otra forma, son muchos, te matarán!
La gorila nos miraba y daba la impresión que entendía de que estábamos hablando.
Al quinto día sucedieron tres cosas, murió el Alfa, los gorilas inquietos por no ver a su jefe se estaban acercando a la entrada de la cueva y a lo lejos se sintieron varios disparos.
Con los disparos desaparecieron todos los gorilas.
Sabíamos por qué.
La gorila no quería salir de la cueva.
Mi amigo y yo, entre gruñido y gruñido le hicimos entender que lo mejor era irnos.

Para una ocasión parecida o hacer fuego, teníamos muchas ramas a un costado de la cueva.
Las usamos para tapar la entrada.
Con rapidez subimos al árbol donde todavía estaba el globo.
Nos fuimos a una altura que era imposible vernos.
Como a las cuatro horas pasan los cazadores furtivos.
Los vimos pasar en linea como si fueran hormigas.
Yo subí más alto, casi hasta la copa del árbol.
Los vi alejarse y cuando se perdieron de vista baje a avisar que ya estaban lejos.
Cuando estábamos en la cueva comenté.
¡Para enterrarlo no lo podemos sacar, no podríamos!
¿Qué te parece si hacemos un pozo al lado y lo enterramos aquí?
Los gorilas no se enteraran y les hacemos creer que se fue por frutas.
¡Esta bien Daniel!
¡El siempre se demoró días para traer los frutos!
Antes que los gorilas se reunieran de nuevo, nosotros ya teníamos piedras afiladas y empezamos a cavar la tumba.
Tomás, tu que tenes más practica, prende fuego las ramas en la entrada para que los gorilas no se acerquen.
¡Muy buena idea Daniel!
Pasamos toda la noche cavando.
Por momentos miraba a la gorila que gruñía muy bajito y me pareció ver lágrimas en sus ojos.
¡Tenemos que terminar antes que aclare Daniel!
Si, ya lo se.
Hicimos el pozo y con la ayuda de la gorila lo pusimos adentro.
¡Solos, no hubiéramos podido!
Con la misma tierra que sacamos lo cubrimos haciendo una pequeña montaña.
La claridad del día apareció cuando ya habíamos terminado.
La gorila miraba el montón de tierra sorprendida por la extraña ceremonia.
Sentada, nos mantenía abrazados.
El entierro de uno de su especie por primera vez, lo veía y lo aprobaba.
A la vista de los gorilas empezamos a entrar piedras a la cueva.
No era nada raro para ellos, por que siempre las juntábamos para rodear el fuego.
Solo que esta vez era para cubrir la tumba del Alfa.
En el tiempo que estuvimos conviviendo con los simios, aprendimos mucho de ellos.
Luchamos copiando su forma de pelear.
Las miradas, los movimientos, las clases de gruñidos, saltos, golpes en el pecho y hasta las caricias con el dorso de sus manos, eran señas de algo que nos querían decir.
Nosotros los entendíamos y nos hacíamos entender.
Nunca los contrariamos en la época de apareamiento, se volvían muy peligrosos.
Pasaron los días.
Los gorilas esperaban la llegada del macho Alfa.
Estaban nerviosos y molestos.
Para peor un cambio de clima producía la emigración de muchos animales.
Aunque pasaban lejos del habita de los gorilas, aun así ellos se molestaban.
Y llegó la época más crucial, la más temida, la del apareamiento.
Ya estaban seguros que el macho alfa no aparecería.
Todos los machos peleaban entre si por la hembra elegida.
¡Es el momento Daniel!
¡No Tomás, nos van a matar!
Pero no me hizo caso.
Caminando y gritando como ellos, se trepó al árbol en donde la disputa era mayor.
Cuatro gorilas habían rodeado al más grande y poderoso.
Si lograba vencerlo se adjudicaría el puesto de macho Alfa.
Pero Tomás estaba decidido a que eso no pasara.
Desde que murió el gran jefe Alfa, él siempre dijo, ¡no permitiré que maltraten a nuestra gorila!
Parado en una rama gruñendo y golpeándose el pecho, provocaba a un gorila en celo y furioso.
Cada vez que miraba a Tomás en los árboles comunicándose con los simios, me hacía acordar a un personaje de películas llamado Tarzán.
Lo único que esto no era una película, era real.
Yo más rápido que nunca, tomé mis dos lanzas que había hecho para cazar y me apronté para dispararlas si veía que Tomás corría peligro.
Todos los gorilas se abrieron atentos al duelo.
Mucho más rápido era el hombre, saltaba de rama en rama pasando por arriba del simio aplicando golpes en la cabeza.
Así le había enseñado el alfa, pegar hasta atontar y hacer que el oponente se rinda.
Matar, si era necesario.
El gorila estaba como desorientado, el hombre se movía como él, pero no peleaba igual.
Como todos los gorilas confían en sus fuerzas.
Matan cuerpo a cuerpo golpeando y clavando sus colmillos.
La intención de Tomás era hacer que se rinda y que lo reconozca vencedor y así ganarse el respeto de todos los gorilas.
Él sabía que cuerpo a cuerpo no tendría chance, el simio lo mataría sin contemplaciones.
El gorila cada vez más descontrolado se tiraba de rama en rama detrás del hombre.
En uno de esos saltos, Tomás se le escapó de las manos por pocos centímetros.
Muy inteligente de su parte, arriesgó porque en la rama que se paró, solamente su peso aguantaría.
El gorila saltó enceguecido y como era lógico, la rama se rompió y cayó desde una altura de seis metros.
Doscientos kilos en caída libre y sin ninguna precaución puede ser fatal.
Tomás lo sabía y le preparó la trampa.
Los gorilas podían saltar de más altura, como ya lo habíamos visto, pero tomando las precauciones que la naturaleza les había previsto.
Un fuerte crack se sintió al caer el simio.
Tomás salto detrás de él.
El gorila intentó pararse y separarse de su rival.
Se sintió mal herido y sabía lo que le esperaba.
Yo también sabía que un gorila herido con una fractura expuesta, iba a ser muy peligroso.
Se paraba y caía hacia atrás dejando charcos de sangre.
Llegó al arroyo y al poner las patas en el agua sintió cierto alivio.
Eso le dio fuerzas para dar grandes rugidos y golpear fuertemente varias veces el pecho.
Tomás se seguía acercando a él.
¡Como dije antes, el quería ganar y que su rival se reconociera vencido!
Pero dejarlo herido y rabioso, era un peligro hasta para su propia especie.
Yo también lo pensé así y apunté mis lanzas hacia el pecho del simio.
Pero no fue necesario.
Con un rugido impresionante cargado de dolor, furia y fuertes golpes en el agua, vimos que el gorila era alejado y hundido en el medio del arroyo.
No habíamos tenido en cuenta los cocodrilos que venían en el cambio del clima.
Mi amigo se dio vuelta, caminó hasta la manada que desde los árboles casi todos los gorilas lo miraban con respeto.
Otros, un poco mayores y más grandes lo miraban con recelo.
Empezó a saltar, gritar y golpearse el pecho en señal de que entendieran que él era el guía, el Alfa imitando al jefe muerto.
Si bien yo admiraba a mi amigo desde que nos conocimos, por una vez yo no estaba de acuerdo.
Pensaba que lo mejor era hacerse amigo de todos los gorila, sin intervenir en su modo de vida.
Ya no teníamos la protección del gran jefe.
Con los gorilas recelosos y los que venían de otras manadas en épocas de celo a llevarse a las hembras, no íbamos a poder controlarlos.
¿Cuanto tiempo duraríamos vivos?
Más adelante, supimos que no estaba solo con estos pensamientos.
Después de estos hechos todo estaba tranquilo.
Había que cuidarse de los cocodrilos hasta que cambie el clima y se vayan.
Una mañana salgo de la cueva y encuentro a Tomás sentado en la orilla del camino de las hormiga gigantes.
Les arrancaba la cabeza y comía el resto, igual que el Alfa.
¿Qué gusto tienen?
¡A chocolate, me contestó!
Empezamos a conversar sobre como habíamos llegado a esta situación.
Tomás, a mi me preocupa cuanto duraremos vivos si seguimos entre los gorilas.
¿No pensaste que alguno de otra manada no te tenga miedo y te enfrente?
Tendrías en contra a muchos de esta manada que quieren el poder.
Cuando llegue el momento veremos Daniel.

La gorila nos escuchaba hablar y por momentos me daba la impresión de que entendía todo.
Otra cosa Tomás, nunca hablamos de nuestras familias.
Daniel, la única familia que tengo esta acá.
Estas confundido, tenemos familia y tal vez siguen preocupados por nosotros.
Como diciendo no quiero hablar más del asunto se levantó y retiró.
Un poco lo comprendía.
El padre los dejó a muy poco de nacer.
La madre trabajaba todo el día.
Él, después de la Escuela estaba en la calle.
Era un poco comprensible su actitud.


Cap. 7

Cada diez o doce días nos internábamos en la selva a cazar y traer frutas.
Tomás con su punta de de piedra bien afilada y yo con mis lanzas de caña, buscábamos la comida para unos cuantos días.
Al volver, nos encontramos con nuestra gorila rugiendo, saltando y señalando hacia la copa del árbol, en donde todavía se encontraba el globo.
En los árboles vecinos habían siete u ocho gorilas de gran tamaño.
Invasores en busca de las hembras de nuestra manada y la jefatura de la misma.
No había mucho que pensar, si nos enfrentábamos moríamos y decidimos atender primero la insistencia de la gorila.
¿Qué pasaba en la copa del árbol que ella insistía señalando?
Trepamos con mucha rapidez.
La gorila detrás nuestro.
Llegamos a la copa del árbol y lo único que vimos fue lo de siempre.
El globo y la canasta amarrados al árbol.
Decidimos entrar a la canasta y ver.
Revisamos los cajones y estaban llenos frutas, cocos y otros comestibles.
Sobre el piso se encontraban los impermeables y frazadas.
Pensamos en muchas cosas, menos en lo que iba a pasar.
Mientras estábamos revisando, la gorila soltaba las amarras que sujetaban a la canasta y el globo y tiró la cuerda para adentro de la canasta.
Nos dimos cuenta porque el globo empezó a ascender.
El viento lo elevó con mucha rapidez.
Cuando Tomás se dio cuenta de lo que pasaba, quiso tirarse de la canasta al árbol.
Gritaba como enloquecido ¡Menos mal que se contuvo, si no era una muerte segura para él!
Cuando estábamos a una distancia de aproximadamente cuarenta metros, la gorila se dejó caer.
La vimos revotar de rama en rama hasta que desapareció en las bajas arboledas.
Prefirió salvarnos y morir, que ser sometida.
El duro Tomás, lloró lo que no hubiera llorado por su madre biológica.
Lloramos juntos un buen rato, mientras el globo se alejaba.
Yo no imaginé este desenlace, pero si sabía que no era solo yo el que pensaba que no eramos gorilas.
Lo peor, es que terminaríamos muertos por gorilas invasores sedientos de poder.
Ni diez Tomás, lo hubieran podido evitar.
Mi amigo caminaba, saltaba y gruñía sobre la canasta como un verdadero simio.
Me paré frente a él y grité, Tomás, Tomás mírame, y escúchame.
¡Somos personas, no somos simios!
Nuestra gorila nos salvó dos veces la vida y estamos muy agradecidos.
Renunció a su vida por salvar la nuestra, pero hay algo claro, no debimos intervenir sintiéndonos uno de ellos.
¡Recapacita amigo, recapacita y entiéndelo!
Háblame como una persona normal.
¿No lo olvidaste, o sí?
Se tranquilizó y me contestó, ¡no lo olvidé!
Yo se que lo que habíamos vivido no era para olvidar de un día para el otro, pero si por lo menos recordaba que había sido una persona.
Para mi era bastante.
Éramos diferentes en la forma de ser, pero nos complementábamos.
Yo era frío y calculador, todo lo pensaba bien.
A mi amigo se le mezclaba el sentimiento y la rapidez de acción.
No pensaba en consecuencias.
En cuanto físicamente, eramos muy parecidos.
Yo era más bajo.
Nos entreteníamos mirando hacia abajo y lo único que veíamos era verde y más verde.
La selva en donde habíamos vivido tanto tiempo, no terminaba.
No sabíamos cuanto tiempo hacía que estábamos volando.
Ya sin comida y sin agua, una noche un golpe en el globo nos despertó.
¡Mira Tomás!
Una de las cuerdas que amarraba el globo se había roto.
¡Seguro, tanto tiempo amarrada en el mismo lugar, se había podrido.
¿Estarán todas iguales Tomás?
Me contestó con dos saltos y un gruñido.
Comprendí que debía tener paciencia.
¡Ya volvería a la realidad!
En la mañana miramos hacia abajo como de costumbre y nos dimos cuenta que íbamos a más altura de la que veníamos.
Había desaparecido la selva de nuestra vista.
Se veían espacios con muchas aldeas y algunas edificaciones no muy altas.
Mucho más lejos y muy pequeñitas, vimos lo que nos pareció edificaciones con terminaciones puntiaguda.
¿Tomás son Pirámides esas pequeñas figuras con punta?
Otra vez me contestó con un gruñido.
Cruzamos grandes superficies verdes, ciudades, pueblos y ríos en varios días.
Nos íbamos acercando y las Pirámides se veían cada vez más grandes.
Nos encontrábamos en muy mal estado.
El frío, hambre y sed se estaban haciendo sentir.
Calculé que entre las Pirámides y nosotros había unos ochocientos kilómetros.
Si el viento Sur nos seguía llevando hacia ellas, pensé que en cuatro días podríamos estar pasando por el lugar.
La suerte no nos estaba acompañando.
Al segundo día, se rompió otra rienda que sujetaba el globo a la canasta.
Al romperse la segunda rienda, la canasta perdió su estabilidad y quedó ladeada.
Nos tuvimos que atar a ella con la cuerda que habíamos llevado de cola desde que subimos al globo.
Eran cuatro las rindas que unían al globo con la canasta.
Era muy difícil que las dos que quedaban soportaran el peso de la canasta y nosotros.

Cuando faltaban aproximadamente cincuenta kilómetros a las Pirámides, se me ocurrió una idea.
¡Tomás, subiré por la rienda hasta el globo y lo pincharé con mi lanza!
Mi amigo me miró sin entender.
Y le aclaré, al hacer un agujero se desinfla y perderá altura.
¡Podremos descender en tierra firme!
¿Te parece bien la idea Tomás?
Él asintió con la cabeza.
Al otro día en la mañana empecé a subir por la rienda, treinta metros hacia el globo.
Habíamos sido buenos alumnos de los gorilas.
El trepar lo hacíamos casi como ellos.
Las alturas no significaban nada para nosotros.
Cuando estaba arriba miré mejor las Pirámides.
De cualquier forma no sabíamos en que lugar estábamos, porque Pirámides según mi maestra de escuela, había en todas partes del mundo.
No se de que material estaba hecho el globo, lo que se, es que me costó mucho hacer un pequeño agujero y lo que salía de él, era una especie de aire con mal olor.
El globo muy lentamente empezó a descender.
Era lo que yo quería un descenso lento.
A medida que el globo descendía se veía más claro el panorama.
Hombres y mujeres trabajando con palas, carretillas y muchas herramientas de excavación.
Todos habían parado su trabajo.
Asombrados miraban al globo y sus pasajeros.
A quince metros de altura el globo sin aire, se precipitó a tierra y con él nosotros.
Caímos como cuando nos tirábamos de los árboles.
Hacer de las piernas un elástico para amortiguar la caída, después rodar.
¡Como dije, eramos buenos alumnos de los gorilas!
Cuando nos paramos, no se de donde ni como llegaron ocho hombres que nos rodearon armados con fuciles.
Gritaban amenazándonos con ellos y en un lenguaje que no entendíamos.
Yo les decía que eramos hombres de paz.
Tampoco me entendían.
Al mismo tiempo trataba de apaciguar a Tomás que se había puesto en posición de combate.
¡Cálmate amigo son personas y yo les explicaré!

Si no lograba calmarlo, nos podrían matar a los dos.
Por suerte, como un ángel salvador apareció un señor vestido como habíamos visto en algunas películas hacía mucho años.
Pantalón corto, chaqueta, sombrero y fumando en pipa.
Hizo que los hombres armados se retiraran unos metros más atrás y preguntó, ¿son españoles?
Cuando sentí que hablaba nuestro idioma, respiré más tranquilo.
¡Somos uruguayos, contesté!
¿De Uruguay?
Preguntó medio contrariado.
¡Si de Uruguay!

CAP. 8

Nos miró un instante.
¿Por qué están vestidos con restos de pantalón corto y armados con armas de la edad de piedra?
¡Es una historia larga señor!
Soy el profesor Auges arqueólogo.
Nosotros somos Tomás y Daniel.
El profesor le dio una orden a los guardias y se retiraron.
Y otra orden a nosotros.
¡Acompáñenme!
Tomás no hablaba, solo gruñía y miraba a todos con desconfianza.
¡Tranquilo amigo, son buena gente!
Con él entramos a una carpa en donde habían varias personas revisando objetos.
Estábamos con mucha hambre y sed.
El profesor habló con dos señores en un idioma que desconocimos.
Se dirigió a nosotros para decirnos que pasáramos detrás de una cortina y nos bañáramos.
¡Después comerán algo!
Terminó diciendo.
Tomás, con mucha desconfianza y mirando con que curiosidad nos observaban, me siguió.
Y no era para menos, mi amigo volvía a caminar y mirar como los gorilas.
Por momentos parecía que nunca dejaría de actuar como ellos.
En ese sentido éramos muy distintos.
Si bien habíamos vivido mucho tiempo entre los gorilas haciendo de sus costumbres las nuestras, yo siempre separé al hombre del gorila.
Tomás no, a él se le metió en la sangre todo lo relacionado a ellos y sobretodo, ser uno de ellos.
Si el destino hubiera sido quedarnos más tiempo con los gorilas, si la gorila no hubiera tomado la decisión de volver a salvarnos y quitarse la vida, no se que hubiera sido de nosotros.
¿Cuanto hubiéramos durado con vida?
Nos habían dejado ropa para cambiarnos después de bañarnos.
Eran talles grandes, pero no importa era ropa limpia.
Tomás por nada del mundo quería ponerse el pantalón.
No había forma de hacerle entender que era lo correcto, hasta que se me ocurrió cortarlo y hacerlo pantalón corto.
Después apareció un señor con tijera y peine en mano.
Lo miramos como al peor enemigo.
Pero el profesor aclaró, ¡tranquilos muchachos les van a cortar el pelo!
Bañado, con ropa limpia y el y el cabello cortado, me dio la impresión que había vuelto al pasado.
Tomás todo lo contrario se sintió incomodo.
El profesor Auges nos estaba esperando con la mesa bien servida.
Tomen asiento, nos dijo.
Yo lo hice frente a la mesa, mi amigo tomo una pata de pollo y se sentó en el suelo como un gorila.
Miré al profesor y le hice entender que no le diera importancia.
El prestó atención a la intensa pelusa que teníamos en el rostro.
¿No los rasuraron?
Yo contesté con otra pregunta.
¿Qué es eso profesor?
Sacar la pelusa del rostro.
¡No profesor, no quisimos!
Después que comimos el profesor encendió la pipa y dijo, cuenten que les pasó.
Empecé a contarle que desde mil novecientos cincuenta y cuatro, dos niños en sus travesuras se habían subido a un globo sin permiso.
Paso a paso le fui contando la increíble aventura hasta el momento en que caímos en su campamento.
En cada paso de la historia el profesor no salía de su asombro.
A menudo miraba a Tomás y parecía que comprendía su proceder.
A su vez, Tomás me escuchaba e iba cambiando de actitud.
.
Se sentó en otra silla escuchándome y asintiendo.
Cuando hablaba de él y su comportamiento con los gorilas, se reía con el profesor.
Noté ese cambio en mi amigo y me alegró.
Cuando volvió hablar el profesor, los sorprendidos fuimos nosotros.
Muchacho, por lo que me estas contando, cruzaron el Atlántico, pasaron por Angola y el globo se quedó amarrado en la cúpula de un gigante árbol en el Congo.
Después de haber vivido dieciocho años con los gorilas, subieron al globo y siguieron viajando, cruzaron Sudan y llegaron a Egipto.
¿Estamos en Egipto profesor?
¡Si Daniel!
Por primera vez desde que habíamos llegado Tomás habla.
¿En que años estamos señor?
En mi novecientos setenta y dos.
Mi amigo y yo nos quedamos sin habla.
Había pasado más tiempo que los años que teníamos cuando por primera vez subimos al globo.
Otra vez el profesor tomó la palabra.
Muchachos, por ahora muy poco puedo hacer por ustedes.
Me quedan tres meses del contrato que tengo para las excavaciones, después nos vamos.
En estos tres meses iré haciendo trámites para que ustedes viajen con mi compañía a Inglaterra.
Cuando estemos en mi país iremos a la embajada uruguaya y les comunicaremos la aparición de los niños del globo.
¿Les parece bien?
Los dos aceptamos.
Después agrega, pueden trabajar para mi.
¡Hay buena paga!
Volvimos a aceptar.
¿Profesor usted es español?
No, soy ingles.
¿Daniel, pensaste que era español porque hablo el idioma?
¡Sí!
Este viejo arqueólogo habla tres idiomas, ingles, español y francés.

Mientras les hacen un lugar para dormir en las carpas de los trabajadores, salgan a conocer el campamento.
¡Gracias profesor!
Salimos a conocer los alrededores.
Mucha gente excavando y sacando con carretillas toneladas de arena.
La arena sacada quedaba a un costado de donde estaban excavando.
Para saber que buscaban, nos acercamos a los que parecían dar las ordenes.
Nos quedamos con las ganas de saber, porque hablaban un idioma que no entendíamos.
Pero si, nos dimos cuenta que estaban contentos porque en el fondo de la excavación, había aparecido una puerta que aparentemente era la entrada del lugar que buscaban.
Mandaron buscar al profesor Auges y cuando llegó, no disimuló la gran alegría que le invadió.
Me animé a preguntarle, ¿qué encontraron profesor?
¡La tumba de un faraón, Daniel!
¿Es importante profesor?
¡Que si es importante, tiene tres mil años bajo las arenas de Egipto!
Prestando atención al hallazgo no me di cuenta que Tomás se había ido.
Miré a mi alrededor y lo veo inclinado mirando un monito que estaba atado a un poste.
Le grité, ¡no lo toques!
Pero ya lo había soltado.
El mono al verse suelto salió corriendo y se trepó hasta lo más alto de una de las carpas.
Tomás corría atrás de el como festejando su libertad.
El mono desde arriba miraba a mi amigo que saltaba y se golpeaba el pecho como animándolo a seguir huyendo.
El profesor Auges se acercó y me dijo, ese mono es del grandulón que se acerca.
Le llaman el ruso y tiene muy mal carácter.
El profesor trató de hacerle entender al ruso que no hubo mala intención.
Él siguió sin escuchar nada, derecho a Tomás.
El profesor miraba estupefacto como el mono entendía los gruñidos de mi amigo.
Si yo le hubiera dicho que estaba hablando con él, nos creería locos.
El ruso se acerca por atrás de Tomás y le da un terrible puñetazo en la espalda.

Tomás trastabillando y a punto de caer recorrió más de cinco metros.
Sin mucho apuro, el ruso se sacó la camisa.
¡Era una maza de músculos!
Yo le gritaba a Tomás que se alejara.
El profesor le hablaba al ruso y hacía ademanes que a mi me dio la impresión que lo estaba despidiendo.
El grandulón no lo escuchaba, o no le importaba lo que el profesor le decía.
Tomás sufrió una recaída, la peor de las que había visto.
Se empezó a inclinar y a caminar de costado igual que los gorilas.
Saltaba y golpeaba su pecho dando fuertes gritos.
El fortachón tiraba patadas y puñetazos tratando de alcanzarlo.
Mi amigo usando piernas y brazos para correr lo rodeó varias veces.
Cuando me decidí a apartar, la sorpresa.
Tomás saltó sobre su espalda, prensó la cintura con las piernas y rodeó el cuello del ruso con un brazo, apretando ambas partes con endemoniada fuerza.
El ruso cayó de rodillas y Tomás seguía apretando.
Levantó el brazo para dar el golpe de gracia.
Era como que el brazo y el puño se transformaran en un martillo.
Golpe que dormiría a un gorila, pero a un hombre lo mataría.
Corrí y lo agarré gritando, ¡suéltalo Tomás, lo matarás!
¡Por favor suéltalo!
Si lo matas, terminamos presos.
Lo soltó y se separó de el ruso.
Empezó a gritar y a golpearse el pecho mirando a todos los que nos rodeaban.
Después se apartó y quedó inclinado con los brazos caídos.
Era la imagen de un gorila arrepentido.
El profesor Auges se acercó y preguntó.
¿Está bien el muchacho?
¿Le pasa algo?
¡Es un gorila!
Si profesor, es el efecto de vivir tantos años entre ellos.
Los guardias se venían acercando para ver que estaba pasando.
El profesor habla con ellos.
Después me dijo que les pidió a los guardias que se llevaran al ruso, lo reanimaran y lo sacaran del campamento.
¡Pero profesor!
Ustedes no tienen la culpa, además lo tenía entre ojos.
Es un sujeto muy problemático.


Cap. 9

Inmediatamente el profesor Auges nos integró a su equipo.
El trabajo que nos adjudicaba, siempre tenía que ver con nuestro estado físico.
No le permitíamos al más débil ocuparse de la excavación y carga.
Para eso estábamos nosotros y cuatro hombres corpulentos.
En esos tres meses nos ganamos la confianza y afecto de todo el equipo.
En los momentos de descanso, los trabajadores hacían rueda para escuchar y ver, cómo nos entendíamos con el mono.
¡No podían creer que hombres y mono pudieran entenderse con gruñidos y ademanes!
Muchas veces nos preguntaron.
¿Qué idioma usan para entenderse?
¡El del entendimiento!
Contestaba.
Y agregaba, que lamentablemente muchas personas no lo usan.
El profesor Auges cumplió con su palabra.
Tramitó la repatriación de Tomás y yo junto con el monito.
Como dijo mi amigo, ¡si no lo llevamos, quien sabe en que jaula termina!
Y llegó el día en que debíamos abandonar las excavaciones junto con la llegada del invierno.
Así lo estipulaba el contrato.
El profesor muy contento con sus hallazgos.
Tomás y yo, por la idea de volver a casa.
¿Profesor cuando partiremos?
Lo haremos en cuatro días Daniel.
Y en seis horas estaremos en Londres.
Los cuatro días lo empleamos en reuniones de despedidas, con todos los amigos que habíamos hecho en esos tres meses de trabajo con el profesor.
De los dos, el más agasajado era Tomás.
Todos querían escucharle las anécdotas vividas con los gorilas y en especial, expresarse como ellos.
¡Eso si, no permitía que nadie se burlara de ellos!

Cuando contó como la gorila nos engañó para salvarnos la vida y después suicidarse, el holandés, uno de los trabajadores exclamó; ¡qué estúpida!
Yo le dije que el estúpido era él.
Pero Tomás fue más lejos, le propinó una paliza.
Si no hubiera estado yo, terminábamos presos.
Después el holandés le pidió disculpas por expresarse mal y Tomás a él por golpearlo.
El día de la partida el profesor nos trajo ropa y zapatos para viajar.
Después de vestirme, con mucha dificultad pude calzarme.
Tomás renegando se vistió, pero no quería calzarse.
Lo convencí diciéndole que después que estemos en el avión nos sacaríamos los zapatos.
El andar descalzo y años trepando árboles, nos había dejado los pies deformados.
Nos iba a llevar mucho tiempo dejar nuestros pies normales.
Ese día a las catorce horas salió el avión rumbo a Londres, con todos nosotros a bordo.
Ante el asombro de la tripulación nos sacamos toda la ropa, menos los pantalones.
Primero las azafatas y después el capitán nos llamaron la atención.
¡No pueden viajar descalzo y con el torso desnudo!
Intervino el profesor explicándole al capitán, quienes eramos y la razón de nuestra conducta.
El capitán entendió la situación y nos permitió viajar sin inconvenientes.
Desde las ventanillas, observábamos que el avión en su avanzar iba cambiando la geografía.
Nada nos impresionaba, ya estábamos acostumbrados a las alturas, cambios de geografías y distintas temperaturas.
¡Tomás, esto es como viajar en globo!
Me contestó riendo, ¡es mejor viajar en globo por que podemos cazar lo que comemos!
Las seis horas de viaje hasta llegar a Londres las hicimos riéndonos de nosotros mismos.
Caminábamos por los pasillos y los pasajeros nos miraban con curiosidad.
No era para menos.
Al que miraban más, era a Tomás y en su mayoría las mujeres.

Su torso desnudo y el comportamiento de los gorilas, lo hacían ver como un imitador de los simios y eso les gustaba.
Lo que no sabían, era que por momentos él se sentía uno de ellos.
Yo dominaba esa actitud.
Si bien como Tomás tuve que sacarme el saco, camisa y zapatos, porque no los toleraba, caminaba como cualquier persona.
A Tomás se le metió en su sangre la vida de los gorilas.
En el viaje, tripulación y pasajeros se fueron enterando de que eramos los niños desaparecidos y criados por los gorilas.
Al terminar el mismo, todos los integrantes del avión nos saludaban y abrasaban deseándonos lo mejor.
Al llegar al aeropuerto de Gatwick otra sorpresa, cientos de personas esperaban la llegada del profesor Auges con sus descubrimientos.
Para la gente, el descubrimiento más destacado del profesor, eran los niños perdidos en el año mil novecientos cincuenta y cuatro y criados por los simios.
La noticia ya había recorrido el mundo y Uruguay era parte de este mundo.
¿Nuestras familias también estarán enteradas Tomás?
No me importa.
¡Lo que me importa, es como estarán mis gorilas!
Yo lo comprendía y hasta aceptaba su comportamiento.
Solo deseaba que el trato con la gente le hiciera entender que lo que pasamos fue una aventura.
Que los gorilas tenían su vida propia, su habita y nosotros sobrevivimos un tiempo entre ellos.
Y que una gorila fue más inteligente que nosotros salvándonos la vida dos veces.
Espero que a mi amigo el tiempo lo haga razonar y pueda volver a la realidad.
Su voz me sacó de mis pensamientos.
¿Daniel, tanta gente vino por nosotros?
¡No, vinieron por los descubrimientos del profesor!
Al bajar del avión la gente se aglomeró alrededor de todo el equipo de arqueología, con el profesor al frente.
Aplaudían y elogiaban en un idioma que desconocíamos.

Otra vez Tomás se sintió un gorila y reaccionó como que otros gorilas lo aclamaban.
¡Son personas Tomás, son personas!
Por suerte inmediatamente cambió su actitud.
Nos entregaron el monito con el bozal, collar y cadena puesto.
Subimos al bus que nos trasladaría cuarenta y seis kilómetros al centro de Londres.
Los treinta minutos que duro el viaje, nos siguió una caravana de autos con gente entusiasmada por los resultados del profesor y la aparición de los niños perdidos.
El bus fue dejando a cada integrante del equipo en la puerta de su casa.
Todos bajaban con la promesa del profesor Auges de reunirse en sesenta días.
Los últimos fuimos el profesor, Tomás y yo en su casa.
La familia la integraba su señora y tres hijas.
El profesor no precisó presentarnos, ellas ya conocían nuestra situación.
La señora muy amable y sonriendo nos presentó a sus hijas Dina mi hija más chica, la sigue Mariela y la mayor Zulla Arqueóloga como su padre.
Ante lo que pareció muy anormal, las tres mujeres se quedaron quietas y tensas, mientras Tomás una por una les pasaba el dorso de su mano en el rostro.
El profesor inmediatamente les dio tranquilidad a su familia diciéndoles, ¡tranquilas, es su forma de brindar amistad y afecto!

Cap. 10

Estuvimos quince días en la casa del profesor mientras él tramitaba la documentación para poder viajar a España.
La familia muy atentamente escuchaba como una travesura de dos niños nos llevó a una aventura que duró dieciocho años.
Todos se divertían riéndose de las mímicas de Tomás, expresándose como los simios.
Dos cosas importantes pasaron en esos quince días.
A Tomás muy poco se le presentaron los síntomas y se comportaba como una persona normal.
A mi lo mejor, la amistad con Zulla se profundizó y prometimos escribirnos para mantenernos comunicados.

Zulla se dirige a Tomás y a mi.
¿Quieren dejarnos el monito?
Miré a Tomás y el asintió con la cabeza.
¡Pensé, otro pretexto para hablar con ella!
Llegó el día de partir hacia España.
País en donde el profesor Auges daría varias conferencias y nos embarcaría hacia Uruguay.
Nos despedimos de la familia y partimos hacia el aeropuerto.
El vuelo de Londres a Madrid nos llevó tres horas.
Llegamos a Madrid y nos alojamos en un hotel.
Mientras, el profesor presentaba nuestra documentación y sacaba pasajes hacia Uruguay.
Al volver el profesor no entrega los pasajes que vinieron para dentro de seis días hora nueve.
¡Tomás tenemos cinco días para conocer algo de esta ciudad!
No había terminado de hablar cuando sentimos un gran bullicio en la planta baja del hotel.
Después golpes en la puerta.
Era un empleado.
Nos pedía que bajáramos para una entrevista con los periodistas.
¿Qué quieren?
El empleado contestó, ¡quieren la historia de los niños perdidos!
¡Tomás tenemos que atender a los periodistas!
Daniel no cuentes conmigo.
¿Por qué, qué pasa?
¡Nada, solamente que olvidé como hablar con la gente!
Yo lo volví a entender.
Él estaba para salir de sexto año y yo estaba en tercer año en primaria, cuando nos perdimos con el globo.
Después de dieciocho años ninguno de los dos recordábamos como poder expresarnos bien y menos darles explicaciones a la prensa.
El profesor Auges entendiendo la situación se ofreció para representarnos.
¿Tomás, Daniel quieren que yo los represente frente a la prensa?
Los dos al mismo tiempo contestamos, ¡si profesor!
El profesor a las risas se va diciendo, ¡les diré que traigan un periodista gorila para que los entreviste!

Todos reímos por su ocurrencia.
Después de treinta minutos apareció el profesor.
¡Bueno muchacho todo arreglado!
Con los periodistas habían escritores y cineastas.
Hablaron de hacer un libro y llevar al cine sus aventuras.
Yo les dije que todo eso podía realizarse, siempre que ustedes estuvieran de acuerdo.
También les prometí que ustedes estarían dispuestos dentro de treinta días en Montevideo Uruguay.
El profesor volvió a salir, tenía una entrevista en un museo.
Yo seguí conversando con mi amigo.
¿Tomás qué te pareció las novedades que trajo el profesor?
¿Me ves a mi de actor?
¡No Tomás lo harían verdaderos actores!
¡Además, con el dinero que nos paguen aseguramos nuestro futuro!
Pocas veces vi sonreír a mi amigo como esta vez.
Nunca le pregunté que le vino a la mente en ese momento.
Acordamos irnos a dormir.
Mañana conoceremos algo de Madrid.
¡Estoy de acuerdo Daniel!
Esa noche el profesor llegó muy tarde.
Disfrutaba de sus logros y reconocimientos.
¡Despierten muchachos, tengo una sorpresa para ustedes!
Semidormido le pregunté, ¿de que se trata profesor?
Mañana a las cinco de la tarde tendrán la visita del embajador uruguayo en España.
¿Es importante profesor?
Es muy importante Tomás.
El embajador les quiere preparar una bienvenida a nivel nacional en Uruguay y que el país entero conozca sus aventuras.
Tendrán muchas entrevistas con los medios de prensa y programas interesados en sus experiencia.
Después de un libro y una película, ustedes verán el futuro desde una perspectiva con más optimismo.
¿Le ves la importancia Tomás?
Si es así como usted dice que va a suceder, ¡si será importante profesor!
Tomás, Daniel usaré todos mis conocimientos y contactos, para que todo suceda como les dije.
Ahora a dormir.
¡Hasta mañana!
¡Hasta mañana profesor, dijimos a dúo!
A las ocho de la mañana nos levantamos.
El profesor ya había pedido el desayuno y el servicio en ese momento llegaba.
Mientras desayunábamos conversamos de varios temas, pero el profesor insistió más en que teníamos que hablar, para que recuperáramos la facilidad de la palabra.
Tenía razón, nos costaba mucho hilvanar una frase.
Muchas palabras habían sido olvidadas en esos años en la selva.
Muchachos me voy, tengo una conferencia y vuelvo al medio día.
¡Los invito a almorzar!
Si salen a conocer esta parte de Madrid, no se alejen.
Yo no salgo profesor.
¿Por qué Tomás?
No aguanto los zapatos.
Puedes salir descalzo, es tanta la cantidad de turistas, que nadie te prestará atención.
¿Te parece bien Daniel?
¡Claro profesor, yo también saldré descalzo!
Después que el profesor se fue, decidimos salir a conocer la zona en que estábamos.
Supimos que el hotel estaba sobre la avenida Gran Vía.
Nos alejamos unas ocho cuadra y nos enteramos que la avenida era la más importante en cuanto a negocios y turistas extranjeros.
Daniel, que te parece si volvemos no quisiera terminar perdido.
Estoy de acuerdo.
Al volver prestamos atención a algo que no nos habíamos dado cuenta.
Algunas personas nos miraban y sonreían.
Los niños nos saludaban.
Prestando más atención vimos que en algunos kioscos de periódicos, en la tapa aparecíamos nosotros bajando del avión en Londres y otras entrando al hotel en Madrid.
¡Tomás ya somos famosos!
¡Así parece!
Cuando se dieron cuenta que caminábamos descalzos, unos adolescentes que parecían turistas por el entusiasmo que demostraban, se descalzaron.
En el camino al hotel varias personas que nos habían reconocido, nos saludaban.
Amistosamente nos pedían que escribamos sobre nuestra aventura.
Entrando al hotel, les prometimos que pronto sabrían tanto como nosotros.
Esperamos al profesor comentando lo sucedido en la avenida.
El profesor no se hizo esperar mucho.
Entró muy alegre.
Muchachos les traigo regalos y buenas noticias.
Enseguida abrió unas cajas.
¡Esto es para ustedes!
Eran dos pares de alpargatas de lona gruesa y suela de hilo.
¡Con estas van andar cómodos!
¡Y son hechas en Uruguay!
Muchas gracias profesor, le dijimos los dos.
¿Como sabe que nos quedará bien?
Buena pregunta Daniel.
Anoche medí las suelas de sus zapatos y les traje un número más.
¿Profesor Auges, cuales son las buenas noticias?
Si Tomás, las buenas noticias son que un prestigioso productor y director de cine, fue expresamente a mi conferencia a entrevistarme.
Me comentó que él estaba muy interesado en sus aventuras.
Le prometí que en treinta días, haríamos una sita para reunirnos en Montevideo Uruguay.
Estuvo de acuerdo y me dejó todos los datos.
¡Pero profesor nosotros no sabemos nada del tema!
Ya los se Daniel.
¿No oíste que dije reunirnos?
¿Usted va a estar profesor?
Si Tomás.
Le dije treinta días, porque programé unas conferencias en Uruguay con el embajador Uruguayo por esa fecha.
¿Va a ir con su familia profesor?
No Daniel.
Tal vez, solo tal vez vaya con mi hija mayor que en muchas oportunidades me hace de secretaria.
Al profesor no se le escapó ver la sonrisa y el brillo de mis ojos.
No era un secreto para el profesor y su familia la atracción que sentimos Zulla y yo cuando nos conocimos.
¡Muchachos los invité a almorzar y ya es la hora,vamos!
Nos calzamos las alpargatas y nos dirigimos a la puerta del hotel.
Antes de llegar a la salida, un empleado nos advirtió que afuera había mucha gente que esperaba conocernos.
Y así fue, al salir la gente nos saludaban como si fuéramos estrellas de cine.
Un joven que aparentemente quería impresionar a dos amigas, empezó a caminar cerca de nosotros haciendo una burda imitación de un gorila.
El profesor con su hablar mezcla de ingles y español, le pidió que por favor se retirara.
El joven se retiró con sus dos amigas.
¿Adonde vamos a almorzar profesor?
Tomás, Daniel ya llegamos!
El restaurante estaba lleno de turistas.
Inmediatamente fuimos el centro de todas las miradas.
¿Nos reconocieron profesor?
Si Tomás, aprestate a firmar autógrafos.
Como broma fue buena profesor.
Hoy si es una broma Daniel, pero con el tiempo va a ser muy en serio.
Un señor saludó al profesor y nos llevó hasta una mesa indicando que ese era nuestro lugar.
Nosotros extrañados miramos al profesor y el nos aclaró que temprano la había reservado.
Nos sentamos a disfrutar un buen almuerzo.
El profesor nos invitó y él lo eligió.
Mientras tanto seguíamos en la mirada de los curiosos.
Desde que llegamos, el comedor quedó en silencio nadie hablaba, como que esperaban sentirnos hablar.
Pero ese silencio duró poco y en segundos se transformó en protesta contra el tonto y sus dos acompañantes que entraron al restaurante.
El mismo que trataba de imitar el caminar y los gruñidos de un gorila.
El tonto que encontramos en la calle cuando veníamos.
Para peor empezó a dar vueltas alrededor de nuestra mesa.
El profesor con mucha amabilidad le pide, ¡por favor retírese, no moleste!
Cuando uno de los guardias de seguridad del restaurante iba a pedirles que se fueran, no pudo hacer nada frente a la rapidez de Tomás.
Se paró y como un verdadero gorila, caminó hacia el tonto.
Cuando el muchacho vio que esa masa de músculos daba vueltas a su alrededor olfateándolo, se paralizó.
Lo levantó del cuello como quien levanta una pluma y lo dejó caer.
Después gritó y rugió a la vez golpeándose el pecho.
El muchacho se levantó y con sus compañeras salieron enloquecidos del lugar dejando un feo aroma.
Creo que se había hecho todas sus necesidades arriba.
El restaurante estaba repleto y todos desconcertados, no sabían si había sido en serio o una actuación, pero si sabían que de una garganta común no podía haber salido un grito y rugido como ese.
Terminaron vivando y aplaudiendo al hombre musculoso.
Después la calma, pudimos almorzar tranquilos.
Terminamos de almorzar y el profesor nos invitó a dar un paseo caminando.
Los llevaré a conocer parte de la ciudad.
¿Les parece bien?
¡Muy bueno profesor, contesté!
¡Pensé, Tomás se quedó preocupado por el incidente, se distraerá!
Algunos curiosos que nos reconocieron nos seguían de cerca.
Madrid era una ciudad muy grande.
En lo poco que conocimos de ella, mucho nos llamó la atención.
El profesor Auges que conocía cada rincón y cada elemento de la ciudad, nos iba explicando el significado de cada cosa.
Nos cruzamos con mucha gente que nos saludaban con curiosidad y afecto.
Los periódicos habían hecho un buen trabajo.
Paseamos cuatro horas por esa parte de la ciudad.
¿Muchachos, que les parece si volvemos?
Se está haciendo tarde.
Estuvimos de acuerdo.


Cap 11

En la cena, el profesor estuvo hablando de nuestro futuro y de la importancia que era conocer al embajador de Uruguay en Madrid.
¡No olviden que mañana a las diecisiete horas tienen una cita con él, acá en el hotel!
¡Otra cosa más!
Abrió su maleta y sacó dos hojas chicas de papel escritas.
Estos son documentos, se les llama cheques.
Tienen un valor de quince mil Dólares cada uno.
Es el pago por los trabajos realizados en Egipto.
Los podrán cobrar en cualquier Banco uruguayo.
¿Y el pago de los pasajes y estadía?
Daniel ya están incluido, olvídate.
¿No es mucho profesor?
¡No Tomás, ustedes se lo merecen!
Profesor no tenemos idea de que hacer con estos cheques.
Escucha Daniel, el embajador uruguayo tiene la idea de viajar con ustedes, si lo hace los asesorará en todo, incluso en como hacer una cuenta en un banco.
¿Profesor y si no va?
¡No seas tan pesimista Tomás!
Muy serio Tomás pregunta de nuevo.
¿Profesor que es pesimista?
Negativo.
¡Ah!
Y el profesor sigue; el señor embajador tiene otras sorpresas para ustedes, mañana se las comunicará.
Bueno mis amigos, es hora de ir a dormir.
Estoy muy cansado, hemos caminado mucho.
Mañana tengo dos conferencias.
Ustedes desayunen y almuercen en el hotel.
Llegaré a las quince horas.
Hasta mañana muchachos, descansen.
Hasta mañana profesor.
El profesor a su dormitorio y nosotros al nuestro.
Estaba casi dormido cuando desde su cama Tomás me pregunta.
¿Qué es ser negativo?
¡No se, creo que es no creer!
¡Yo le creo todo al profesor!
Ya lo se Tomás.
Hasta mañana.
Sin contestarme se durmió.
A la mañana siguiente desperté creyendo oír un sollozo.
Miro hacia la cama de Tomás, no estaba.

Voy hacia el baño y allí estaba.
Sentado como se sientan los simios, me mira diciéndome, soñé con nuestra madre.
¿Cual de nuestras madres Tomás?
¡La gorila, no tuvimos otra!
Tomás mírame y escucha, nosotros aprendimos mucho de los gorilas.
La gorila nos salvó la vida dos veces.
En la segunda vez decidió matarse después de salvarnos.
Los gorilas invasores eran muchos y con todos no íbamos a poder, ella lo sabía.
En más o menos tiempo, para nosotros la muerte era segura.
La gorila sufría mucho por la falta de su compañero y se sentía vieja.
No quiso que los nuevos machos y la manada joven la sometieran.
Párate Tomás y mírate en el espejo.
¡Lo que estas mirando es un hombre, no un gorila!
¡Los extraño Daniel!
¡Yo también los extraño!
Solo quédate con lo que estas mirando y al recordarlos, verás que el ser hombre fuerte y saludable se lo debes a los gorilas.
Como hombre, es el mejor reconocimiento hacia ellos.
Después riéndome dije.
Otra cosa, si es como dice el profesor que vamos a ser famosos, también seremos ricos.
Siendo ricos podemos hacer mucho por los gorilas.
¡No lo dudes Daniel!
¿Tomás que te parece si vamos a desayunar?
Vamos.
Cuando estábamos desayunando el encargado del hotel se acercó, traía un periódico.
En la portada habían dos fotos.
Una tenía a Tomás tomando de la garganta a un hombre a un metro de altura.
La otra mirando hacia arriba golpeándose el pecho.
El título decía: El hombre gorila les enseñó a unos estúpidos a respetar.
El encargado preguntó.
¿Ustedes piensan salir?
Les aviso que en la puerta de calle hay muchos periodistas.
Inmediatamente pensé en Tomás, no sabía como podría reaccionar.

Le contesté que no.
Esperaremos al profesor Auges.
Nosotros no sabríamos que decirles a los periodistas.
A la hora de almorzar fuimos al comedor.
Nos disponíamos a hacer el pedido cuando de pronto, varios periodistas cámara en mano entraron sin permiso al salón.
Los flashes de sus cámaras se encendían en cada foto que tomaban.
En segundos nos llovieron las preguntas.
Por suerte la rápida intervención de la gente de seguridad sacando a los intrusos, no pasó nada grave.
Tomás gruñía molesto.
Yo estaba igual.
El encargado del hotel se acercó y nos pidió disculpas, prometiendo que no pasaría más.
Al terminar de almorzar si en algún momento pensamos en salir, después del incidente con los periodistas decidimos esperar al profesor Auges y al embajador en el hotel.
Como había prometido el profesor, a las quince horas llegó.
¡Hola muchachos!
Ya supe que se molestaron con los periodistas.
Si profesor, nos sorprendieron y molestaron.
Tomás, si quieren ser ricos y famosos cuenten con la llegada de muchos periodistas y todos aquellos que se interesen en sus vidas con los gorilas.
Si no quieren ese futuro, deben ocultarse el resto de sus vidas.
Lo de los periodistas es el costo que deben pagar.
¡Tiene razón profesor, pero que hacemos, no sabemos hablar con ellos!
Daniel, por ahora dejen que yo hable.
Ustedes presten atención y aprendan.
A las diecisiete horas, un empleado del hotel nos avisa que en la sala de espera se encuentra el embajador uruguayo esperándonos.
Hasta allí fuimos con el profesor.
Se saludaron cordialmente y el profesor nos presentó.
La historia de ustedes me impactó y quería conocerlos personalmente.
¡Soy el embajador de Uruguay Héctor Reyes!
¿Quien es Tomás?
Yo señor.
¡Así que tu eres Daniel!
Sí señor, contesté.

Les tengo noticias de Uruguay a los dos.
La noticia de sus apariciones corrió por el mundo a gran velocidad.
Pero como no podía ser menos, el mayor impacto fue en Uruguay.
El gobierno uruguayo les está preparando una bienvenida, como si fueran los campeones del mundo.
De cierto modo son campeones, por qué entrar a vivir solos siendo niños a una selva y vivir dieciocho años, es de campeones.
No estuvimos solos señor.
¡Tuvimos los mejores maestros y amigos!
Ya lo se Tomás, me expliqué mal, yo me referí a los niños como personas.
¡Tengo a la vista el trabajo que hicieron los gorilas!
Tal vez criados por personas, no hubieran logrado tanto.
En cuanto a sus familiares, Tomás te adelanto que tu mamá falleció.
A tu padre no lo pudimos ubicar.
En el rostro de Tomás no hubo ninguna señal de sentimiento.
Dio la impresión que no le importó nada de lo que dijo.
Daniel, tu papá falleció en un accidente automovilístico.
Tu mamá te espera con mucho entusiasmo.
Tus hermanas están en Australia y estarán en Montevideo el día que llegues.
Tal vez algunas personas piensen que no soy quien para adelantarles estas noticias, pero pienso que dieciocho años es mucho tiempo sin familia, y tres días es poco para darse cuenta que algunos no estarán para recibirlos.
A usted profesor Auges, le prometo que serán bien aconsejados hasta el momento que usted llegue a Uruguay.
¡Confío en usted embajador Reyes, se que van a quedar en buenas manos!
Ustedes muchachos, escucharon más de lo que hablaron y eso es un don que muchos no tienen, escuchar para saber.
¡Me alegra haberlos conocidos!
Nos veremos en el aeropuerto.
Señor embajador.
¡Si Daniel!
A Tomás y a mi, también nos alegra conocerlo.
¡Gracias Daniel, seremos buenos amigos!


Cap 12

El profesor nos aconsejó que no nos dejemos ver con los periodistas, hasta el día de la partida hacia Uruguay.
Llegó el día y a las seis de la mañana nos estábamos despidiendo de los dueños y empleados de hotel.
Nos despedían y saludaban como estrellas de cine.
En la puerta se habían reunido muchos periodistas y curiosos que querían conocernos.
El profesor al frente iba prometiendo que en poco tiempo los noticieros informaran de como dos inocentes niños pudieron sobrevivir criados por los gorilas en la selva.
Pudimos subir al coche de alquiler y partimos.
Profesor.
Sí Tomás.
¿Los dos inocentes niños se robaron un globo?
Es así, lo peor es que lo tienen que pagar en cuanto lleguen a Uruguay.
La pregunta de mi amigo y la respuesta del profesor, nos hizo reír todo el viaje.
En la sala de espera del aeropuerto ya se encontraba el embajador Reyes.
¡Buen día profesor!
¡Buen día muchachos!
¡Buen día embajador, todos contestamos!
¿Quedamos que usted viajará a Uruguay dentro de treinta días profesor?
¡Si dios quiere allí estaré embajador!
Si está de acuerdo y los muchachos también, yo los asesoraré en todo hasta que usted llegue.
Estamos de acuerdo embajador.
¿Es así muchachos?
¡Lo que usted diga profesor!
Contesté por los dos.
Después de unos cuantos abrazos el profesor se fue.
A pesar que sabíamos que en pocos días lo íbamos a ver, la despedida fue triste.
Le prometí que inmediatamente me instale llamaría a su familia y en especial a Zulla.
El me dijo, ¡tal vez la veas antes de lo que imaginas!
Tomás también se sintió triste por su partida y me alegré.
Porque el sintió lo mismo que yo.
Después de cuatro meses llegar a conocer una persona y tenerle tanto cariño y aprecio, no se si se da siempre.
A nosotros después de dieciocho años tratando con animales, se nos dio.
Van a ser pocas las personas que conozcamos como el profesor Auges.
La voz del embajador Reyes me sacó de mis pensamientos.
¡Amigos, al avión!
Mostramos la documentación, pasajes y subimos al avión.
En él le pregunté al embajador, ¿cuantas horas de viaje señor Reyes?
Hasta Rio de Janeiro once horas, después nos cambiamos de avión y cuatro horas a Uruguay.
Durante el viaje, pasajeros y tripulantes cambiaban miradas entre si observándonos.
Dos cosas le llamaban la atención, nos habían reconocido y nos habíamos descalzado.
¡Como para no reconocernos!
En los periódicos que se repartieron en el avión en primera plana estaba Tomás levantando al tonto imitador y en otra foto, los dos almorzando en el hotel.
¿Van cómodos?
Si embajador, contesté.
Durante el viaje alguna azafata o pasajero nos preguntaban sobre lo que nos había sucedido.
El embajador atento a lo que sucedía nos dijo, hablen lo que quieran pero no cuenten nada, que lo lean en los libros.
Con Tomás intercambiábamos el asiento de la ventanilla.
Mira Tomás, nuevamente estamos cruzando el Atlántico.
Mi amigo muy serio comenta, ¡desde el avión intercambiamos lugar para mirar, en el globo mirábamos los dos juntos!
El embajador y yo nos empezamos a reír mientras Tomás movía la cabeza, gruñía y hacía morisquetas como los gorilas.
Todo el viaje fuimos haciendo bromas y riendo.
Llegamos a Rio de Janeiro y al bajar del avión varios periodistas se acercaron sacando fotos y haciendo preguntas.
El embajador nos dijo, yo me hago cargo.
Les explicó que por ahora no íbamos hablar, porqué estábamos pasando un momento de cambios que poco entendíamos.
De cualquier forma quedan invitado a una conferencia de prensa que se hará en Montevideo Uruguay en treinta días.
Igual las fotos se seguían sacando y muchas en cuerpo entero, mostrando nuestros pies descalzo.
En la sala de espera que salga el avión hacia Uruguay, el embajador nos dice; ¡en Londres los esperaron periodistas, en Madrid también!
Ahora en Rio de Janeiro.
¿Se imaginan lo que va ser en Uruguay?
Señor embajador, hubo un tiempo que en la selva habían cazadores furtivos en todos lados.
No podíamos combatir hombres tan bien armados.
Muchos de nuestros gorilas murieron al enfrentarlos.
Lo único que nos quedaba era ocultarnos de ellos.
Daniel, esa es una experiencia muy fea.
Ahora se van a enfrentar a cazadores, pero cazadores de historias, de talentos y la pelea más dura, será con los periodistas.
Tienen que aprender hablar nuevamente para enfrentarse a ellos.
Tomás comenta, ¡conocimos al profesor Auges ahora a usted señor Reyes!
¡Ojalá pudiéramos ser como ustedes!
Van a ser mejores Tomás.
La tranquilidad en el salón de espera, en segundos se transformó en una loca algarabía.
Más de cincuenta personas entraron al salón.
Todos vestían con sacos rojos y pantalones verdes.
Por lo menos diez hacían sonar tamboriles pintados con rayas verdes y rojas.
Al entrar fue tanto el alboroto y el estruendo de los tamboriles, que Tomás desde su asiento saltó hacia atrás y quedó agachado, apoyado sobre el pasamano de la escalera como en una actitud defensiva.
A mi también me sorprendió la entrada ruidosa de todas esas personas.
Para algunos no pasó desapercibida la pirueta de Tomás.
Dos de ellos se acercaron y casi al mismo tiempo gritaron.
¡Los niños gorilas!
El embajador le habla a Tomás, ¡baja, no temas son gente buena!
El sonar de los tambores abrió un pequeño espacio en mi memoria.
Tomás, los tamboriles, los tablados.
¿Recuerdas?
Mi amigo se quedó mirando como tratando de recordar.
¿Embajador quienes son?


Daniel son los integrantes de un equipo de fútbol y sus diligentes.
El equipo se llama Rampla Júnior.
Jugaron contra un equipo brasilero y ganaron.
¡Con razón tanta alegría!
Los dos que nos reconocieron les llamaron la atención a los demás.
Enseguida nos rodearon, abrazaron y felicitaron.
Los más curiosos no disimulaban, nos miraban los pies con mucha atención.
Y no era para menos, descalzos con la planta de los pies anchas y los dedos muy separados, como para no olvidar la vida entre los gorilas!
Al ritmo del tambor nos cantaban.
¡Vivieron con gorilas y lograron volver, transformados en hombres como quisieron ser!
Nuestro encuentro con el equipo de fútbol se transformó en una fiesta de tamboriles y canto.
Una voz femenina por un alto parlante anunciaba.
Aerolíneas uruguayas Pluna anuncia la partida hacia Uruguay en treinta minutos, pueden embarcar.
El equipo guardó los tamboriles en bolsas y siguieron cantando hasta que subimos al avión.
Ya todos ocupando los lugares correspondientes, la voz del embajador Reyes se hace oír por los altavoces del avión.
¡Señoras, señores les habla el embajador Reyes de Uruguay en España.
.
Creo que todos saben quienes son los dos personajes que se encuentran a bordo.
Espero sepan disculpar la poca comunicación de parte de ellos.
La falta de palabras olvidadas con el tiempo, no les permite expresar lo que verdaderamente sienten.
Cuando ustedes conozcan la historia, sabrán que en este viaje estuvieron acompañando a los niños perdidos.
¡Muchas gracias!
La aclamación de la tripulación y pasajeros fue unánime.
Seguidamente el equipo de fútbol inició su canto.
Después se unieron todos los pasajeros y la tripulación.
¡Vivieron con gorilas y lograron volver, transformados en hombres como quisieron ser!
Tomás y yo estábamos muy emocionados.
¿Qué está pasando embajador?
¿Somos tan importantes?
¡Claro que lo son Daniel!
Tienen que estar preparados para cuando lleguen a Uruguay.
¡Ahí verán cuan importantes son!
El triunfo de Rampla Junior y la bienvenida nuestra, hizo del viaje a Uruguay una fiesta con tanta alegría entre los pasajeros y tripulantes, nunca vista en la compañía.


Cap 13

Minutos antes que el avión se preparara a descender en el aeropuerto de Carrasco, el embajador nos habla.
No olviden que aparte de la gente que los espera para conocerlos, estarán sus familiares.
No bajen descalzos.
Calcen sus alpargatas.
La voz femenina de los altavoces anuncia.
¡Todos a sus asientos!
¡Abrochen sus cinturones, vamos a aterrizar!
En segundo el avión rodaba sobre una de las pistas.
Los primeros en bajar fueron todos los integrantes del equipo de fútbol.
Se iban despidiendo de nosotros deseándonos lo mejor.
Después bajaron los restantes pasajeros.
Algunos nos preguntaron, ¿cuando sabremos de sus aventuras en la selva?
El embajador Reyes les contestaba.
¡Pronto, muy pronto!
Nosotros bajamos con la tripulación.
Al entrar a una inmensa sala de espera la sorpresa fue tal, que si no fuera por el embajador nos hubiéramos vuelto hacia el avión.
Los muchachos del equipo de fútbol no solo no se habían ido, sino que con la gente que los esperaban y el sonar de los tamboriles, nos siguieron cantando la misma canción.
No había duda que todos ya sabían de nosotros.
Dos fortachones se abrieron paso hasta el embajador y algo le dijeron al oído.
Él nos hizo seña para que lo siguiéramos.
Había mucha gente que no estaban dándole la bienvenida al equipo, nos esperaban a nosotros.
Al pasar nos saludaban y pedían saber más de nuestra aventura.

¡Ya lo van a saber, repetía el embajador!
Los tres fuimos guiados por los dos hombres hacia una oficina pegada al salón de espera.
Abrieron la puerta.
Y créanme, si no hubiera sido por el gran trabajo que hicieron los gorilas con nosotros, previniendo sorpresas y haciéndonos física y mentalmente muy fuertes, no se que hubiera pasado.
Junto con gente del directorio habían cuatro mujeres sentadas.
El embajador le habló a la señora mayor.
¡Señora de González aquí está su hijo Daniel!
La de más edad se levantó y llorando gritó.
¡Daniel, Daniel!
y se quedó parada a medio camino.
¡Claro, no me reconoció!
Tantos años y una pelusa en el rostro muy crecida, la desconcertó.
Yo si la reconocí, era mi madre envejecida.
¡Soy yo mamá!
La abrasé y la besé tanto, como que quería recuperar todos los años perdidos.
Llantos, risas y todo lo que se pueda sentir después de no ver a tu madre y hermanas durante dieciocho años.
A mis hermanas les costó acercarse a mi.
No podían creer que su hermano chico y flaquito, se pudiera haber transformado en un hombre tan musculoso.
¡Mamá, hermanas este grandulón saco de músculos, es Tomás!
La reacción de mi amigo fue la que aprendió con los simios, olfatear, rosar con el dorso de sus manos el rostro de la persona y después decidir si aceptar su amistad.
Yo previne a mi familia.
¡Tranquilas, así aprendimos para saber si sienten amistad y afecto!
¡Tomás es mi familia!
Ese llamado de atención lo hizo reaccionar y cambiar de actitud.
No pudo ocultar sus lágrimas y las abrazó sin hablar una sola palabra.
No precisó palabras para entender lo que sintió.
No solo nosotros vivimos la emoción del reencuentro.
El embajador y todos los que se encontraban en el lugar, tampoco ocultaban su emoción.
Daniel, Tomás un auto nos espera, cuando quieran nos vamos.

Cuando usted quiera embajador, contesté.
Salimos de la oficina y todavía había gente que quería conocernos esperándonos.
El canto de >, nos acompañó hasta la salida donde nos esperaba el auto de embajador.
Lo periodistas no dejaban de tomarnos fotos y hacernos preguntas.
El embajador contestaba, ¡ya haremos una conferencia de prensa, les avisaremos!
El embajador abrió la puerta del medio y dijo, ustedes se sientan acá, en estas dos filas de asientos.
Atrás se sentó uno de los muchachos que lo acompañaban y el otro se sentó al volante.
El embajador al lado nuestro.
Dijo al chófer, al hotel.
La voz de mi madre se hizo sentir fuerte.
¡No!
¡Ellos vuelven a casa!
El embajador riendo contesta.
¡Como usted ordene señora!
Después se dirige a Tomás y a mi.
En tres días mandaré a uno de mis muchachos para que les entregue los nuevos documentos de identidad y los lleve a abrir una cuenta de ahorro para que depositen sus cheques.
¿También nos enseñarán como pedirlos?
¡Retirar Daniel, se dice retirar!
La menor de mis tres hermanas, Hirma, la que menos hablaba dijo, ¡no se preocupe señor embajador!
Me encargo de los trámites bancarios en la empresa que trabajo.
¡Yo les enseñaré!
¡Ven, ya tienen secretaria, comentó el embajador!
Entre bromas y risas llegamos al barrio y a la casa donde yo nací.
Seguía igual como la vi la última vez.
Tomás se bajó del auto y despacio se encaminó a la casa que había sido de sus padres.
Hirma, temiendo lo que él pudiera sentir, lo acompañó.
¡Hirma de esta casa me fui siendo un niño, hoy vuelvo como un gorila!
¡Tomás estas confundido, dirás como un hombre!
¡Si, tienes razón Hirma!
El embajador se despidió de nosotros pidiendo que no contestemos preguntas a los periodistas hasta que el programe la primera conferencia de prensa.
Mientras tanto, dediquen el tiempo a sus familias.
Recuerden que en pocos días estará con ustedes el profesor Auges.
¡Gracias por todo, así lo haremos embajador!
Daniel, Tomás, familia a sido un gusto conocerlos!
Asediados por periodistas frente a mi casa y el interés insaciable de mi madre y hermanas por saber como vivimos con los gorilas, pasaron tres días.
Al tercer día como prometió el embajador, uno de sus muchachos abriendo paso entre el periodismo, nos entregó la nueva documentación.
También nos pidió, que el sábado a las veinte horas lo esperemos para llevarnos a una entrevista con el embajador y el presidente de la república.
También les prometió a mis hermanas que en el momento de viajar estaría para llevarlas al aeropuerto.
Le agradecí y le prometí que aquí estaríamos.
Mis dos hermanas mayores Juliana y Teresa, en dos días viajarían a Australia para reunirse con sus esposos e hijos.
Prometieron que como todos los años en navidad y año nuevo, vendrían a Uruguay a reunirse en familia.
Les comenté que iba a ser bueno conocer a sus esposos y mis sobrinos.
Me tenía preocupado el comportamiento de Tomás.
Si bien se sentía cómodo y en familia, hablaba poco y no compartía sus pensamientos.
Ni siquiera con Hirma que en las conversaciones hablaba por los dos.
Como prometió el empleado del embajador, en la mañana de la partida nos llevó a todos al aeropuerto a despedir a mis dos hermanas.
Cuando nos fuimos no había periodistas, pero cuando volvimos había una cantidad que haría poner celoso al más popular de los actores.
El chófer no encontraba lugar para estacionar, hasta que se metió entre ellos.
Filmaron la entrada a la casa y los fotógrafos sacaron fotografías de todos los ángulos.
Tomás muy enojado con ellos.
¡Amigo no te enojes, recuerda lo que nos dijo el profesor!
¡Los periodista nos dan fama!

¿Y la fama que nos da?
¡Muchos dólares y nos haremos ricos Daniel!
¿Y que haremos si somos ricos?
¡Ayudaremos a nuestros gorilas!
¡Ves que sencillo es todo Tomás!
Por segunda vez que hablé de hacernos ricos y ayudar a los gorilas, él terminaba contento y esperanzado.
¿Qué tendría en mente?
Pero lo importante es que cambiaba de actitud y hablaba.
Se hacía entender lo mejor que podía.
En él, la selva y los gorilas habían hecho mejor trabajo que en mi.
Hirma se apareció con una maquina y dijo, con esta los voy a rasurar.
Yo entendí que ya era hora de ver mi verdadero rostro.
Y me rasuró.
Me puso frente a un espejo y comentó.
¡Ahora si tu cara combina con tus músculos!
Lo que vi en el espejo me hizo sentir otra persona y no me gustó.
Me había acostumbrado a no verme y aceptar como me sentía.
No estaba preparado para el cambio.
Tomás se negó.
¡Yo no quiero rasurarme, estoy bien así!
Frente a esa firme decisión mi hermana no insistió.
Solo dijo, ¡esta bien, a mi me gustas igual!
Después de decirlo se sonrojó y se fue de la habitación.
A la tarde, mi hermana y maestra en el tema nos llevaría hacer los trámites bancarios.
Mi madre le ofreció un pantalón de mi padre a Tomás.
¡No puedes ir de pantalón corto!
Salimos de la casa seguido por los pocos periodista que allí se encontraban.
Otra vez muchas fotos y preguntas sin respuestas.
Mi hermana paró un auto de alquiler y nos fuimos del lugar.
Nos olvidamos de algo le comente a Tomás.
Al mismo tiempo le pregunté a mi hermana.
¿Hirma debemos escribir en algún papel?
Si, firmar documentos.
¡Yo no se si me acuerdo de escribir, dijo Tomas!
¡Yo tampoco agregué!
Hirma puedes... ¿como se dice?
¡Depositar, Tomás!
A tu nombre.
¡Si!
¡Hasta que nuevamente aprenda a firmar, tu puedes retirar por mi!
¿Dije bien Hirma?
Si Tomás.
¡Conmigo puedes hacer lo mismo hermana!
De cualquier forma esos dólares son para la casa!
Esta bien, así se hará Daniel.
Bajamos del auto y entramos al banco siendo observados por todas las personas.
Casi siempre el centro de las miradas era Tomás.
Llamaba la atención por su altura, largos brazos y su gran musculatura.
En vos baja le dije, ¡somos famosos Tomás!
Entramos a un pequeño escritorio.
El joven que nos atendió escribía y sin mirarnos dijo, tomen asiento.
Cuando levantó la cabeza, reconoció a Hirma y la saludó.
Pero cuando nos vio, salto de su asiento con los ojos desorbitados y casi a gritos decía, ¡son ustedes no puedo creerlo!
Los compañeros temiendo que algo malo pasaba, avisaron a los guardias.
Ellos entraron al pequeño escritorio y el empleado seguía exclamando, ¡miren, miren son ellos, los niños perdidos en el cincuenta y cuatro!
La noticia les llegó a todos los empleados del banco.
Dejaron sus trabajos para vernos personalmente y poder saludarnos.
Nos llovieron las palabras de elogios.
Lo que más preguntaron, si era verdad que nos habían criado los gorilas.
Mi hermana se disculpaba diciendo que todavía no nos expresábamos bien.
Un empleado le pregunto, ¿usted quien es?
Y ella riendo le contestó.
¡Soy la mona Chita!
Otra empleada con picardía pregunta.
¿Esos físicos, se logran bajando y subiendo de los árboles?
Tomás no pudo aguantarse, se paró y contestó.
¡Luchando con los gorilas!
Todos dieron un paso atrás.
El empleado que nos iba atender, ordena.
Todos a sus trabajos.

Tengo que atender a los clientes.
Hirma tramitó una cuenta de ahorro a su nombre con un deposito de treinta mil dólares.
Dejó un poder a nombre de Tomás y mio, explicándole al empleado que haremos uso de la cuenta, cuando estemos en condiciones de poder firmar los documentos.
El empleado no solo estuvo de acuerdo, sino que se ofreció a asesorarlos personalmente.
Después de recibir los dos cheques de quince mil dólares cada uno, el empleado nos informa que podemos hacer uso de la cuenta en setenta y dos horas.
¿Por qué?
No olvide señorita que los cheques pertenecen a una cuenta extranjera y verificarlos lleva más tiempo.
Al ver a mi hermana contrariada el empleado le dice, ¡en honor a estos valientes muchachos haré una excepción!
Inmediatamente llamó a otro empleado y le ordenó hacer un retiro de dos mil dólares de esta cuenta.
Le entregó la documentación y le pidió a mi hermana que acompañara al empleado.
Al ver los documentos supo nuestros nombres.
Mientras la esperábamos el hombre no pudo con su curiosidad y nos hizo varias preguntas.
¿Vieron los diarios Daniel?
No.
¡Hay varias fotos de ustedes en muchas partes del mundo!
¡Por eso los reconocí!
¿Es verdad que vivieron dieciocho años con los gorilas?
Si.
Todas las preguntas las contestábamos con si y no, hasta que llegó mi hermana.
Al despedirnos nos hizo la última pregunta.
¿Cuando sabremos de todas sus aventuras?
Mi hermana contestó.
¡Cuando compren los libros!
Él se quedó con las últimas palabras.
¡Denlo por hecho!
Al salir del escritorio, todos los empleados nos despidieron con entusiasmo deseándonos un feliz regreso .
En la calle los periodistas no nos perdían de vista.
Fotos y más preguntas sin contestar.
Subimos a un auto de alquiler para volver a casa.

¿Hirma, por qué le dijiste llamarte mona Chita al empleado del banco?
¡Fue una broma Tomás!
Chita es la mona que acompaña a Tarzán en las películas de la selva.
¡Hirma yo tenía un monito y lo dejé en Londres!
Con lo parecido que tienes con Tarzán, si hubieras traído al monito, te confundían con él.
Miré a mi hermana y le dije, ¡yo me parezco al Tarzán y Tomás a la mona Chita!
Hicimos el viaje riéndonos de nosotros.
El chófer a menudo levantaba la vista y nos observaba.
Llegamos, y cuando mi hermana le fue a pagar el levantó la mano.
¡Un momento, díganme que no me equivoco!
¿Ustedes son los niños criados por los gorilas?
Mientras preguntaba, mostraba un diario con nuestras fotos en primera plana.
¡Es así señor!
Contestó mi hermana.
¡Entonces no me deben nada!
¡Cuando le cuente a mi familia y amigos no me van a creer!
Después el estiró la mano para saludar.
Tomás y yo lo quedamos mirando.
Mi hermana muy rápida le dio su mano y le agradeció la atención.
Mirándonos dijo, es un saludo.
Entonces nosotros hicimos lo mismo.
Bajamos y el arranco el auto saludando con entusiasmo.
Esquivando periodistas entramos a la casa.
Mi madre nos esperaba con la merienda pronta.
Mientras mi hermana ponía al tanto de lo que había pasado en el banco a mi madre, Tomás me preguntaba si se podía descalzar.
¡No aguanto más las alpargatas Daniel!
Yo tampoco, y nos descalzamos.
Todavía teníamos los dedos de los pies muy callosos y separados.
Para trepar árboles eran ideales, pero calzarlos era un sufrimiento.
Dieciocho años trepando árboles y apenas cuatro meses y medio tratando de calzarnos.
¡No se podía esperar menos!


Cap. 14

Mi hermana pidió unos días en su trabajo para dedicarlos a que nos reubiquemos en la sociedad.
Empezando por volver a tratar de leer y escribir, sobretodo practicar mucho en las firmas.
Bromeando nos decía, ¡los primeros autógrafos son para mamá y para mi!
Cuando podía escapar de los periodistas, ella traía los comestibles y los diarios del día.
Muchas de las páginas traían fotos nuestras.
En ellos practicábamos la lectura.
Tres días sin salir hicieron que pudiéramos contar a mi madre y hermana, todo lo que nos sucedió.
Y llegó el sábado.
A las diecisiete horas el auto del embajador se paró en la puerta.
El mismo chófer que nos llevó al aeropuerto nos comunica, ¡tienen una hora para aprontarse, los espero!
¿Recuerdan que tienen una entrevista con el presidente?
Si señor enseguida nos vamos, contestó mi hermana.
Con Tomás decidimos llevar a mi madre y hermana a la entrevista.
Para todos, conocer al presidente personalmente sería un gusto.
A las diecinueve horas estábamos entrando al Palacio Legislativo.
El mismo chófer nos condujo hasta un gran salón.
Nos señala unos hermosos sillones y dijo, tomen asiento y esperen.
No esperamos mucho.
Enseguida apareció el embajador Héctor Reyes.
Nos saludó a todos y después nos condujo a otro salón.
Allí se encontraban varias personas y cinco militares.
Una de las personas estaba sentada detrás de un escritorio.
El embajador se dirigió a él.
¡Señor presidente y a los presente, les presento a los niños perdidos hace más de dieciocho años!
Durante ese tiempo nadie supo de ellos.
Hoy reaparecieron siendo hombres y el mundo sabe de ellos.
Todos se nos acercaron y saludaron deseándonos una bienvenida junto a la familia.

Por la falta de diálogo de parte de Tomás y yo, mi hermana se excusó diciendo que habíamos perdido la facultad de hilvanar frases y temíamos equivocarnos.
El embajador contó a los presentes en forma abreviada el recorrido que el globo hizo pasando sobre el Atlántico, e internándolos en África.
Después, cómo conocimos al profesor Auges y lo que hizo para que regresáramos a Uruguay.
Sonriendo termina diciendo, todos los detalles de esa gran aventura, para saber tendrán que comprar el libro.
Es bueno que sepan, que el profesor Auges en unos días estará con nosotros dando conferencias y se encargará del futuro de estos muchachos.
El señor presidente pide disculpas por el poco tiempo que disponía y nos despide pidiendo que cuenten con él, para lo que precisemos.
Mi hermana se despidió en nombre de todos agradeciendo su gentileza.
El embajador nos acompañó hasta la salida.
Allí se encontraba el auto con su chófer.
El desconocimiento y la inocencia hizo que Tomás preguntara.
¿Señor Reyes por qué tantos militares rodean al presidente?
Hijo, esa pregunta tiene una respuesta que ahora no comprenderías y es mejor así.
Con el tiempo tal vez llegues a comprender.
Yo les pido que se concentren y piensen en el futuro, futuro que en este momento el profesor Auges les está construyendo.
Recuerden que en unos días el profesor estará con ustedes y en una conferencia los presentará al mundo.
Los entrevistaran periodistas de todas las nacionalidades.
¡Prepárense para ese futuro que les espera!
Se despidió de todos y pidió a su chófer que nos llevara a casa.
En el camino, mi hermana nos iba mostrando lo que era nuevo y lo que faltaba.
El barrio había cambiado mucho.
Canchas de fútbol y cines de barrio pocos.
Llegamos y el chófer muy atento se despidió.
Nos extrañamos de no ver periodistas en la vereda de mi casa.
Seguimos en el mismo tema y en la conversación se integró mi madre.
Según ella, tablados y corsos en carnaval casi no existen.
Después, como pensando en voz baja dijo.
¡El progreso cambió la diversión por más necesidad de trabajar!
¡Mamá, Tomás y yo te prometemos que en poco tiempo todo mejorará!
¡Daniel ya todo mejoró, volvieron y ya no lloramos más!
En la cena conversamos de todo en familia sobre estos últimos dieciocho años.
Empezamos por lo que pasamos en el globo, tristezas cuando comimos aves crudas, alegrías y risas cuando hicimos llover caca.
Sobre la muerte de mi padre en manos de un conductor borracho.
El viaje de dos de mis hermanas ya casadas a Australia y la decisión de mi hermana Hirma a quedarse acompañar a mi madre.
¡Hirma!
Si Tomás.
¿Por qué el embajador no me quiso contestar sobre la cantidad de militares rodeando al presidente?
Te explico Tomás.
En el Uruguay hubo un golpe de estado en la cual los militares tomaron el mando del país.
La mayor parte de los senadores y diputados se exiliaron.
No entiendo Hirma.
¿Qué son senadores y diputados?
Son los que hacen las leyes y manejan el destino del país.
¡Tenía razón el embajador al decir que no iba a entender nada!
Tomás, debes hacer lo que él dijo, únicamente pensar en tu futuro.
¡Será así Hirma!
Como para terminar la conversación e irnos a dormir, mi madre dijo, ustedes dos tienen tres cosas para hacer, leer, escribir y hablar mucho si quieren que el futuro que les espera sea perfecto.
¡Así lo haremos mamá!
Después le pregunté a mi hermana.
¿En donde puedo hacer una llamada a Londres?
Mañana debo ir a mi oficina a pedirle unos días más a mi jefe.
De allí podrás hablar.
¿Me enseñarás a comunicarme, hermana?
¡Si me cuentas como es ella, si!
Yo no se decirte si una mujer es linda o fea, por que no las he visto en muchos años, pero te puedo asegurar que apenas la vi me sentí atraído.
Lo mismo sintió ella.
Cuando decidimos comunicarnos o volver a vernos, quedaron asegurados nuestros sentimientos.
Cuando venga con su padre, sabrás como es.
Mañana si logro hablar con Zulla, sabremos cuando llegan.
Hasta mañana a todos.
Era tarde y nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente, como era costumbre de madre e hija temprano aprontaron el mate.
Mi madre comenta, con el tiempo si les gusta, el mate será parte de sus desayunos.
¡Probemos dijo Tomás!
De pronto me vino a la memoria y recordé que siendo niño veía a mis padres desayunando con yerba mate.
¿Te acuerdas mamá cuando decías, es parte de la cultura uruguaya?
¡Claro hijo, y lo sigo diciendo!
¿Nos vamos muchachos?
¿Adonde van hija?
A mi oficina mamá.
Quiero que mis compañeros conozcan a los domadores de gorilas más famosos del mundo.
Después de pasar el sufrimiento de calzar las alpargatas, salimos.
Milagrosamente no había ningún periodista.
¿Tomás, nos habrán olvidado?
¡No lo creo!
Mi amigo si bien no hablaba mucho, hoy daba la impresión que no quería hablar nada.
¿Estas bien Tomás?
Si, solo que hoy me desperté pensando si yo pertenezco a este lugar.
Hirma lo escuchó e intervino.
¿Qué estas diciendo Tomás?
¡Ya somos tu familia y naciste aquí!
¡Sos de este lugar!
Los dieciocho años en la selva fue una aventura.
No es tan así Hirma.
¿Cómo no es tan así?
Ya hablaremos de nuevo.
En ese momento pasaba un auto de alquiler y mi hermana lo paró.
Dieciocho y Andes, por favor.
El chófer asintió y partimos.
En el viaje nadie hablaba, ni siquiera por lo que íbamos mirando.
Estoy seguro que como yo, mi hermana iba pensando en las ideas de Tomás.
El silencio se rompió cuando entramos a las oficinas de la compañía donde trabajaba Hirma.
Ella se guardó la sorpresa de la bienvenida.
De alguna manera se había comunicado y nos esperaban con bocadillos, refrescos y el deseo de que en esta nueva vida seamos muy felices.
Después para finalizar, todos cantaron.
¡Vivieron con gorilas y lograron volver, transformados en hombres como quisieron ser!
Después en su oficina y en privado me pidió el número de teléfono del profesor Auges.
Tres minutos después le contestaron, habla la señora Auges, ¿quien habla?
Un momentito le van a hablar contestó mi hermana.
¡Hola habla Daniel!
¿Daniel, nuestro querido hombre gorila?
¡Si!
Sentí la voz de la señora Auges gritar, ¡Zulla, Zulla es Daniel!
El profesor Auges no se encuentra pero te doy con mi hija y ella me cuenta.
¡Gracias señora!
¿Daniel?
Si, Zulla.
¡Cuéntame, como están!
Tomás y yo, nos estamos poniendo al día con mi hermana Hirma, como maestra.
¡Qué bueno Daniel!
¿De donde me estás llamando?
De la oficina de mi hermana.
¿Cuando vienen Zulla?
Con mi papá, pensamos estar en Uruguay en diez días.
Déjame el teléfono de tu hermana para avisarte cuando llegamos.
Si Zulla apunta, nueve cero ocho cuatro seis ocho nueve cero.
¡Daniel, te extrañé mucho y estoy deseando que llegue ese día!
¡Yo también Zulla!
Hasta pronto.
Espera no cortes, Tomás quiere decirte algo.
¿Hola Zulla, como estás?
Muy bien grandulón.
¿Y tú?
Bien.
¿El monito está bien?

Está muy travieso y vive todo el día arriba de los árboles en el fondo de la casa.
¡Gracias por cuidarlo Zulla!
¡Los queremos!
¡Nosotros también Tomás!
Al salir de la oficina nos encontramos con el jefe de Hirma.
¿Así que ustedes son los famosos niños de la selva?
Nos tocó los brazos y preguntó, ¿cómo hago para tener esos músculos?
¡Trepe muchos árboles y luche con gorilas, contestó Tomás.
Después sonriendo nos felicitó por el regreso.
Hirma, tómate el tiempo que que precises.
Gracias jefe, no será mucho.
Al salir de las oficinas, todos volvieron a cantar la canción que hicieron famosa los del equipo de Rampla.
¡Vivieron con gorilas y lograron volver.

Cap. 15

Los diez días hasta la llegada del profesor Auges y Zulla, fue de mucho leer, hablar, escribir y practicar nuestras firmas.
Ya nos expresábamos casi como cualquier persona.
Este milagro se lo debíamos a mi hermana y sus exigencias, para que nos adaptemos a esta nueva selva llamada civilización.
El embajador Reyes llamó a mi hermana y le comunicó que el profesor Auges y su hija llegaban al otro día a las dieciocho horas y que a las dieciséis horas iría a buscarnos para llevarnos al aeropuerto.
Y como dijo, al otro día y a la hora, llegó el auto con el embajador.
Tomás mi hermana y yo subimos a él.
¿Cómo se encuentran para recibir a su protector?
Muy bien embajador, la llegada del profesor nos anima.
¡Daniel, tengo entendido que no solo al profesor esperas!
Si señor Reyes, a su hija que también es bienvenida.
El embajador entendió mi privacidad y hablamos de otras cosas en el viaje.
Tomás otra vez no pudo con su curiosidad y preguntó.
¿Embajador por qué hay tantos soldados en la calle?
Ya te dije Tomás, si te explico no lo entenderías.
Llegamos y encontramos al profesor y Zulla levantando sus equipajes.
El avión se había adelantado.
Nos saludamos todos, yo presentando a Hirma.
Me di cuenta que Hirma y Zulla habían simpatizado inmediatamente.
Zulla se dirigió a Tomás.
Y tu grandulón, ¿estas bien?
¡Claro Zulla!
Después me abrazó y al oído me dijo, ¿y tu como estás hombre de la selva?
Me animé a decirle que estaba bien, pero ahora mucho mejor.
Con una sonrisa grande me contesta, seguirás mejorando.
El profesor anuncia, les presentaré a mi comitiva y se dirigió a unas personas que estaban reunidas en otra parte de la sala de espera.
Uno a uno los fue presentando.
Don Austin ingles, cineasta, director, productor y guionista.
John Fréderich ingles, dueño de la cadena de editoriales más grandes de Inglaterra.
Edit Astur inglesa, escritora.
Henry Dan ingles, fotógrafo.
Señores, señora les presento a los niños perdidos y criados por los gorilas, Tomás y Daniel.
Tomás, Hirma y yo quedamos impresionados y emocionados.
No podíamos creer que personajes tan famosos del cine mundial, vinieran del otro lado del mundo a conocernos.
Pero a pesar de ello, Hirma tomó la delantera para que Tomás y yo la siguiéramos.
Ella tenía un poco de conocimiento del idioma y se presentó saludando con la mano.
Tomás y yo estrechamos las manos a todos.
De los cuatros personajes solo la señora Edit Astur hablaba español.
Con acento extranjero nos dijo en español.
¡Será un gusto trabajar con ustedes!
Después el profesor Auges se dirigió al embajador Reyes.
Embajador, ya tenemos reservaciones en el Hotel Plaza y a las veintitrés horas en el salón de conferencias, presentaré a científicos, estudiantes y profesores las últimas novedades de mis investigaciones.
Lo espero embajador.
Allí estaré profesor.
Profesor, como usted me pidió ya me he comunicado con casi todos los periodistas de varios países para la conferencia de prensa y presentación de nuestros campeones, Tomás y Daniel.
¿Embajador Reyes, les fue comunicado a los altos mandos?
Si profesor y tenemos el permiso.
Mañana a las dieciséis horas nos reuniremos con todos los interesados en las aventuras de estos muchachos, se presentarán contratos y ofrecimientos de pagos.
¿Daniel, Tomás están de acuerdo?
Yo respondí por los dos.
¡Lo que usted decida profesor!
Embajador, si le queda bien programe la conferencia de prensa para el viernes de la semana que viene a las veinte horas.
Está bien profesor, porque yo me voy a España el sábado.
Embajador.
Si profesor.
Yo alquilé una limusina para que nos transporte hasta el Hotel Plaza.
¿Usted puede llevar a los muchachos?
Si profesor, yo los traje yo los llevo.
¡Bueno muchachos, lo único que me queda agregarles, es que recuerden que nos reunimos mañana a las dieciséis horas!
Yo contesté, allí estaremos profesor.
Zulla e Hirma dejaron de conversar y se despidieron como si se conocieran de toda la vida.
Después saludamos a todos.
Zulla se despidió de mi, prometiendo que después de la reunión de mañana, iría a conocer a mi madre.
¡A mi madre le encantará!
¿Y al hombre de la selva?
Con una sonrisa pícara sin esperar respuesta, se alejó hacia su padre.
En el viaje de regreso, el embajador nos hizo prometer que no habláramos con nadie de la reunión de mañana.
Sin preguntarle por qué, se lo prometimos.
Tendría sus motivos.
Mañana a las quince horas les mandaré el auto para llevarlos hasta el Hotel Plaza.
¡Gracias embajador!
Nos dejó en casa y lo despedimos, ¡hasta mañana!
Hasta la hora de ir a dormir, el tema de la familia fue hablar de los famosos personajes que vinieron por nosotros, los niños perdidos.
Pero la gran atracción fue Zulla, por su forma de hablar y su gran simpatía.
Si en ese momento me hubieran preguntado.
¿Qué sueño te falta cumplir?
Ninguno, mientras Zulla sea parte de mi futuro.
La mañana siguiente seguimos con lo que veníamos haciendo, leer, escribir y contestar preguntas que mi hermana nos hacía sobre nuestra aventura.
Ella decía que era importante saber contestar las preguntas de los periodistas.
A las quince horas como prometió el embajador, llegó el auto.
El mismo chófer nos llevó hasta el Hotel Plaza.
Mi hermana nos acompañó, ella hacía de secretaria consejera.
El profesor estaba esperando en la entrada.
Se acercó y en voz baja nos dijo, no los veremos pero nos estarán escuchando.
Cuando yo diga firmarán los contratos en Inglaterra, ustedes acepten.
Se dirigía a mi hermana como que solo ella lo entendería.
Ella contestó, ¡está bien profesor, lo entiendo!
Entramos al hotel y enseguida a un salón de reuniones.
Allí estaban sentados alrededor de una mesa, todos los personajes que iban hacer de nuestra aventura, la más leída y vista de todos los tiempos.
Me extrañó no ver a Zulla.
Como adivinando mi pensamiento el profesor dice, Zulla está revisando mis notas, enseguida viene.
Después de saludarlos a todos, la escritora Edit Astur, en español nos pide que tomemos asiento.
Al instante el productor y director Don Austin para comenzar dice las primeras palabras.
El profesor Auges las traduce en español.
He venido desde Europa en representación de mi compañía, hacer una oferta por la compra de todos los derechos de las aventuras en la selva con los gorilas.
Tomás, Daniel si les interesa les haré una oferta.

El profesor nos miró y pregunta, ¿qué dicen?
Nosotros miramos a Hirma como consultándola.
Ella se dirige al profesor.
Antes queremos escuchar la propuesta del señor John Fréderich.
El profesor le transmite lo dicho al señor John.
Ahora el profesor repite las palabras del dueño de las editoriales.
Señores, señorita mi compañía está dispuesta a ofrecerles en varios idiomas, la producción de cinco millones de ejemplares para empezar.
Tres millones de dólares americanos adelantados y un porcentaje por unidad vendida a convenir, sin comprar los derechos.
Con la condición de que el contrato se haga acondicionado a las leyes Inglesas.
Si aceptan mi oferta, la señora Edit Astur se puede quedar en Montevideo a escribir la Historia.
El profesor nos miró nuevamente, e Hirma a nosotros.
Ella movió la cabeza afirmativamente y le habló al profesor.
Ahora quiero escuchar la oferta del señor Don Austin.
El profesor transmitió el pedido de Hirma a el señor Austin.
El productor contesta, me da la impresión que por ahora no tienen la intensión de vender los derechos.
En base a eso les ofrezco por dos largos metrajes y una serie de diez capítulos, la suma de cinco millones de dólares y un porcentaje de las ganancias a convenir.
¡Creo que es buena ganancia por vivir dieciocho años con los gorilas!
El profesor titubeó en la traducción y después tradujo.
Tomás se levantó de su silla, se golpeó el pecho y levantó su voz.
¡Yo viví y viviría gratis con mis gorilas!
El profesor Auges se acercó a Tomás y le dijo en voz baja, muchacho es una broma tonta, no hagas caso.
La llegada de Zulla fue oportuna, saludando y sonriendo distrajo a todos.
El señor Austin lejos de perturbarse, aplaudió la escena que protagonizó Tomás.
Riéndose se dirigía al profesor, ¡lo quiero a él, lo quiero a él en el papel estelar!
El profesor se lo tradujo a Tomás y el terminó riéndose.
El profesor pidió diez minutos para conversar y ver que decidíamos.
Zulla me abrazó y me pidió que aceptáramos, así tendríamos que viajar a Londres.
El profesor le aconsejó a mi hermana aceptar, es una buena oferta.
Profesor, Tomás y Daniel tienen que viajar a Londres para firmar el contrato.
¿Cómo se aseguran aquí, que se hará?
Es razonable lo que dices Hirma, déjamelo a mi.
Mientra Hirma nos preguntaba que nos parecía el contrato, el profesor hablaba con los interesados.
¡Aceptamos, dijimos los dos al mismo tiempo!
¡Asunto arreglado dijo el profesor!
Harán un precontrato con un adelanto de millón de dólares cada uno, yo seré la garantía de que ustedes cumplan.
El director Austin le seguía insistiendo al profesor, que quería a Tomás en el papel principal.
El profesor lo traducía y Tomás se seguía negando.
Se hizo el precontrato en ingles y Zulla lo leyó en voz alta, mientras que el profesor lo traducía al español.
¿Están de acuerdo?
Tomás y yo miramos a Hirma y ella dijo, firmen.
Tal como nos había enseñado, firmamos.
Don Austin y John Fréderich, también pusieron sus firmas.
Después, nos entregaron dos cheques de un millón de Dólares cada uno.
En el acuerdo se estipularon varias cláusulas.
Una de ellas, era que en treinta días se debería firmar el contrato final en Londres, Inglaterra, con el pago final.
Henry Dan, el fotógrafo que había permanecido callado todo el tiempo, preparó su cámara y dijo, ¡ahora las fotos!
Sacó fotos de todos los que estábamos reunidos, pero muchas en primer plano de nuestros rostros.
Nos explicó, que eran para encontrar actores lo más parecidos a nosotros.
Edit la escritora, que también había hablado poco sugirió que ya era hora del brindis.
Llamó a un mozo que pasaba y le pidió dos botellas de champán.

Hirma se adelantó y dijo, ¡para Tomás y mi hermano refrescos!
Todos brindamos por algo.
Yo, por todos los amigos que habíamos logrado al volver.
Pero el que sorprendió y emocionó a todos, fue Tomás con su brindis.
¡Brindo por mi segunda madre, la gorila que dio su vida por salvarnos!
Los que solamente hablaban ingles, preguntaron al profesor que había dicho Tomás.
El contestó que se había referido a la gorila que se mató, salvando sus vidas Todos emocionados lo aplaudieron.
Recuerdo que en ese momento pensé, ¡mi amigo está lejos de volver!
El tiempo me dio la razón.
Zulla estuvo en todo momento a mi lado.
Daniel me voy con ustedes a conocer tu mamá.
¡Eso me prometiste Zulla!
¿El profesor vendrá con nosotros?
No Daniel, el se queda a cenar con sus amigos.
Después del brindis, la escritora Edit Astur se acercó a mi hermana diciéndole que ella iba a estar en Montevideo los treinta días hasta partir a Londres.
Quiero veinte días con Tomás y Daniel para hacer un borrador de toda la historia sin omitir detalles.
¿Edit, en donde serían los encuentros?
Para que se sientan más tranquilos, en su casa.
¿Le parece bien Hirma si empezamos pasado mañana?
Esta bien, le paso mi dirección.
Edit, lo mejor sería que por primera vez la venga a buscar.
¡Si es mejor!
Hirma la espero a las nueve de la mañana.
Se terminó la reunión, nos despedimos y partimos los cuatro hacia nuestra casa.


Cap. 16

Para mi madre el conocer a Zulla no iba a ser ninguna sorpresa, por que había hablado tanto de ella, que ya tenía la imagen en su memoria.
Pero me pareció que su imaginación no había sido muy justa cuando le sentí ¡dios mio hijo!
¿De qué parte del cielo bajaste este ángel?
El encanto fue mutuo.
Zulla la abrazó y la besó muchísimas veces.

Después abrazando a mi madre y hermana entraron a la casa.
Mi madre como disculpándose dice, ¡mi casa es muy humilde!
Mi querida señora, ¡no hay casa humilde cuando adentro hay personas con tanta grandeza!
¡Gracias Zulla, eres muy simpática!
Tres horas de conversaciones en familia junto con la curiosidad de saber y gustar mate dulce, Zulla decide volver al hotel.
¿Cuando volverás Zulla?
Me miró con picardía y contestó, ¡Hirma espero volver muchas veces!
Zulla yo te acompaño al hotel.
¡Gracias Daniel!
Con esa simpatía que la caracterizaba, se dirige a mi madre y hermana.
¡Vieron, la selva nos devolvió un caballero!
Después de muchos besos y abrazos y la recomendación de Tomás de que no descuide al monito, nos fuimos.
Tomamos el auto de alquiler y viajamos en silencio.
Tenía tantas cosas para decirle, pero no sabía como.
Era una de las cosas que mi hermana no me había enseñado.
¿Cómo decirle a Zulla que pienso mucho en ella?
¡Que no se lo que siento, pero la quiero a mi lado!
Como adivinando lo que estaba pensando, ella me toma de la mano y se recuesta en mi hombro.
Llegamos al hotel y nos detuvimos en la puerta.
No quería dejar pasar esa oportunidad y de alguna manera hacerle saber mis sentimientos.
¡Zulla, quiero decirte muchas cosas y no encuentro las palabras!
Ella extiende sus brazos y me abraza sobre los hombros.
¡Daniel, Daniel repite conmigo lo que te voy a decir!
¡Está bien!
¡Zulla, hermosa y simpática joven, desde que te conocí siento una gran atracción por ti!
Yo repetía sus palabras convencido de que estaban saliendo de mi, porque era lo que verdaderamente sentía y quería decir.
Ella seguía hablando y yo repitiendo.

¡Zulla, quiero que tu vida sea parte de la mía por el resto de mis días!
¡Dime que sientes lo mismo!
¡Si Daniel!
¡Mi amor, son las palabras más hermosas que me han dicho!
Por primera vez recibía un beso en la boca que nos uniría para siempre.
Después estuvimos abrazados un largo rato.
Lamentablemente la tenía que dejar ir, el profesor podría estar nervioso esperándola.
Me dijo que su padre estaría dando conferencias durante dos semanas.
Que en ese tiempo iría dos o tres veces con la escritora a escuchar los relatos para el libro.
Al otro día le dije a mi hermana que no haríamos nada de lectura y escritura, que quería descansar.
La verdad era que no me podía sacar a Zulla de mi cabeza y no me podía concentrar.
Me estaba enamorando como un niño.
A la tarde fuimos Tomás, mi hermana y yo, a depositar los cheques al banco.
Con el control de Hirma abrimos dos cuentas de un millón de dólares cada una.
Con nuestras firmas Tomás y yo teníamos cuentas individuales.
Al día siguiente, Hirma temprano fue a buscar a Edit la escritora.
Más tarde llegaron Hirma, Edit y Zulla.
Tomás mi madre y yo las estábamos esperando en la puerta.
Zulla apuró sus pasos hacia mi, me abrazó y besó.
Mi hermana hizo dos comentarios.
¡Ah, parece que hay romance!
Después miró a mi amigo.
¿Tomás tu no piensas enamorarte?
El se rió.
Después de las presentaciones y tomando un té, la escritora sacó su maquina de escribir y empezamos a contar nuestra aventura desde el comienzo.
Zulla, muy buena alumna de Hirma, aprendió a cebar mate y a menudo nos servía.
Y llegó el día viernes y hora de la conferencia de prensa.
Nos encontramos en el mismo salón donde firmamos el precontrato con todos los involucrados en el mismo.
El culpable de que no se hayan ido, fue el profesor que los convenció de que la presencia de ellos frente a la prensa, le haría buena publicidad a las películas y al libro.
Oportunidad en que el productor y director Don Austin, aprovechara a repetir la oferta a Tomás, de darle el papel protagónico.
Tomás por intermedio del profesor volvió a decir no.
El primero en hacer una pregunta en ingles, fue un periodista de Londres a Don Austin.
¿Director Austin, qué lo lleva a filmar películas de dos niños perdidos, cuando hay muchos en el mundo?
Señor periodista, habrá muchos niños perdidos en el mundo, pero cuantos hay que hayan sido criados por los gorilas y luchado con leones.
El siguiente, un periodista uruguayo.
¿Profesor Auges, los niños perdidos es otro de sus descubrimiento?
¡No, ellos me descubrieron a mi!
Durante tres horas todos los periodistas hicieron preguntas.
Todas fueron contestadas por nuestros representantes.
Solo una pregunta fue dirigida a Tomás y a mi.
La hizo otro periodista uruguayo.
Esta pregunta es para los dos.
¿Qué les dio la selva y de la civilización que esperan?
Tomás me miró y me pidió permiso para contestar.
Yo estuve de acuerdo.
Señor periodista, nosotros conocíamos algunos animales mirándolos en el zoológico y en los circos.
Si bien nos preguntamos por qué los tenían presos, la respuesta llegaba sin entenderla.
Cuando llegamos a la selva eramos dos niños, ni siquiera pudimos entender por qué la gorila nos salvó la vida.
Cuando nos adoptó, empezamos a conocerlos y esa fama de animales salvajes asesinos desapareció.
No solo eso, también entendimos el mensaje que la gorila con su cría en el circo le daba a mi amigo Daniel.
Mi amigo en sus ropas, manos y cabellos, le transmitía a nuestra salvadora lo que la presa en el circo sentía.
Nos hicimos hombres con ellos, aprendimos a cuidar nuestro habita, la comida y respetar al más fuerte y sabio.
Ellos nos enseñaron a defendernos con sus formas de pelear y crearon físicos en nosotros con la agilidad y fuerza, como para enfrentar un peligro en la selva.
Nosotros, les enseñamos a eludir a los cazadores furtivos que armados y destructivos los cazan para venderlos.
Si algún día debo defender la vida de un gorila con la mía, con gusto lo daré.
¡Eso nos dio la selva!
Me preguntas que esperamos de la civilización.
Sabemos poco de ella, pero te puedo decir que en estos dos meses hemos conocido personas muy buenas aquí presentes, en especial al profesor Auges y familia.
Gracias.
Un aplauso de todos los presentes invadió el salón.
¡Yo felicité a mi hermana, por el buen trabajo que había hecho con Tomás!
El profesor anunció el fin de la conferencia de prensa.
Para sorpresa de todos, los periodistas nos felicitaban cantando la canción del equipo de Rampla.
El embajador Reyes le comunicó a Hirma que ya había encargado los pasajes a Londres.
Cuanto antes vayan a retirarlos.
¡Gracias embajador!
Con la promesa de Zulla de ir al otro día a casa, nos despedimos.
Las dos semanas que el profesor Auges estuvo dando conferencias, en dos ocasiones estuvo en casa para conocer a mi madre e interiorizarse en el borrador de la historia.
Un día antes de volver a Londres, el profesor nos citó a Tomás, mi hermana y a mi por intermedio de Edit la escritora, en la plaza Independencia.
Sorprendidos y extrañados fuimos a la cita.
Allí estaban el profesor y Zulla sentados en un banco de la plaza.
Saludamos y pregunté, ¿algún problema profesor?
Daniel, quería explicarles por qué se va hacer el contrato en Londres con leyes inglesas.
Me asustó profesor, yo creí que tenía que ver conmigo y Zulla.
¡No Daniel, si mi hija es feliz yo también!
Los cité en la plaza porque en todos lados hay micrófonos.
Con este gobierno militar, todos corren riesgo.
El contrato les va a dar mucho dinero y tenerlo depositado en Uruguay, no lo aconsejo.
Todos miramos a Hirma y ella habló.
Lo entiendo profesor, el dueño de la empresa donde yo trabajo a sacado todo su capital al exterior y seguimos trabajando al día.
¡Todo se hará como usted diga profesor!
¡Gracias Hirma, sabía que lo iban a entender!
Todos fuimos a tomar algo a un bar y brindamos por el éxito.
Tomás y Zulla se despidieron prometiendo un reencuentro en Londres, cuando se firme el contrato final.
Yo les prometí que estaría al día siguiente en el aeropuerto a despedirlos.
Y así lo hice.
Le di las gracias por todo al profesor, y a Zulla le prometí que esta sería la última vez que nos separábamos, en la próxima nos uniríamos para siempre.
El abrazo sincero y paternal del profesor y las lágrimas de felicidad de Zulla, me hicieron sentir el hombre más afortunado.
En los días siguientes Edit, Tomás y yo, nos dedicamos al borrador de la historia.
Le pedí a Hirma que sacara en forma urgente los pasaportes de ella y nuestra madre.
¡Daniel, no tenemos que sacarlos!
Los tenemos desde que viajamos Australia a visitar nuestras hermanas.
¡Qué bueno, porque ustedes irán con nosotros de paseo a Londres!
¡Gracias hermano nos hará bien!
Todo salió bien, Edit serró su máquina y dio por terminado su trabajo.
Teníamos los pasajes.
Mi madre con las valijas prontas.
Mi hermana pidió más días en su trabajo y desde allí se comunicó con Zulla, le dio día y hora de llegada.
Todo tres días antes de partir.
¡Ni que hablar de Tomás y yo, los dos no veíamos la hora de subir al avión!
Llegó el día, cerramos la casa y partimos hacia el aeropuerto.
Edit la escritora, sacó su pasaje el mismo día y hora, allí la encontramos.
Traía en una mano el mate, y en la otra el termo.
Hirma se hizo ver y Edit se reunió con nosotros.
¡Qué suerte, viajaremos juntos!
Si Edit, veo que te llevas parte de nuestras costumbres.
¡Hirma, me enseñaste y me gustó!
Nos embarcamos.
El primer tramo del viaje terminó en Brasil, después trasbordo hasta Londres.
Un viaje tranquilo, pero eso si, inmediatamente subimos a los aviones, mi amigo y yo nos sacamos las alpargatas.
Era lo único que por ahora nos podíamos calzar.
La llegada fue muy emocionante y más para mi madre y hermana, conocerían a la familia que iba a ser parte de la nuestra.
Nos estaban esperando Zulla, sus hermanas y el profesor.
Desde el primer momento que las conocieron Dina y Mariela, como Zulla, trataron a mi madre y hermana como si las conocieran de toda la vida.
Lo poco que sabía mi hermana de ingles y lo que las hermanas hablaban en español, la comunicación se hizo más fluida.
Como en el viaje anterior, un Bus nos llevó al centro de Londres.
Después, un auto de alquiler a la casa del profesor Auges.
Tomás, Daniel, primero madre y hermana conocerán a mi esposa y nos pondremos al día.
Luego irán a un hotel en donde les reservé dos habitaciones.
¡Lo que usted diga y haga, está bien profesor!
¡Gracias Tomás!
El encuentro de las dos madres, fue como la piedra fundamental en las dos familias.
La madre como sus hijas dominaban poco el español, pero se hacían entender.
De ellas, salió la idea de que Zulla y yo eramos el uno para el otro.
Ninguno de los dos les aclaramos, que con solo mirarnos lo sabíamos.
Pero aun hubo más, la señora Auges nos esperaba con el mate pronto.
Me alcanzó el termo y el mate aclarando que Zulla le había enseñado a prepararlo y tomarlo.
Después se dirigió a todos.
¡Saben una cosa, me gustó dulce!
¿Señora Auges en donde consiguen la yerba?
En un Supermercado argentino Tomás.
Hirma,Tomás, Daniel presten atención.

Lo escuchamos profesor.
Mañana a las dieciocho horas en los estudios Austin, estarán todos los interesados en las firmas de los contratos.
¿Tienen alguna duda?
Profesor.
Si Hirma.
Si todo se hace como se planteó en el precontrato, ninguna.
Calculo que no, pero allí estaremos tu y yo para leerlos.
¿Están de acuerdo Daniel, Tomás?
Si usted profesor e Hirma están de acuerdo, nosotros también.
¡Gracias a los dos!
Parado y con el mate en la mano, les llamé la atención a todos.
En la despedida en Uruguay frente a usted profesor, le prometí a Zulla que era la última vez nos separábamos y para que eso no suceda.
¿Zulla te quieres casar conmigo?
¡No podía creer que me saliera tan bien!
Ella se puso a llorar como una niña.
¿No me digas que me quieres dejar, frente a mi familia?
¡No tonto, es que yo estoy unida a ti desde la primera vez que te vi!
Y un tierno abrazo selló para siempre el destino de nuestras vidas.
La voz de Tomás rompió la magia.
¡Yo quiero ver a mi mono!
Yo te llevo, dijo Mariela.
Hirma que ya había visto a Mariela que no dejaba de mirar a Tomás, quedo en silencio.
Hirma vamos a ver como recibe el monito a Tomás.
Si Daniel.
Todos se levantaron para ver el reencuentro.
El fondo de la casa era un terreno con plantas y cuatro árboles.
Por un camino hacia los árboles iba Tomás caminando como los simios.
Con los brazos caídos y de costado, cada paso era un pequeño salto.
Con gruñidos, chillidos y palmeándose el pecho llamaba al mono.
¿Qué está haciendo?
Lo llama y trata de hablar con él, señora Auges.
¿Puede hablar con los monos?
¡Si señora!
De pronto se vio bajar al mono, miró a Tomás un momento y como que se enloqueció.
Empezó a saltar de rama en rama dando fuertes chillidos y ante la sorpresa de todos, se tiró de tres metros de altura a los brazos de Tomás.
El monito lo había reconocido y le demostraba su alegría.
Después de jugar un rato con él, Tomás se sentó apoyando sus puños el suelo e hizo la pirueta de todos los monos.
Apoyando sus puños se dio vuelta hacia atrás quedando en la misma postura.
El monito imitándolo, hizo lo mismo varias veces.
En horas de conversación las familias se pusieron al tanto de todo.
En una oportunidad Mariela le pregunta a Tomás.
¿Por qué no te rasuras?
¡Se te va a ver mejor!
Eso nunca va a pasar, la pelusa se queda ahí, contestó Tomás.
La respuesta de Tomás le causó una sonrisa a Hirma.
Profesor es hora que conozcamos el hotel.
Si Daniel, cuando quieran nos vamos, es cerca.
Le prometí a Zulla que en la mañana pasaría a buscarla y hablaríamos de nuestro futuro.
Nos despedimos de todos y nos fuimos con el profesor.

Cap. 17

El hotel estaba a cuatro cuadras de la casa del profesor.
Nos presentó al encargado y él nos guió hasta las habitaciones.
Las dos habitaciones con ventanas a la avenida.
Madre y hermana en una, Tomás y yo en otra.
El encargado nos comunicó que en una hora y media estaba la cena en el salón comedor.
¿Les gusta el hotel?
La respuesta fue unánime.
¡Si profesor!
Se fue prometiendo que al otro día de mañana ajustaríamos detalles.
Hasta mañana.
Hasta mañana profesor.
Teníamos una hora para asearnos e ir a cenar.
Así lo hicimos.
Después de de cenar a la cama.
Todo indicaba que al otro día pondríamos punto final a nuestras vidas y empezaríamos otra que nos aseguraría un gran futuro.
Al otro día fui a buscar a Zulla y sentados en el bar del hotel tomamos café.
Le pregunté si era mucho pedirle casarnos cuanto antes.
Como no sabía si mi forma de decir estaba bien, lo disimulé haciendo una broma.
¡Eres la décima mujer que le pido matrimonio y todavía no se si lo digo bien!
Riéndose me contestó, ¡lo dijiste mal, por que yo quiero casarme ayer!
No me molestaba mi falta de experiencia, Zulla tenía formas para que no se me notara.
Quedamos de acuerdo en dos cosas.
Poner fecha para el casamiento después de salir de todos los compromisos adquiridos con los interesados en nuestra aventura y casarnos en Uruguay.
Estuve de acuerdo en todo.
Pondré al tanto de nuestras decisiones a mis padres.
¡Está bien Zulla!
A las diecisiete horas el profesor, Hirma, Tomás y yo en un Taxi íbamos hacia el Estudio Cinematográfico Austin.
Llegamos, y en el salón de actos se encontraban todas las personas que habíamos conocido en Montevideo y sobre la mesa documentos diversos.
Saludamos y nos invitaron a sentarnos.
La palabra la tomó la escritora Edit Astur.
Tomás, Daniel les entrego la primera prueba de quinientas páginas, para que ustedes lean y marquen lo que crean que no debe mencionarse.
En cuatro días lo autorizan o no.
Mientras Edit nos hablaba, el fotógrafo Henry Dan nuevamente sacaba fotos.
Después, la palabra del que se anunció en español, como el escribano Franck Muir del Estudio Austin.
Primero entregó una copia del contrato con el Estudio Austin, a los cuatro interesados en leerla.
Las copias estaban escritas en ingles.
Hirma le dijo al escribano, yo y mis hermanos no entendemos el ingles.
El escribano le explico que debía estar escrito en ingles, porque el contrato está hecho con artículos y obligaciones de leyes inglesa.
Entonces el profesor Auges le propuso a Hirma, que el escribano lea en ingles y él traduciría en español.
Si hay alguna palabra que no coincida, se los hago saber.
El profesor nos miró a los tres y Tomás y yo a Hirma.
Qué ella decida.
¡Está bien profesor, que continúe!
Gracias Hirma.
El escribano leyó el contrato de principio a fin con el profesor corroborando en español, que no hubiera errores.
¿Está bien Hirma?
Solo faltó algo profesor.
En ningún artículo hay una cláusula que los protagonistas de la historia no están vendiendo sus derechos, solo permitiendo la producción de dos películas y una serie de diez capítulos por un pago en Dólares americanos y un porcentaje de las ganancias.
Tampoco hay una clausula que los habilite a dar charlas, conferencias o entrevistas.
El profesor releyó el contrato y reconoció que podría tener errores, pero tampoco podría asegurarlo por que no era un experto en esa clase de contratos.
Se lo comunicó al escribano Muir y el, al productor Austin.
El productor y director le recriminó en ingles al escribano su error.
Después se dirigió a Hirma por intermedio del profesor y le pidió disculpas por los errores cometidos.
El escribano puso en su máquina de escribir la documentación para corregir los errores.
Leyeron nuevamente el contrato, pero esta vez Hirma no encontró errores.
Sobre él, estampó su firma el productor y director Don Austin.
Lo seguimos con nuestras firmas.
Firmaron como testigos, el profesor Auges e Hirma.
Después de las firmas se estampó un sello del estudio para dar más autenticidad.
Acto siguiente, el productor Don Austin les hace entrega a Tomás y Daniel una copia del contrato y como saldo de cuenta, un cheque por la suma de cuatro millones de Dólares americanos.
Por curiosidad profesor, ¿cuando empiezan a filmar?
¡Pregunto Hirma!

El profesor le trasladó la pregunta al señor Austin.
¡El contestó, cuando se termine el libro!
Seguidamente se presentó el escribano Dalton Math, representando a editoriales Fréderich.
El señor John Fréderich se encontraba a su lado.
Abriendo una carpeta, de inmediato se puso a leer el contrato.
De la misma forma que en el anterior, el profesor se lo traducía en español a Hirma.
Era casi igual que el otro, con tres clausulas distintas.
Una, exclusividad por tres años y si la empresa lo requiere, renovar el contrato en mutuo acuerdo.
Dos, la empresa deja en libertad de acción a los protagonistas de las aventuras, si con sus acciones no perjudican la venta del libro.
Tres, la comisión del uno punto cinco por ciento de las ganancias de las ventas, serán abonadas en las oficinas de la Editorial Fréderich o en un Banco que los interesados elijan, cada noventa días.
El profesor e Hirma cambiaron consultas, pero no encontraron nada para cambiar.
¿Está todo bien?
Preguntó el señor Fréderich en ingles, al profesor.
¡Si Fréderich!
El señor Fréderich firmó el contrato y estampó el sello de la firma.
Pueden firmar, nos dijo Hirma.
Firmamos y con un duplicado del contrato recibimos un cheque por dos millones de Dólares americanos Un rato de charla entre todos sobre el futuro de las películas y los libros y con un brindis se terminó la reunión.
En la despedida la escritora nos repitió.
No olviden, en cuatro días devuelven la prueba aceptada como está o corregida.
¡Así se hará Edit!
¡Gracias Hirma!
Antes de irnos el productor y director Austin por intermedio de el profesor, vuelve a ofrecer el papel protagónico a Tomás.
Y Tomás lo rechaza nuevamente.
¡Él se lo pierde dijo el cineasta al profesor!
Nunca quise intervenir en esa decisión de Tomás, pero creo que se equivocó.
Volvimos a la casa del profesor.

Zulla había traído a mi madre.
Esa noche festejamos por el éxito obtenido y conversamos sobre planes para el futuro.
El consejo de Zulla y el padre a Tomás y a mi tenía que ver con invertir.
Yo les decía que había tiempo, mucho que aprender y cuando llegue el momento profesor, me gustaría que Hirma nos represente, más allá de los consejos que nos da usted.
Muy bien pensado muchacho, ella es inteligente.
¡Gracias profesor!
Durante treinta días, cuatro veces revisamos las pruebas reavivando la memoria y agregando nuevos detalles a la aventura.
Abrimos dos cuentas bancarias a nuestros nombres y un poder a nombre de Hirma.
Ahora había que esperar que la editorial edite el libro y lo ponga a la venta.
El estudio cinematográfico debía esperar seis meses para empezar las filmaciones.
¿Zulla que te parece si durante la espera vamos a Uruguay y nos casamos?
¡Está bien mi amor, pero primero pediré licencia en la Facultad de Ciencias!
En cinco días estábamos viajando hacia Uruguay con Tomás, Hirma y mi madre, que no querían perderse la ceremonia.
La familia de Zulla no pudo viajar por razones de trabajo.
Prometieron que al regreso harían una reunión para toda la familia.
La ceremonia fue modesta, humilde y al final la terminamos, disfrutando un asado a la parrilla.
Esa misma tarde nos fuimos a Punta del Este balneario que ninguno de los dos conocíamos.
Del frío húmedo de Londres pasamos al calor seco del balneario.
Quince días disfrutando del balneario y de nosotros mismos.
Mientras estuvimos allí, pensábamos en todas las cosas buenas que nos habían pasado y el gran agradecimiento que sentíamos por el profesor.
¡Gracias a él nos conocimos!
¡Zulla!
¿Qué mi vida?
¡A veces pienso que lo que está pasando es un sueño y temo despertar!
¡Mi amor, si es un sueño sigamos soñando, porque lo que está sucediendo recién empieza!

Y tenía razón, ni Tomás, mi hermana y yo podíamos imaginar en que se transformarían nuestras aventuras.
Después de quince días volvimos a Montevideo, a la casa de mi madre.
Antes de llegar a la casa, observamos que había una a la venta a cincuenta metros de la de mi madre.
Esa casa yo la conocía desde que había nacido.
Era la casa de un matrimonio muy amigo de mis padres.
¿Te gusta Zulla?
¡Me encanta mi amor!
Te prometo que será la casa que viviremos cuando estemos en Uruguay.
¡Y estaremos muy cerca de tu madre Daniel!
¡Usted lo ha dicho señora!
La bienvenida fue acompañada con un almuerzo de comida casera, de esas que mi madre se destacaba.
La conversación se centro en la vuelta a Londres para estar cerca de los acontecimientos.
Mi madre decidió no ir, alegando que ya había conocido y era un viaje muy cansador.
La comprendí, simplemente era que no quería alejarse de su casa otra vez.
Pero el problema estaba en que precisábamos a Hirma para llevar la contabilidad y dar visto bueno a otros documentos.
Tomás estuvo de acuerdo.
Para peor no podíamos contar con Zulla porque ella ayudaba al padre y trabajaba en la Facultad de Ciencias.
Pero mi hermana nos dio una solución por un tiempo, hasta que se encuentre otra.
Pediré una licencia sin cobrar por ocho meses y viajare con ustedes.
¿Qué les parece?
Hirma recibirás un mejor pago.
¡Gracias Tomás!
¡Todos contentos con la solución!
Lo que no supo en ese momento Hirma, es que esa solución no era para ocho meses, era para toda nuestras vidas.
Las conversaciones se centraron en los comentarios de mi madre sobre la situación del país.
¡Nunca se había visto tanta gente del ejercito en la calle!
¡Y nunca tantos muertos entre soldados y según ellos, sediciosos!

Pero nosotros debíamos concentrarnos en el futuro nuestro.
La compra de la casa se hizo de inmediato.
Se contrató un constructor para restaurarla a gusto de Zulla.
Todos los gastos se hicieron con un retiro del banco, y lo bueno es que lo hice solo.
Unos días antes de partir mi hermana contrató una amiga, para que acompañe a nuestra madre.
Partimos los cuatro hacia Londres.
La bienvenida la hicieron mis suegros, con una fiesta de casamiento intima pero muy agradable.
El único invitado fue el embajador Reyes de Uruguay en España.
Otro acierto de el profesor Auges, que a Tomás y a mi nos causó mucha alegría.
Los días fueron transcurriendo.
Charlas, conferencias y entrevistas en universidades, radio y televisión, eran contratadas a través de mi hermana que no perdía la ocasión para perfeccionar el idioma ingles.
Cada acto, cada entrevista eran pagas por los interesados.
Hirma firmaba los contratos, cobraba y depositaba en el banco con gran eficacia.
No pasó desapercibido en un joven director y productor en asenso, la eficacia de Hirma y su intención de contratarla.
La respuesta era rotunda, ¡por ahora trabajaré para mis hermanos!
Si cambia de opinión llámeme, mi nombre es Marc Milán.
¡Gracias lo tendré en cuenta!
A los cinco meses desde que firmamos los contratos, dos grandes noticias.
Nos avisan, que ya están a la venta quinientos millones de ejemplares del libro en varios países en cuatro idioma y que ya empezaron las primeras tomas de las películas en los estudios.
Eran tantas cosas buenas, que yo quería aprovechar la oportunidad de agregar otra.
¿Zulla que te parece si compramos una casa cerca de la de tus padres?
¡Lo que tu digas mi amor!
La casa que elegimos y compramos era chica pero muy confortable.
Ahora había que amueblarla.
Lo dejamos para más adelante porque las noticias buenas, seguían llegando.
Nos llegó una invitación del estudio cinematográfico de parte del productor y director Don Austin, a las filmaciones exteriores en el Congo.
El director pedía nuestra presencia, para confirmar que las escenas sean lo más parecidas a las reales.
Conversamos del asunto con Tomás y decidimos aceptar.
Hirma decidió no ir, prefirió ir a ver nuestra madre durante la ausencia.
Nos acompañó Zulla, por el gusto de saber en donde habíamos vivido con los gorilas.
¿Nada más que por eso Zulla?
¡No mi amor, también por estar al lado tuyo!
Con un permiso especial del gobierno del Congo, la compañía cinematográfica se internó en la selva.
Nos acompañaban cinco efectivos militares congoleños.
Nos internamos cinco kilómetros, y en un claro rodeado de muchos árboles, se aprontaron para empezar el rodaje.
¿Daniel y los gorilas?
¡No se!
No habíamos terminado de hablar, cuando de una carpa salen cinco hombres disfrazados de gorilas y dos musculosos vestidos solamente con taparrabos.
Recuerdo que nos empezamos a reír de una forma que nunca nos habíamos reído.
Zulla se acercó preguntando, ¿de que se ríen?
Riéndome le contesté, ¡mira estos personajes!
¡Nos están dejando en ridículo!
¿Quién va a creer en nuestras aventuras?
¡Nosotros nos criamos con verdaderos gorilas!
El guía y los guardias también se reían mirando a los supuestos gorilas.
Y tenían motivos, ellos si conocían verdaderos gorilas.
Zulla, nosotros nunca usamos taparrabos.
Usábamos pantalones cortados y cuando se nos hizo chico, descosimos los costado y los agrandamos haciendo una red con las hojas de caña.
Don Austin se acercó y preguntó a Zulla en ingles, ¿que está pasando?
Ella le repitió palabra por palabra lo que nos preocupaba.
El director se quedó unos minutos pensando.
Después nos encaró y por intermedio de Zulla.

Dijo, ustedes tienen razón, pero tienen que entender que son actores y no puedo arriesgar sus vidas.
Les hago una propuesta, ustedes hagan las escena de riesgo y yo les pago dos millones de Dólares a cada uno al dejar El Congo.
Contéstenme en treinta minutos.
Zulla, puedes hacerle unas preguntas al guía.
Si Tomás.
Acompáñenme, y fuimos por él.
Pregunta al guía, si conoce la historia de los niños perdidos y criados por los gorilas.
Zulla hizo la pregunta.
El guía, un norteamericano con mucha experiencia se sonrió y contestó que si.
Ahora pregúntale si recuerda en que lugar pasó.
Contestó que si y señaló hacia el sureste, a cien kilómetros de ahí.
La última pregunta Zulla.
¿Nos puede llevar?
Contestó que si, que solo debíamos pedir permiso a las autoridades.
Zulla, promete que si nos lleva, habrá mil Dólares para él y quinientos para cada guardia.
Daniel si tu no aceptas, lo haré solo.
¡Tomás, es mucho el riesgo!
Tal vez no Zulla.
Yo quedé en silencio, no me preocupó la idea de ir, de recordar y de hacer las escenas de riesgo.
Lo que me preocupó y creía que estaba desapareciendo, era la actitud de Tomás con los gorilas.
Zulla le dio la respuesta de inmediato al director, agregando el pago al guía y a los guardias.
Sin ninguna clase de objeción y con una sonrisa aceptó.
Zulla, enseguida firmaré el contrato por este nuevo acuerdo.
¡Gracias Don!
Y así lo hicimos, firmamos todos.
Yo no podía dejar solo a Tomás y decidí acompañarlo.
Al final Tomás y yo quedábamos incluidos en el film.
El director Austin se lo pidió tanta veces a Tomás, y él, por cuatro tomas ridículas aceptó.
Por esa decisión Zulla quedó muy nerviosa.
La calmé diciéndole que se quedara tranquila, que no íbamos a correr riesgos ninguno.

Dile al guía que podría haber mucho peligro en las próximas escenas que estén atentos.
El guía también la tranquilizó, diciéndole que ellos estaban experimentado y usaban dardos paralizantes.
Después del permiso partimos.
Con las camionetas nos podíamos internar en la selva setenta Kilómetros, treinta lo haríamos caminando.
Con un poco de suerte, en dos días estaríamos en donde vivimos casi dieciocho años.
Intenté que Zulla se volviera.
Pero las respuestas de ella eran firmes y justas.
¡De ninguna manera mi amor, nos unimos para enfrentar todo juntos!
Los actores iban muy disgustado, se sintieron ofendidos por Tomás.
Los había llamado ridículos.
Y él les iba a demostrar que las escenas que iban hacer, serían ridículas.
La caravana avanzó con pocos inconvenientes y siempre observada por nativos del lugar.
El guía demostró su conocimiento de los caminos a seguir.
Descasamos por la noche y en la madrugada seguimos hasta que el camino se cerró y empezó un sendero angosto.
Faltaban treinta Kilómetros y había que hacerlos caminando.
Seguimos el sendero.
Con Tomás mirábamos los árboles y empezamos a reconocer el lugar.
Muchas veces pasamos buscando fruta fresca para la manada.
¿Recuerdas estos lugares Daniel?
¡Claro, hasta hace un año atrás los recorríamos!
¡Daniel creo que nos están observando!
Si Zulla, son animales curiosos, pero quédate tranquila que están acostumbrados a ver gente.
Le pedí los prismáticos al guía, me saqué la ropa y quedé en calzoncillo tipo pantalón corto.
Tomás voy a ver que veo de lejos.
¡Está bien!
Señaló un árbol diciendo, ese es el más alto.
Ante la sorpresa y mirada de todos empecé a trepar.
Pero aunque no lo crean, yo fui el más sorprendido.
¡Todavía conservaba la agilidad y fuerza!
En la cima observé todos los alrededores y me pareció ver el claro y el árbol gigante donde se enredó el globo.
Tenemos que seguir, le comuniqué al guía.
¿Viste algo Daniel?
Si pero no con claridad.
Caminamos unos siete Kilómetros más.
Volví hacer lo mismo, subir al árbol más alto y esta vez lo vi todo claro.
La manada, la puerta de la cueva tapada y el gigante árbol que nos obligó a quedarnos.
Ahora venía lo más difícil, el acercamiento para filmar y tenía que ser de lejos, porqué si la caravana se acercaba los gorilas nos olerían y se esconderían temiendo que fuéramos cazadores furtivos.
Hablamos con los camarógrafo, dos jóvenes ambiciosos que querían la experiencia de filmar a esas alturas.
A los encargados de armar las carpas por intermedio de Zulla les preguntamos si tenían cuerdas.
Nos contestaron que habían más de quinientos metros y que era un elemento muy importante para ellos.
Subí nuevamente al árbol con la punta de una cuerda y casi en la cima entre cuatro ramas, hice una red de protección.
Nuevamente recurrí a Zulla para que les preguntara a los camarógrafo quien quería subir.
Lo dos entusiasmados contestaron, yo quiero.
Zulla repetía en ingles lo que yo decía.
Pongan en una bolsa resistente la cámara, baterías, cinta de grabar y comestible, todo para varias horas.
A mi pedido, Zulla llamó al director Austin y le preguntó si el podía conectar un monitor a la cámara.
Contestó que si, y que podía agregar un comunicador para hablar con el camarógrafo.
Una cosa más, consígame un cinturón de seguridad.
El director le contestó a Zulla que se lo pidiera a los armadores de carpas.
Después se dirigió al camarógrafo, si tienes que hacer alguna necesidad hazlo ahora, arriba lo único que puedes hacer es orinar contra el árbol.
¿Está todo pronto?
Si Tomás.
¡Yo lo subo Daniel!
Tomás se enroscó una cuerda de cinco metros en la cintura, el cinturón de seguridad en un hombro y tomó la punta de una cuerda de cincuenta metros.
¡Un mono sentiría envidia al ver a Tomás trepando el árbol!
A la otra punta le di dos vueltas atándola debajo de los brazos del joven camarógrafo.
Zulla, dile que lo ayude apoyándose de rama en rama.
El camarógrafo asintió con la cabeza.
Para Tomás no significó peso alguno levantar al joven.
Con los cinco metros de cuerda que llevó, una punta en el cinturón de seguridad colocado en la cintura del joven y la otra punta quedó amarrada a una rama más arriba.
El joven se sintió seguro al estar sentado junto al tronco del árbol y con el dedo para arriba le hizo ver que todo estaba bien.
Tomás tiró una punta de la cuerda para abajo y yo la até a una bolsa con todos los complementos para estar varias horas.
Varios minutos después el joven camarógrafo dejó bajar el cable de acople de la cámara al monitor.
No solo se hablaría con él, también se vería lo que el esté gravando.
Antes de bajar Tomás ató fuertemente la punta de la cuerda.
De esa forma, el camarógrafo podía levantar lo que necesite.
La bajada de Tomás fue asombrosa para los que lo estaban mirando.
Se tiraba de rama en rama hasta llegar al suelo.
Cincuenta metros más adelante, hicimos el mismo trabajo en otro árbol, para el otro camarógrafo.
Desde este árbol se veía otro angulo de la zona y manada.
Esta cámara también fue acoplada al monitor.
La primera prueba se hizo para ver el alcance de los lentes.
Todos miramos el monitor.
Las cámaras mostraban a los gorilas como si estuvieran a tres metros de distancia.
El director Austin les pidió a los camarógrafo que graben todos los movimientos de los gorilas y sus alrededores.
Ahora venía lo inesperado.
No sabíamos que es lo que iba a pasar al encontrarnos con los gorilas.
Saludamos a todos, y a Zulla le pedí que se quedara tranquila, que mirara el monitor para estar conmigo.
Antes de irnos, les pedimos que no hablen alto.
Tomás y yo empezamos a salir del campamento en calzoncillos y armados con un cuchillo cada uno, al mismo tiempo que el director decía, acción.


Cap. 18

Las dos cámaras filmaban nuestra partida de forma que no se vieran nuestras caras, para que no hubiera diferencia entre los actores y nosotros.
En el camino como lo hacíamos un año antes, íbamos cargando raíces, hojas y toda clase de frutas para alimentarnos con los gorilas.
Cuando llegamos al claro y lugar de permanencia de los gorilas, el recibimiento fue hostil.
Cuatro gorilas nos salieron al paso avanzando en cuatro patas.
Uno de ellos, el más grande se adelantó se paró, rugió varias veces golpeándose el pecho.
Nosotros tiramos la comida hacia adelante, nos inclinamos, bajamos los brazos como colgándolos de los hombros y empezamos a emitir gruñidos y ademanes comunicándoles que traíamos comida.
Por un momento parecieron contrariados, pero el jefe el alfa, no convencido volvió a pararse y rugió para provocarnos a una pelea.
Muchos gorilas se acercaron y entre ellos reconocí a Crack por su marca blanca en la pata y una rama en la mano.
¡Grité fuerte, Crack!
Él me miró curioso y volví a gritar.
¡Crack, Crack amigo!
Me reconoció y reaccionó, corrió y saltó hacia mi dando chillidos de alegría y ademanes hacia la madre para que se acercara.
Los gorilas viendo esa escena, dejaron de lado la idea de pelear.
Seguro que pensaron que si trajimos comida y teníamos amigos entre ellos, no eramos enemigos.
Abrazados a Crack y su madre, bajo la mirada de recelo de los machos mayores, les entregamos la comida.
Muchos no eran de la vieja manada, se habían integrado en nuestra ausencia.
Otros que si lo eran, nos iban reconociendo a medida que nos comunicábamos.
Tratábamos de que todo lo que estábamos pasando fuera bien visto por las cámaras.
Antes de que llegara la noche, la gorila y madre de Crack nos empujaba hacia la entrada de la cueva.
Sacamos las piedras y yuyos que tapaban la entrada y entramos.
Por adentro la cueva estaba intacta.
Ningún animal había tocado la tumba del gran jefe.
Crack su madre y Tomás se sentaron frente a la tumba.
Por un momento me pareció que había lágrimas en los ojos de Tomás.
Como comprendiendo madre e hijo lo abrazaban.
Yo hablé rompiendo el momento triste.
¿Tomás pasaremos la noche aquí?
¡Si amigo!
Entonces hay que prender fuego, sino nos helamos.
Junté pajas bien secas y ramas.
Con los dos cuchillos Tomás sacó chispas hasta encender las pajas y después las ramas.
Al ver desde afuera adentro de la cueva el fuego, los gorilas se alarmaron y rugían temiendo un desastre.
Los gorilas que conocían a Tomás anteriormente, no temieron y se acercaron a la entrada.
Sabían que el dominaba el fuego.
Los otros se tranquilizaron.
Esa noche dormimos, acompañados de cinco gorilas jóvenes.
En la mañana, el Sol del Este entraba por la entrada de la cueva.
Salimos deslumbrado tapándonos los ojos.
Miré a lo lejos hacia donde se encontraban los altos árboles con los camarógrafo, y vi los reflejos de los lentes de las cámaras.
Me tapé los ojos y entendieron mi mensaje.
Y enseguida, como lo hicieron no se, pero desaparecieron los brillos de los lentes.
Esa mañana me di cuenta que los grandes machos se movían nerviosos, algo los preocupaba.
¡Tomás hay que hacer algo para distraerlos!
Mi amigo juntó hojas secas, las fue redondeado y atando con juncos e hizo una pelota.
Se puso a jugar con Crack, que era el que más recordaba y enseguida se juntaron otros machos jóvenes a hacerlo.
El alfa al ver tranquilidad en la manada, se tranquilizó y se sentó en el camino de las hormigas.
Tomás imitándolo se sentó junto a él y entre gruñido y gruñido se empezaron a entender.
Yo entendí que había que crear algunas escenas del pasado para la filmación.
En la primera, traje un tronco de tres metros de largo y frente al alfa, traté de partirlo a golpes.
Tomás no lo entendía.
El gorila me miraba hasta que le toqué el amor propio.
Me aparté lo suficiente para que quedara solo Se levantó, rugió y se golpeó el pecho varias veces.
Después de un certero golpe, más que un golpe un mazazo, partió el tronco a la mitad.
¿Qué fue eso Daniel?
¿No te diste cuenta?
¡El jefe mató un cocodrilo!
Para que el gorila no se sintiera engañado, tomé los troncos y los llevé a la cueva.
La segunda escena creada fue con la gorila, la madre de Crack.
La inducimos a que nos llevara a lo alto del árbol que se enredó el globo.
Ella queriendo participar en los juegos, subió hasta la cima con nosotros detrás.
Hicimos que nos vieran bien las cámaras a los tres.
Como jugando bajamos detrás de ella.
Recreamos muchas escenas y entre ellas varias veces las luchas entre los gorilas y nosotros.
Sentados en rueda con los machos a comer hormigas, nos sentíamos como antes, iguales a ellos.
Lo único que no se pudo recrear, fue la lucha y muerte del león y el gorila herido.
El alfa, al ver que nuestro interés no era quedarnos con la manada, reafirmó su confianza.
Pero más fue con Tomás, el gorila nunca había visto un ser que no fuera de su especie, hacer lo que ellos hacían.
Los gorilas que nos conocieron ya sabían de lo que eramos capaz.
Nos reconocían como dos de ellos.
En cinco días con sus correspondientes noches se filmó todo lo que se pudo filmar.
Nos despedimos haciéndoles ver que íbamos por comida.
Crack nos tomaba de las piernas, no quería que nos fuéramos.
Al final lo convencimos prometiendo que volveríamos con muchos alimentos.
Cuando estábamos saliendo del espacio abierto y entrando al sendero del regreso, noté que no se sentía nada, ni siquiera el canto de un pájaro.
En voz baja le dije a Tomás, agáchate y baja la voz.
Nos fuimos arrastrando por la maleza hacia donde me pareció sentir un murmullo.
De pronto vimos dos sujetos apoyados en una roca con rifles apuntando a los gorilas.
Fue tanta la furia que sentimos en ese momento, que saltamos como tigres sobre ellos.
Después de unos cuantos golpes los desarmamos.
Nos estaban vigilando, y podíamos haber sido uno de nosotros los asesinados.
Los levantamos y los llevamos frente a los gorilas.
Lo menos que querían hacerles, es destrozarlos.
Les hablamos y no nos entendieron, pero cuando les señalamos a los gorilas y después el lado contrario, ellos afirmaron con la cabeza al lado contrario.
Los soltamos y salieron despavoridos llevándose todo lo que encontraban por delante.
Frente a los gorilas rompimos los rifles contra los árboles.
Ante las miradas de ellos, seguimos por el sendero hacia el campamento.
Sin ningún contratiempo en catorce horas llegamos al campamento.
Había una alegría general por nuestra labor con la manada.
Zulla, lagrimeaba de contenta por vernos llegar sanos y salvos.
Inmediatamente subimos a los árboles y bajamos a los camarógrafo y sus equipos.
Les habían alcanzado tachos para hacer sus necesidades.
Tensionados y nerviosos, se sentaron en tierra firme hasta que se recuperaron.
Hasta los propios actores nos felicitaron por nuestra actuación.
Les aclaré que no actuábamos, que nuevamente vivimos con ellos.
El productor Don Austin nos abrazaba y a menudo repetía, ¡okay, okay!
Se estaba haciendo la noche y decidimos ir a dormir.
El director aseguró.
¡Mañana levantaremos el campamento y partiremos de regreso!
¡Duerman tranquilos que los guardias vigilan!
Al otro día temprano, apenas amaneció levantamos el campamento y partimos hacia donde dejamos las camionetas.
Teníamos veintitrés Kilómetros para caminar por el sendero.
Caminamos hasta la noche, después dejamos nuestras cargas y descansamos hasta el amanecer.
Como siempre los guardias vigilando.
Zulla se sentía muy cansada.
¡Aguanta un poco más mi amor, en tres horas llegamos a las camionetas!
¡No te preocupes Daniel, estoy bien!
Y así fue, llegamos a las camionetas sin ningún inconveniente en todo el camino.
Todos estábamos apurados por llegar a la ciudad y al hotel.
Después de siete días sin bañarnos, queríamos llegar y bañar.
Más tarde Don Austin se reunió con el guía y los guardias, e hizo los pagos prometidos.
Descansamos tres días y conocimos parte de la ciudad de Gabón y sus límites con el Océano Atlántico.
A los tres días nos embarcamos con los equipos en el Aeropuerto Internacional de Libreville de Gabón, hacia Londres.
Nos esperaban diez horas de viaje.
Llegamos a Londres y después al estudio cinematográfico.
Siempre con Zulla como interprete el director Austin nos dio un cheque a Tomás y a mi, por un millón de Dólares cada uno.
Nos puso al tanto de lo que iba hacer con las escenas tomadas.
El tronco que rompió el gorila se iba a transformar en uno de los cocodrilos de la historia real.
La escena en que suben a lo más alto del árbol con la gorila al frente, en el film aparecerá el globo y el suicidio del animal.
La muerte del león y del gorila herido se hará en los estudios.

Muchas escenas se harán en los estudios, pero la mayoría se filmarán en el Bosque de Sehrwood en Inglaterra, lugar de muchas filmaciones.
Zulla, pregunta a los muchachos si no tienen inconveniente en que las escenas que figuraron, queden en el film.
!
Fueron tomadas desde muy lejos y no habrá diferencia con los actores!
Les preguntaré Don.
Zulla nos consultó y nosotros aceptamos.
El director siguió diciéndonos, ¡bueno, ahora tómense un descanso de cinco meses!
Después de ese tiempo quiero que vengan nuevamente al estudio, para ver la primera muestra de la película y comparen con los hechos de la vida real.
Con lo que no estén de acuerdo, se corrige.
Zulla seguía traduciendo.
¡Zulla!
¡Si Daniel!
Dile que si nos necesita antes, que nos llame.
Se lo comunicó y nos despedimos.
Tomás no habló una palabra en ningún momento.
¿Estamos bien Tomás?
¡Si Daniel!
Mañana iremos a depositar los cheques Tomás.
¡Está bien!
¡Zulla, nosotros tenemos que terminar algo que empezamos!
¿Qué es Daniel?
¡Cómo que es!
¡Te olvidaste que tenemos que amoblar el nido!
Todos nos reímos.
En treinta días teníamos la casa pronta y ya estábamos instalados.
Tomás los treinta días se dedico a su mono.
¿Zulla, que te parece si te tomas unos días más y vamos a Uruguay?
¡Pediré permiso en la Facultad, mi amor!
Si me lo dan, iré con gusto.
Le comuniqué la idea a Tomás y lo único que me contestó, ¡llevaré a mi mono!
Mariela acompañó a Tomás hacer todos los trámites y a la veterinaria, para una constancia de buena salud del mono para el viaje.
El profesor Auges me hizo prometer que cuando regresara, hablaríamos de invertir, y de mi futuro.
Le agradecí y le dije que la meta mía era ser como él, un hombre de mucha sabiduría.
¡Y lo lograrás Daniel!
¡Gracias profesor!
No le dieron permiso a Zulla en la Facultad de Ciencias.
Se acercaba el fin de curso y no había quien la remplazara.
No importa Zulla, esperaremos a que terminen las clases e iremos a pasar las fiestas de fin de año con mi madre.
Son treinta días, aprovecharé a hablar de negocios con tu padre.
¡Gracias mi amor por esperar!
En esos días el profesor Auges hablando de negocios, me planteó la idea jubilarse y dejar en manos de Zulla, todos sus compromisos de Arqueología.
¡Daniel ella es una buena Arqueóloga!
Quiso seguir mis pasos pero yo no se lo permití.
En este trabajo hay que tratar con toda clase de gente y sola hubiera sido muy difícil.
Tu tienes un poquito de experiencia.
Si tu la acompañas Daniel, le presentaré la idea a mi hija.
¿Qué me dices?
Profesor, ya le dije que mi meta es saber tantas cosas como usted.
¡Si ella acepta yo también!
¡Gracias Daniel!
Los treinta días pasaron rápidos y ya nos encontrábamos viajando hacia Uruguay.
Tomás iba muy contento porque llevaba a su mono en un recinto para animales.
Zulla, porque vería a mi madre e Hirma y conocería a mis otras hermanas.
Recuerdo, que todavía no estaba consciente de todo lo bueno que nos estaba pasando.
Ni siquiera tenía idea de todo lo que iba a pasar después.


Cap. 19

Mis hermanas y familia tenían por costumbre venir desde Australia, quince días antes de las fiestas de fin de año.
Este año tres familiares más se agregaban, Zulla Tomás y yo.
Nosotros llegamos tres días después de la llegada de mis hermanas.
Zulla con su simpatía conquistó a mis dos hermanas y familia, quienes la tomaron como una hermana más.
El veinte de Diciembre a la mañana, día que no olvidaré jamás, llegaron a la casa de mi madre dos médicos, se presentaron como veterinarios del Zoológico.
Preguntaron por Tomás y Daniel los niños perdidos y criados por los gorilas.
Venían acompañados por dos guardias del ejercito.
Tomás y yo nos presentamos.
¿En qué les podemos servir?
Tenemos un problema en el Zoológico y tal vez ustedes nos puedan ayudar.
Pregunté, ¿cual es el problema!
Se nos murieron dos gorilas y los otros parece que se quieren morir.
¡Hemos hecho todo lo humanamente posible y no logramos saber que tienen!
¿Podrán ayudarnos?
Miré a Tomás como buscando respuesta y el no dijo nada.
Entonces decidí por mi cuenta.
¿Cuando se puede ir?
Si usted quiere ahora, lo llevamos en la camioneta y lo traemos.
Antes que pudiera contestar Tomás dijo, vamos.
Antes le avisé a Zulla de que se trataba y que veníamos lo antes posible.
Los veterinarios en el camino se sinceraron más.
Nos contaron que llegaron a nosotros por intermedio de un amigo, el chófer del embajador Reyes.
Llegamos al Zoológico y por un camino fuimos hasta el fondo del parque.
Después subimos por una escalera y entramos una sala que tenía ventanas de vidrios que daban a una gran jaula de rejas de cien metros cuadrados por treinta de altura.
En el medio un árbol seco de quince metros.
En los alrededores adentro de la jaula varios gorilas con sus parejas e hijos.
Tomás miró a todos y gritó, ¡están presos!
Uno de los veterinarios se defendió diciendo, nosotros somos médicos, nada más.
Ante el asombro de médicos y guardias, Tomás se empezó a desvestir hasta que quedó en calzoncillo.
Ahora quiero las llaves de las rejas.
Los veterinarios se la dieron.
Temiendo algo los guardias se separaron.
¿Qué vas hacer Tomás?
¡Voy hablar con ellos!
No se porqué le pregunté, si yo sabía lo que iba a suceder.
Cuando bajaba las escalera guardias y médicos no dejaban de admirar esa masa de músculos que iba rumbo a la jaula de los gorilas.
Hable con los médicos, ¿tienen rifles para dormirles?
¡Si, los que usamos para revisarlos!
Me llevé un guardia conmigo armado con uno de ellos.
Cuando Tomás entro a la jaula nosotros nos acercamos a las rejas y le dije al guardia, apunte y dispare si yo se lo digo.
Si señor.
Tomás ya adentro de la jaula, corrió hacia el árbol y trepó con rapidez.
Cuatro gorilas rodearon el árbol rugiendo y golpeándose el pecho.
Tomás parado sobre las ramas hacía lo mismo con ese grito y rugido que solo él podía hacer.
Hizo varias piruetas que hicieron dudar a los gorilas.
Los gorilas confundidos se tranquilizaron y Tomás se tiró de cinco metros de altura.
Cayó parado, dejó caer sus brazos como colgados y empezó a caminar igual que ellos.
Los gorilas no lo reconocían como uno de su especie, pero lo estaban aceptando como si fuera uno de ellos.
Entre gruñidos, ademanes, morisquetas y con un brazo extendido con el dorso de la mano hacia abajo, semiagachado se fue acercando hacia ellos.
Los machos se acercaban y caminaban a su alrededor olfateándolo.
Seguro que no podían entender como ese humano con pelos en la cara, llevaba en su piel rastros de su especie.
Uno de los machos, el más grande se le puso adelante, se golpeó el pecho y rugió.
Le dejó bien claro quien mandaba.
Se acercó a las hembras con crías y con el dorso de una mano, rozó sus cabezas en señal de amistad.
También lo hizo con el macho jefe, pero esta vez los dos rosaron el dorso de sus manos Tomás sabía que no debía hacer lo mismo con las hembras preñadas.
La reacción de un macho podía ser fatal.
Después de esa ceremonia que representaba amistad y respeto, se sentó como se sientan los gorilas.
Todos los machos se sentaron frente a él sin perderle de vista.
Le dije al guardia que bajara el rifle, que ya no era necesario.
Volví a subir la escalera para ver desde arriba junto a los veterinarios.
Como era de suponer no podían creer lo que estaban mirando.
Se veía a Tomás moviendo los brazos, gruñendo, golpeando su pecho dando pequeños saltos.
Atónitos, estupefactos, veterinarios y guardias miraban algo nunca visto.
¿Señor Daniel, qué está haciendo?
Preguntó uno de los veterinarios.
¡Conversa con ellos!
¡No puedo creerlo, es asombroso!
Exclamó el otro médico.
¡Nunca vi cosa igual!
Aclaró un guardia.
¡Yo tampoco!
Dijo el otro.
El dialogo entre Tomás y los gorilas se extendió por una hora y media.
Se retiró caminando como ellos, moviendo la cabeza hacia los costados.
Subió las escaleras y se enfrentó a los médicos.
¿Ustedes saben lo que les están dando de comer?
No se, nosotros somos veterinarios no estamos al tanto de lo que les dan de comer.
¡Les dan huesos con carne, con las frutas Daniel!
Como si fueran perros.
Era la tercera vez que veía a Tomás lagrimear.
¿Pudo saber por qué se mueren Tomás?
Si doctor, por la misma razón que se moriría usted si lo tuvieran preso y le dieran de comer carne humana.
¡Ellos no comen carne y el encierro los está matando!
Para calmarlo lo abracé y le recordé, ¿qué íbamos hacer cuando seamos millonarios?
¡Nosotros lo solucionaremos Tomás!
Inmediatamente nos reuniremos con la administración del Zoológico y contrataremos a un puesto de frutas y verduras para que alimenten a los gorilas.
¡Está bien Daniel!
¿Doctor podré volver a visitarlos?

Si Tomás, las veces que lo desees, para nosotros será una buena experiencia.
Me dirigí a un guardia.
¿Nos pueden llevar?
Si señor.
Con la promesa de que volveríamos al día siguiente para hablar con la administración, nos despedimos de los veterinarios.
Cuando llegamos pusimos al tanto a la familia de lo que estaba pasando en el Zoológico.
¡No podían creer tanta irresponsabilidad!
Como prometimos al día siguiente volvimos al Zoológico.
Se veían guardias militares adonde mirábamos.
Nos reconocieron y condujeron hasta la administración.
El director después de saludarnos y felicitarnos, nos dijo que los médicos veterinarios lo habían puesto al tanto de lo que estaba pasando con los gorilas.
Nosotros le expresamos nuestro deseo de colaborar donando la comida diaria para los gorilas.
¡Se lo debemos a esa especie director!
Los comprendo y conozco la historia, pero debo decirles que es nuestra obligación y los que cometieron esa negligencia serán separados del cargo.
En cuanto a usted señor Tomás, como le prometieron los veterinarios, podrá estar con ellos las veces que quiera.
Yo personalmente le pediría, que sea cuando hay público.
Tomás saltó de la silla, ¿para qué?
Para estar en exhibición como están ellos.
¡No señor Tomás, es para que usted sea un buen ejemplo para los niños!
Ahora créanme, la muerte de los gorilas no será por mal alimento, será por vejez.
¡Serán bienvenidos siempre!
Si me disculpan.
Nos tendió la mano y pidió a los guardias.
Acompañen a los señores a la salida.
Salimos del escritorio con muy mal humor.
Tomás gruñía como gorila enojado.
Cuando dos guardias se acercaron a saludarnos y preguntarnos, ¿cuando estarán las películas al público?
Muy pronto tendrán libros y películas para ver y leer, les aseguré.
Ahí me di cuenta, por qué el director se negó a la donación de las comidas.

No había duda de que la popularidad nuestra estaba llegando a todos los puntos del planeta.
Si en alguna entrevista, charla o conferencia mencionábamos este error de la administración del Zoológico, sería para los administradores el fin de sus carreras.
Le expliqué mi razonamiento a Tomás, y el me contestó que no me preocupe.
¡Yo me encargaré de que se haga lo correcto!
¡Está bien Tomás!
Volvimos a la casa de mi madre.
Llegaron las fiestas navideñas y por primera vez toda la familia se reunía a festejar.
Para mi madre fue el premio mayor.
También por primera vez Zulla no pasaba con su familiares y había cierta tristeza disimulada en su rostro.
¡Zulla!
¿Qué mi amor?
¡La independencia, al principio por recuerdos causa tristeza, después por la creación de una familia, muchas alegrías.
El próximo año lo pasaremos con tus padres y hermanas.
¡Ya lo se cariño!
El treinta y uno de diciembre a las doce de la noche, con gran alegría pasamos al año mil novecientos setenta y cuatro.
En aquel momento recuerdo que dije, ¡ahora si podemos decir, el año pasado fue el año que cambió nuestras vidas!
Hace un año y medio no teníamos idea de que pasaría con Tomás y yo.
¡Hoy gracias a un gran hombre, el profesor Auges, del más anonimato pasamos hacer celebridades y hombres de un gran futuro.
¿Es así Tomás?
¡Claro amigo mío!
El año lo empezamos con Tomás haciendo largas visitas a los gorilas en el Zoológico.
Zulla y yo, amoblando la casa que compramos.
Habíamos decidido quedarnos en Uruguay hasta la llegada del otoño y volver a Londres para disfrutar la primavera en esa ciudad.
En Uruguay tuvimos la primera charla sobre los animales y el trato que debíamos tener con ellos.
Fuimos Tomás y yo invitados por una organización defensora de los derechos de los animales.
Si bien los dos pudimos decir lo que realmente sentimos, Tomás hizo lagrimear a la gente hablando de los gorilas y su maltrato.
Por ser la primera vez, sin el profesor Auges e Hirma, nos sentimos muy bien pago con los aplausos y demostraciones de afecto.
Después empezaron los contratos en radio, televisión y artículos en los periódicos.
En casi toda América del Sur, estábamos siendo contratado por todos los sistemas de comunicación.
Zulla nos acompañó en todas las entrevistas haciendo de secretaria, revisando contratos y llevando la contabilidad.
En el mes de Junio decidimos con Zulla volver a Londres.
Le explique a Tomás que sería conveniente acompañarnos para estar al tanto de las novedades creadas por nuestra nueva vida.
Me contestó que no, que por esta vez llevara a Hirma que me iba a ser más útil.
¿Tomás, tengo que decidir solo, si se están haciendo las películas como en realidad nos pasó?
¡Estas más capacitado que yo Daniel!
Además con esta recorrida por América del Sur no he podido ver a mis gorilas.
¡Sabes que si no estamos los maltratan!
No exageres Tomás.
En ese momento yo tenía temor por varias cosas.
Por momentos Tomás parecía que no quería ser una persona normal.
El calzarse era un dilema, prefería andar descalzo.
Su visitas a los gorilas en el Zoológico, eran demasiado frecuentes.
El sabía que Hirma estaba enamorada de él y el actuaba como que no se daba cuenta.
Tenía más comunicación con su monito que con la gente.
Lo peor, es que cuando hablaba de los gorilas se incluía.
Como no había forma de convencerlo que fuera conmigo a Londres, no insistí más.
La llegada a Londres produjo otros cambios en la vida de Tomás y yo.
Por intermedio de el profesor Auges y el embajador Reyes, teníamos contratos en varios países para dar conferencias sobre el trato animal.
Conoceríamos Alemania, Francia, China y Rusia.
Nos consideraban los mejores embajadores para hablar del tema.
También nos pidió el profesor que nos comuniquemos con John Fréderich.
¿Profesor la editorial tiene novedades del libro?
¡Creo que es más que eso Daniel!
Ese día lo pasamos conversando con mi segunda familia, contándoles sobre el viaje por América del Sur.
A la noche nos fuimos a nuestra nueva casa.
¿Zulla, estás bien?
¡Mejor que nunca mi amor!
No te sentí hablar mucho.
¡Estaba ansiosa por estar a solas contigo para darte la mejor noticia del año!
¡Creo que estoy embarazada!
Esa noche casi no dormimos.
Entre abrazos y besos, planeábamos el futuro de nuestro hijo.


Cap 20

Al día siguiente nos fuimos directamente a la casa central de Editoriales Fréderich para entrevistarnos con el señor John.
Como siempre, con Zulla como interprete obtuvimos la entrevista.
¿Cómo está señor Daniel?
¡Muy bien y usted!
Ahora que llegaron ustedes me siento mucho mejor.
¿Qué novedades nos tiene señor John?
Vamos a esperar que llegue el señor Tomás para darles la buena noticia.
Señor John, Tomás no vendrá, se quedó en Uruguay.
Señor Daniel, el asunto es que tiene que estar el señor Tomás para firmar un nuevo contrato por cinco millones de ejemplares más.
Mientras Zulla traducía, a mi me parecía que las piernas se me aflojaban y se me nublaba la vista.
El señor John seguía hablando.
¡Daniel, las ventas han sido más que buenas y los pedidos se multiplicaron en librerías de otros países!
No solo eso Daniel, las organizaciones en defensa del derecho animal de estos países, quieren contratarlos para dar conferencias.
No dejen de participar, es bueno para la venta del libro.
Zulla, pregúntale si solo con mi firma se podría serrar el acuerdo.
Él contestó que si, pero este contrato como el otro, irá a nombre de los dos.
¡Muy bien, aseguré!
El contrato ya estaba redactado, igual que el otro.
Firmé y me entregó un cheque por tres millones de Dólares americanos.
Zulla seguía traduciendo.
Daniel las comisiones por libros vendidos ya se encuentran en nuestras oficinas.
Pueden retirarlas cuando guste.
Gracias señor Fréderich, dejaré esos trámites en manos de mi hermana cuando llegue.
Nos despedimos y dijo, les deseó lo mejor en esta nueva aventura que es el matrimonio.
Le agradecimos.
Salimos de las oficinas y nos fuimos al banco a depositar el cheque, después a darles la buena noticia al profesor y familia.
Los días siguientes Zulla me llevó a conocer más de Londres, hasta el día que debía presentarse en la Facultad de Ciencias, para renunciar a su trabajo y seguir los pasos de su padre.
El profesor Auges dijo que era tan buena Arqueóloga como él.
Para Zulla era un desafío y debía demostrarlo.
Le prometí al profesor, que nunca estaría sola.
Que siempre yo iba a estar para cuidarla.
También nos comunicamos con el estudio del director y productor Don Austin, para saber en que etapa se encontraban las filmaciones.
La respuesta de uno de sus colaboradores fue, pasen por el estudio a ver la primera muestra.
¿Cuando podemos pasar?
Me contestó, mañana en la tarde que se encuentra el director Austin.
Al otro día en la tarde, con Zulla nos fuimos a los Estudios Austin.
Nos encontramos con el director y nos llevó a lo que parecía una sala de cine, pero más chica.
A una seña del director Austin empezaron a pasar las escenas desde el principio de la historia.
El nos aclaró, que todo lo que íbamos a ver estaba para revisar y hacer los cambios que sean necesarios.
Zulla, traducía a medida que el director hablaba.
Las tomas todavía no estaban compaginadas y aparecían salteadas.

En la toma tres se veían a dos niños, uno alto y flaco y otro un poco más bajo entrando a un circo.
En la toma cuatro y cinco, el niño más bajo estaba parado frente a la jaula de los gorilas y una supuesta gorila lo acariciaba con el dorso de su mano.
Con el otro brazo sostenía una cría.
Enseguida apareció un guardia y sacó al niño de al lado de las rejas aparentemente rezongando.
Casi en el mismo momento apareció el otro niño y los dos se encaminaron hacia donde se encontraban dos inmensos globos.
Mirando a esos niños tan parecidos a Tomás y a mi cuando teníamos esa misma edad, las lágrimas corrieron por mi rostro.
Seguimos mirando hasta la última escena que se filmó y casi todas fueron lo más parecidas a las reales.
También encontramos a los actores que nos representaron cuando éramos mayores, muy parecidos a nosotros.
El director Austin anticipándose a la pregunta nos dijo, a lo último se le agrega el audio y la música de fondo.
Agregó por intermedio de Zulla, ¡Daniel les avisaré días antes de que se haga el gran debut!
Estaba tan emocionado que apenas pude decirle, ¡gracias director!
La escena en que la gorila se tira de la copa del árbol fue tan real, que se reafirmó y nunca pude borrar esa imagen de mi mente.
Saludamos al director y nos fuimos directo a casa.
No quería transmitirle esa tristeza a Zulla, pero fue más fuerte que yo y lloré por más de dos horas.
Mi hermosa Zulla dejó que yo pasara por ese trance y después hizo uso de ese gran humor que tenía.
¿Mi gorila, qué te parece si hablamos del gorilita que va a venir?
Con su ocurrencia me hizo reír.
Los días siguientes los dedicamos hacer las transferencias de de todos los compromisos de trabajo del profesor Auges a su hija.
Ellos eran, excavaciones en Egipto, México y Perú.
Decidimos que primero yo haría mis conferencias por que llevaría menos tiempo.
Zulla estuvo de acuerdo.

Lo que me faltaba era poner al tanto de todas las buenas noticias a Tomás y hacerlo venir.
Era bueno para nosotros, conoceríamos Alemania, Francia, China y Rusia.
Traeremos a Hirma para que se encargue de los trámites en las embajadas y redacte los contratos.
¡Y para que mi amiga esté conmigo!
¡Así es Zulla!
Desde que salimos de Uruguay ya habían pasado tres meses.
En la vida de cada persona pueden pasar muchísimas cosas buenas y malas que no se esperan.
Esa tarde estábamos merendando en la casa del profesor, cuando sonó el teléfono.
Atendió la señora Auge.
¡Si Hirma, te paso con él!
Daniel, es Hirma quiere hablarte!
¡Hola Hirma, estaba por llamarte!
¡Tienes que venir Daniel!
¿Qué pasó Hirma?
Tomás desapareció y lo busca el ejercito.
¿Cuando fue?
Hace cuatro días, Daniel.
¿Mamá cómo está?
Muy nerviosa.
Saldré para Uruguay cuanto antes.
¡Besos a todos!
Serán dados Hirma.
Comenté lo sucedido a Zulla y familia y que tenía que viajar cuanto antes.
¡Yo voy contigo Daniel!
No Zulla, tu tienes mucho que hacer acá.
¡Mi amor, postergamos todo!
¡Está bien!
Fuimos a varias agencias por los pasajes y los únicos que pudimos conseguir, dos directos a Buenos Aires para el día siguiente.
Al otro día ya en el avión teníamos trece horas para llegar a la Argentina y un trasbordo de una hora a Montevideo.
Llegamos al aeropuerto de Carrasco al otro día a las siete de la mañana.
Un taxi nos trasladó inmediatamente a la casa de mi madre.
Nerviosismo, dolor y angustia reinaba en mi madre y hermana.
Le pedí a Hirma que se tranquilizara y me contara lo que sabe.
Hace diez días Tomás nos dijo que iría a Brasil a comprar un camión de carga para viajes internacionales.
Dos días después trajo para mostrarnos un inmenso camión todo cerrado.
Venía con él, un señor brasilero que había contratado como chófer.
Riéndose nos comento, el maneja y yo hago la fuerza.
Nosotras nos quedamos contentas por qué últimamente no dejaba de hablar de sus gorilas y ahora parecía que quería otra cosa.
Después de ese día no lo vimos más.
¿Cuales gorilas Hirma?
¡Los del zoológico!
Daniel, hace dos dos días llegó un sargento del ejercito y cuatro soldados preguntando por él.
Quisimos saber de que se trataba y el sargento dijo que solo querían hablar con él.
¡Hirma, mamá a lo mejor le salio algún viaje al exterior!
¡Nos hubiera avisado Daniel!
Bueno tranquilicen que yo al medio día iré hasta el zoológico, para saber si saben algo.
Al terminar de almorzar, salimos con Hirma hacia el Zoológico.
Zulla quedó acompañando a mi madre.
Llegamos, me hice conocer y pedí para hablar con el director.
Se presentó de inmediato.
¡Lo esperaba señor Daniel!
Nos saludamos y enseguida preguntó.
¿Sabe algo de la vida del señor Tomás?
Últimamente muy poco, por razones de trabajo yo no estaba en el país.
Eso ya lo sabíamos señor Daniel.
Pero hay algo que usted no sabe, su amigo Tomás es sospechoso de haber robado todas las especies de simios del Zoológico.
Para nosotros no es tan grave, por que si fuera así, sabemos que estarían en buenas manos.
Pero para la justicia es un delito y están siendo buscado juntos con los dos serenos y dos guardias del Zoológico.
Su amigo Tomás es una persona muy reconocida a nivel mundial, sabemos lo que siente hacia esos animales.
Si habla con él, hágale saber su responsabilidad y por ser quien es, nadie lo culpara.
¡Es lo más que puedo hacer señor Daniel!
Señor director, si mi amigo Tomás tiene algo que ver con lo sucedido, desde ya se lo agradezco.

Por mi parte seguiré buscándolo.
¡Gracias Daniel!
¡A usted director!
Cuando salimos del Zoológico, estábamos tan asombrados por lo que nos enteramos, que nos quedamos sin habla.
Nos sentamos en el banco de la plaza para ver si se nos ocurría alguna idea.
De pronto a Hirma se le prendió una lamparita.
Daniel, si Tomás hubiera hecho todo lo que el director dijo, ¿lo haría sin dinero?
¡Claro que no, precisaría mucho!
Los dos con la misma idea, nos fuimos muy rápido hacia el Banco.
Hirma siendo apoderada, pidió el saldo de la cuenta de Tomás.
En el saldo había cuatrocientos catorce mil Dólares y con fecha de diez días atrás, un retiro de seiscientos mil.
Le dije a Hirma, ¡no hay duda, con ese dinero compró medio Uruguay!
Con mucha tristeza volvimos a dar la mala noticia a Zulla y a mi madre.
Ellas nos esperaban con otro misterio a resolver.
Había llegado un telegrama con una citación para Hirma y Daniel González.
Debían presentarse al día siguiente a las dieciséis horas, en las oficinas del doctor Dante Lemas abogado, en la calle Sarandí quinientos veintidós.
Puede ser que tenga que ver con el cierre de la empresa en donde trabajo.
¿Y por qué me citan a mí?
¡No se Daniel!
¡Si es así, no te preocupes Hirma!
Yo te iba a pedir que renuncies y te ocupes de la administración de las empresas que emprenderemos.
¡Me gustaría, pero lo pensaré Daniel!
Al día siguiente, la curiosidad nos hizo llegar una hora antes a las oficinas del doctor Dante Lemas.
Se nos ocurrió varios motivos por el cual Hirma estaba citada, pero ninguno tenía que ver con la sorpresa que nos esperaba.
Hirma Zulla y yo, en una sala esperamos hasta que llegó el doctor Lemas.
Justo en hora apareció el doctor y nos hizo pasar a su escritorio.
Después de presentarnos, nos explicó el motivo de nuestra presencia.

Hace ocho días se presentó ante mi, el señor Tomás Ramírez solicitando asesoría legal.
Dejó en mis manos dos cartas para entregar ocho días después.
Una para el señor Daniel González y otra para la señorita Hirma González.
Se cumplieron los ocho días y aquí están sus cartas.
El abogado nos entregó las dos cartas selladas.
Si quieren pueden leerlas en sus casas, que van a estar más tranquilos.
Señorita Hirma, ahora leeré un documento que dejó el señor Tomás Ramírez que la involucra a usted.
_Yo Tomás Ramírez cedo en vida todas mis cuentas bancarias, los derechos de películas, libros y todos los beneficios que reporten ganancias como entrevistas, conferencias o cualquier tipo de echos que se relacionen con mi vida, a la señorita Hirma González.
Testigo: Gilbert Da Silva.
Profesional actuante: Dr.
Dante Lemas.
La firma del abogado y el sello notarial_ El llanto de Hirma no se hizo esperar.
Zulla la abrazó tratando de calmarla.
¡Señor Daniel!
¿Usted es socio de Tomás?
¡Si doctor!
Usted y su hermana deben firmar el documento.
Yo firmé enseguida.
Ahora había que esperar que Hirma se calmara.
El doctor se acercó a una pequeña heladera, sacó un poco de agua fresca y le ofreció a Hirma.
En pocos minutos se reanimó lo suficiente como para poder firmar.
¿Doctor, sus honorarios?
No se preocupe Daniel, el señor Tomás ya los abonó.
Por el documento deben esperar cuatro días.
Es lo que se demora para inscribirlo.
Pasaremos a buscarlo abogado.
¡Gracias por todo doctor Lemas!
Cuando salimos de las oficinas, Hirma todavía lloraba y Zulla seguía tratando de calmarla.
No fuimos a la casa de mi madre, fuimos derecho a mi casa.
No quería que mi madre viera en ese estado a Hirma.
Cuando llegamos, Hirma le pidió a Zulla.
¿Puedes leerme la carta?
¡No me encuentro en condiciones de leerla!
¿No quieres esperar a que te sientas mejor y la lees tu?
No Zulla, cuanto antes me entere de su contenido mejor.
¡Hirma es una carta personal!
Todas las cosas personales, malas o buenas involucran a la familia.
Bueno Hirma, leeré la carta.
Vi que Zulla no muy convencida, rompió el sello de la carta y empezó a leer.
Nadie es culpable de mi propio destino.
Destino que se empezó a gestar el día en que nuestra gorila se suicidó para por segunda vez salvarnos la vida.
Dieciocho años viviendo entre gorilas, me transformaron en uno de ellos.
Tengo mucho que agradecerles y mucho para darles.
Me sentiré más conforme el día que se dejen de cazar, y ponerlos presos en jaulas para su exposición.
Mi querida hermana, a ti te debo parte de lo que soy y llevo conmigo todo lo que me enseñaste.
¡Mira, hasta aprendí contigo a escribir una carta!
Tranquiliza a tu madre, dile que su hijo adoptivo está bien y va a estar mejor.
En cuanto al hombre que hay en mi, no te preocupes.
Algún lugareño tendrá hijas y te prometo que no pasaré desapercibido.
¡Querida Hirma me despido deseándote lo mejor.
Después que Zulla terminó de leer la carta, en el rostro de Hirma hubo un reflejo de tranquilidad.
¿Estás más tranquila?
¡Si, Zulla!
Aunque pienso que está cometiendo un error.
Se que él cree que es justo y lo respeto por eso.
Yo decidí leer mi carta en otro momento.
Con su comportamiento me lo dijo varias veces en que terminaría Tomás, solo que yo no lo entendí.
Ahora lo tenía todo claro.
¡Disculpen!

¿Qué Zulla?
Parecerá un poco apresurado, ¿pero no sería mejor transferir las cuentas bancarias antes que hagan acciones legales en contra Tomás?
¿Qué te parece Hirma?
Tiene razón Zulla, Daniel mañana transferiremos nuestras cuentas al Banco de Londres en Montevideo.
Pasado ese momento de tensión, decidimos ir a ver a nuestra madre y decirle la verdad de lo que estaba pasando, y más que nada que vea con optimismo la decisión de Tomás.
Ocultando su preocupación, mi madre solo hizo un comentario.
¡En el corazón de Tomás, están todos los que él quiere, no nos olvidará!
Al día siguiente hicimos el cambio de la cuenta bancaria.
No se como la prensa uruguaya se enteró de lo sucedido en el Zoológico, y quien era el responsable.
Más tarde la prensa extranjera se hizo eco, y la noticia recorrió el mundo.
Organizaciones en defensa de los derechos de los animales, titulaban en los periódicos, ¡los niños perdidos en la selva, liberan gorilas y los llevan a vivir a sus hábitat!
Activistas de todo el mundo se levantaron en defensa de los niños perdidos.
Las protestas frente a los Zoológicos, circo o lugares que hubieran animales encerrados, se hacían cada vez más frecuentes.
En muchos países los robos de animales y devueltos a la jungla, se estaba haciendo un hecho normal.
Nadie, ni siquiera Tomás imaginó que con su forma de ser, con el tiempo se transformara en leyenda.
Pocos días después, retiramos el documento que acreditaba a Hirma ser única dueña de los bienes cedidos por Tomás y decidimos volver a Londres Hirma pidió el cese en su trabajo para dedicarse por completo a la administración de lo que ya también era su empresa.
Nuevamente pidió a su amiga cuidara a nuestra madre durante su ausencia.
En Londres habían quedado pendientes muchos compromisos.
Los de Zulla, que como Arqueóloga había heredado de su padre y los míos que ahora debía enfrentarlos solo.

Al llegar a Londres, la primera llamada fue de Editoriales Fréderich para pedirnos que nos presentemos.
La segunda la hizo el director Don Austin.
Los entrevistamos, y las preguntas se trataban de lo que había pasado con Tomás.
Les expliqué todo lo sucedido.
¡Con razón se multiplicaron las ventas!
Comentó John Fréderich.
Don Austin como todo productor y director, prometió que con las cámaras haría una expedición para buscar a Tomás.
El profesor Auges enseguida que llegamos a Londres, se enteró del embarazo de Zulla.
Le pidió que postergara sus compromisos hasta después del nacimiento.
Dos días después, en un momento que Zulla fue a ver a sus padres y yo quedé solo, tomé la carta que me había dejado Tomás y me senté a leerla.
No fue mucho lo que me escribió, pero si fue lo suficiente para entenderlo y hacer que yo siguiera tranquilo con mi vida.
<¡Querido amigo, durante dieciocho años tomamos decisiones juntos y fue lo correcto!
Hoy tomo esta decisión por que se trata de mi vida, de mi destino.
No es mi intención molestar ni preocupar a nadie y si por alguna razón lo hice, discúlpame amigo mio.
Después que nos fuimos de la selva, yo se que en muchas oportunidades llegaste a pensar que llevaba en la sangre el comportamiento gorila.
¡Amigo, siempre tuviste razón!
Mi destino es este, viviré con ellos y en lo que pueda los ayudaré a que no sean apresados ni maltratados.
¡Daniel, a todos los que pregunten por mi, diles que soy un hombre muy feliz y estoy donde yo quiero estar!
¡Un abrazo amigo¡

Cap 21

Los primeros cinco meses recorrimos ocho países dando conferencias, charlas y entrevistas.
La figura de Tomás y la frase los se habían hecho tan populares, que la historia los padres la usaban como ejemplo para sus hijos.

Nos tuvimos que volver por dos cosas.
Se comunicó el director Don Austin para avisarnos del gran debut, que se haría el día sábado próximo en una de las mejores sala de cine en Londres, y el embarazo de Zulla que ya estaba en la etapa final.
Nuestro deseo era que niño o niña naciera en Londres.
Ese sábado con las invitaciones, toda la familia Auges, el embajador Reyes, Hirma, Zulla y yo entramos a la sala como verdaderas estrellas de cine.
Solo faltó Tomás para que al acontecimiento no le falte nada.
Las dos horas que duró la película, fue como que viviera de nuevo dieciocho años con los gorilas, no dejaba de lagrimear.
En todo momento éramos Tomás y yo.
Al final todos los aplausos eran para mi y me pedían unas palabras.
El director Austin me señaló en dirección a la pantalla.
Hacia allí me encaminé.
Alguien me alcanzó un micrófono y hablé.
¡Ustedes saben por qué Tomás no está aquí!
Él quiso terminar su obra y se volvió a la selva.
¡Él sería el más merecedor de este reconocimiento!
Después el profesor Auges y el embajador Reyes, que supieron interesar al prestigioso director de cine Don Austin y no menos prestigioso de la literatura John Fréderich, para que una travesura y después aventura se transformaran en un hecho inolvidable.
¡La verdad no tengo palabras para agradecerles.
¡El aplauso duró más de quince minutos!
Dejé el micrófono diciendo muchas veces gracias.
Terminamos la noche con una gran cena en los estudios Austin con todos los involucrados.
¡Noche que nunca olvidaré!
Después de muchos años recuerdo el gran debut y todavía se me pone la carne de gallina.
Hirma mantenía al día la contabilidad con tanta eficacia, que logró volver a llamar la atención del nuevo director de cine Marc Milán.
Por segunda vez le pedía trabajar con él.
Pero esta vez, aun negándose se estableció una amistad que con el tiempo se transformó en un gran amor.
¡Otra vez la suerte nos sonreía!

¡Y llegó el día, nació el hijo que tanto esperábamos!
Nunca quisimos saber si era niño o niña y Zulla, a pesar de que recién había nacido y seguía con dolores, no pudo con su humor.
¡Daniel, mira nació el gorilita!
Médico y enfermera rieron, claro sabían quien era yo.
¿Mi amor no te molesta si como segundo nombre le ponemos Tomás?
¿Y el primero?
¡Daniel!
¡Haber, Daniel Tomás González, suena bien!
Un año nos estuvimos dedicando a nuestro hijo y algún compromiso en Londres y Uruguay.
Mi madre e Hirma, disfrutaron tanto al niño como nosotros.
Habían quedado pendientes los contratos que el profesor Auges trasladó a Zulla.
Mientras nuestro hijo no llegara a la edad escolar, debía viajar con nosotros.
En muchas oportunidades, dependiendo de los lugares en que Zulla era contratada, llevábamos una empleada para atender a Danielito o quedaba con las tías y abuelos.
El trabajo de arqueología era muy sacrificado.
Pasaron los años y se filmaron diecisiete versiones de en varios países.
La imagen que más vendía, era la de un león sobre la espalda de un gorila mordiendo el cuello y un hombre defendiendo al gorila apuñalando al león.
Firmamos contratos cinco veces más en Editoriales Fréderich.
Por años viajamos con Hirma, Zulla y yo dando charlas, conferencias sobre la vida de los gorilas.
Por dos veces en cuatro años, el director y productor Don Austin, se internó en la selva en donde nos criamos, buscando a Tomás.
Lo único que pudo saber por la información de algún lugareño, es que en alguna oportunidad se vio a un musculoso barbado guiando gorilas y otras especies.
Marc Milán e Hirma con el tiempo nos dieron dos hermosos sobrinos, que con cuatro años de diferencia los unía a mi hijo aparte del parentesco, una gran amistad.
Marc, hoy ya es un famoso productor y director y me comunicó que tenía en mente hacer una nueva versión después de treinta años de Me aclaró que ésta iba a ser una mega producción que superaría a todas las otras.
Con Hirma estuvimos de acuerdo, siempre que el argumento no se aparte de lo que pasó en la vida real.
Después de la desaparición física del profesor Auges hace diez años y dos años más tarde la de su esposa, nos radicamos del todo en Montevideo.
Del embajador Reyes, después de la dictadura nunca más supimos de él.
Todos los años desde hace más de treinta, nos reunimos con mis hermanas y las de Zulla con sus familia en las fiestas navideñas.
Nuestro hijo desde niño fue haciendo una colección de películas, fotos, afiches y todo lo relacionado con > Viviendo los hechos de su padre y el tío Tomás como el le llamaba.
El gobierno Uruguayo de ese momento, no se si fue por el reconocimiento que tuvimos a nivel mundial, nunca denunció a Tomás.
Por años me he preguntado, ¿cómo estará mi amigo?
¿Vivirá, o habrá muerto en su ley luchando con un gorila invasor?
Hace quince años lo último que supe que pudo ser él, fue que el gobierno del Congo investigaba la muerte de cuatro cazadores furtivos en manos de los gorilas.
Mientras estuvimos en la selva yo quería ser rescatado y lo fuimos.
Si bien yo acepté el cambio, Tomás no, y salio con la suya, volver.
No se si son los años o la influencia de las películas, solo se que los recuerdos son más a menudo.
Puedo decir que los recuerdos son buenos y lo que siento, es mucha nostalgia.
¡Viejo, ya está pronto el mate!
¿Te lo llevo?
¡Esa es la voz de mi Zulla, si no fuera por los años, diría es la misma de siempre!


Es una historia de: Abel Omar Luttringer.


















Es una Historia de:
Abel Omar Luttringer

© 2011 Abel Omar Luttringer. Todos los Derechos Reservados. Prohibida la reproducción sin autorización del autor.

El Autor

Biografía: Desde muy jóven me hice cantautor. Musicalicé todas las letras creadas por mí. Con los años entré en el mundo de los cuentos, historias y novelas haciendo de ello la etapa final de mis escrituras. Hice varios libros y los seguiré haciendo. Este que les he presentado es la parte primera de dos. "La historia de Juaquín" se trata de hechos verdaderos mezclados con ciencia ficción. Un impactante relato hace que el lector sea partícipe, un personaje más de la história.
¡Léala!
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